Los trabajadores extranjeros en Israel, los más desprotegidos ante los cohetes palestinos
Los empleados procedentes de China o Tailandia resultan heridos más a menudo por los proyectiles lanzados desde Gaza. Trabajan al aire libre y no suelen hablar la lengua ni conocer las instrucciones en caso de estallido de violencia
Cualquier israelí que reside en las inmediaciones de Gaza tiene varias cosas claras tras dos décadas de cohetes lanzados desde la Franja cada vez que aumenta la tensión en la zona. La primera son las acciones (una potente redada en Cisjordania, un asesinato selectivo, un incidente ...
Cualquier israelí que reside en las inmediaciones de Gaza tiene varias cosas claras tras dos décadas de cohetes lanzados desde la Franja cada vez que aumenta la tensión en la zona. La primera son las acciones (una potente redada en Cisjordania, un asesinato selectivo, un incidente en la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén...) que suelen preceder a una andanada de proyectiles. Otra es el máximo de segundos (15) para alcanzar un refugio cuando las sirenas alertan de un cohete. Por último, la importancia de seguir las instrucciones del Mando de la Retaguardia del Ejército sobre cuándo permanecer cerca de lugares protegidos y sus alertas a través de una aplicación de teléfono móvil.
El peón de la construcción chino Wang Jian no sabía ninguna de esas cosas el pasado día 2, cuando trabajaba a las afueras de la ciudad israelí de Sderot, a un kilómetro de la Franja. Israel y la Yihad Islámica se enfrentaban a raíz de la muerte de Jader Adnan (un conocido preso palestino que pasó 86 días en huelga de hambre en protesta por su encarcelamiento) y uno de los 104 cohetes palestinos cayó a su lado. “Lo escuché y corrí, pero no me dio tiempo. No debieron pasar más de tres segundos”, asegura entre rictus de dolor, traducido por su familiar Ye y su amigo Song, que lo acompañan en la habitación del hospital Barzilai de la ciudad de Ashkelón. Según Matanel Iluz, un paramédico que lo atendió, “estaba en el suelo, seminconsciente y con heridas de metralla”, según aparece citado en un comunicado de los servicios de emergencia. Tras el incidente, la Embajada de China en Tel Aviv pidió a sus ciudadanos que permanezcan alerta y eviten las “zonas de alto riesgo”.
Wang, de 31 años, llegó hace dos años a Israel con una constructora de su país y ahora se retuerce de dolor por las visibles heridas de metralla con puntos que le ha dejado en las piernas un conflicto totalmente ajeno. “Nunca había pasado algo así”, tercia a su lado Song. “No tenemos miedo de trabajar tan cerca de Gaza, pero es verdad que si el cohete hubiese caído un metro más cerca de él, no estaría ahora mismo en el hospital”, resume.
Wang no habla hebreo, inglés, árabe ni ruso, las lenguas en las que está la app del Mando de la Retaguardia del Ejército que alerta de los cohetes. Tampoco cambiaría mucho que lo hiciese, porque es imposible descargársela en los teléfonos extranjeros.
A esto se suma que el sistema antimisiles Cúpula de Hierro no intercepta automáticamente todos los proyectiles. Solo los que identifica como dirigidos contra áreas pobladas. Wang trabajaba en un barrio en el que se ve poca vida y que alterna edificios altos habitados con otros en construcción. Ese mismo día, algunos comentaristas militares israelíes sugirieron que el sistema ignoró el cohete porque la zona estaba en un extremo en ampliación de la localidad. Consultado al respecto, el Ejército israelí rehusó desvelar si era el caso.
El criterio del escudo deja además desprotegidas algunas zonas agrícolas, en las que trabajan principalmente tailandeses y palestinos. A esto se suman los inevitables errores: en aquella jornada de enfrentamientos, la Cúpula de Hierro tuvo una efectividad del 90%, según el portavoz militar, Daniel Hagari.
Un total de 42 trabajadores extranjeros han muerto en Israel a causa del conflicto. Cinco de ellos, agricultores tailandeses, por cohetes, desde el lanzamiento del primero en 2001. Casi ninguno tenía cerca un refugio.
Orit Ronen, coordinadora de agricultura en Kav LaOved, una ONG que defiende los derechos de los trabajadores extranjeros en el país, explica por teléfono que estos “resultan desproporcionadamente heridos [por los proyectiles] porque trabajan al aire libre y, además, rara vez alguien les explica qué hacer en esos casos”.
Según datos publicados este mes por la Autoridad israelí de Población y Migración, las comunidades de trabajadores extranjeros más numerosas son la tailandesa, con 29.000 personas, la filipina, con 28.300, y la china, con 12.000. Las segundas son casi todas mujeres y se dedican al cuidado de mayores dependientes, por lo que están menos expuestas. Tailandeses y chinos, siempre hombres, trabajan en la agricultura —los primeros— y la construcción —los segundos—, especifica.
“Depende del empleador que reciban instrucciones. E incluso los que lo intentan, a veces no pueden. Los tailandeses rara vez hablan inglés o hebreo”, señala Ronen. Israel ―preocupado por mantener la mayoría demográfica judía― tiene una política migratoria restrictiva y solo les permite permanecer cinco años en los que difícilmente aprenden la lengua o generan lazos con locales. A esto se suman las relaciones jerárquicas. “Mi empleador nunca me dice que pare de trabajar. Solo que si estamos en el campo y suena una sirena, nos tumbemos en el suelo”, aseguraba recientemente un agricultor tailandés bajo anonimato al diario Haaretz. “Sea cual sea la situación, vamos a trabajar”.
Alerta
Ronen apunta otro elemento: “Los israelíes tenemos una historia, sabemos lo que hacer en estos casos. Yo me entero desde Tel Aviv si tengo que estar alerta. Ellos no siempre entienden lo peligroso de la situación, ni pueden leer medios israelíes para saber qué está pasando”. Las autoridades han traducido las instrucciones de seguridad a varias lenguas, pero no se esfuerzan demasiado en que llegue el mensaje, agrega.
En la última escalada de violencia ―concluida el pasado 13 de mayo―, seis trabajadores extranjeros resultaron heridos. Y, en una de las múltiples paradojas del conflicto de Oriente Próximo, uno de los dos muertos fue un obrero de donde procedía el cohete: Gaza. El proyectil mató a Abdala Hasanín Abu Yiba el pasado día 13, con 35 años, e hirió a un hermano, cuatro años mayor (aún hospitalizado) y a un tercer palestino, este con ciudadanía israelí. Israel ha anunciado que lo considerará víctima del terrorismo.
La Cúpula de Hierro provoca una explosión al interceptar cohetes. Al oír la provocada por esa salva, los tres corrieron hacia la caseta de obra en la que se quedaban en Shokeda, una granja cooperativa cercana a Gaza, pero fue demasiado tarde. Shokeda era una de las 271 localidades en las que, al carecer de refugio cercano, tenían prohibido estar.
Alrededor de 18.000 gazatíes tienen permiso para entrar al país a trabajar. En su mayoría están autorizados a pernoctar allí y, por lo general, lo hacen en los días laborables. El fin de semana cruzan de vuelta para pasarlo con sus familias. Los enfrentamientos pillaron a Abdala en Israel, que cerró el único paso fronterizo, Erez. “Nos íbamos preguntando por teléfono cómo estábamos. Estaban más preocupados por los que estábamos en Gaza que por ellos”, recordaba el día 15 su tío Alaa Hamed en la carpa fúnebre en Ciudad de Gaza, donde decenas de miembros de este clan familiar beduino recibían con café, dátiles y maqlube (un plato de arroz típico de Oriente Próximo) a quienes se acercaban a dar el pésame.
Con seis hijos, Abdala llevaba un año trabajando en Israel tras una década en el paro en Gaza, en la que se dedicaba a recoger hierros retorcidos de edificios en ruinas para enderezarlos y venderlos como material de construcción, relata su hermano Abed. Lograba 30 séqueles (7,6 euros u 8,3 dólares) diarios. En Shokeda, donde llevaba 20 días empleado, ganaba 2.000 séqueles semanales trabajando el hierro para montar granjas de pollos.
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