Las guardianas de la revolución iraní: las mujeres que cierran filas en torno al régimen
El conservadurismo religioso y la asunción de la propaganda oficial caracterizan a las iraníes que apoyan a la República Islámica
Teherán era una fiesta este sábado, pero una fiesta solo para los fieles del régimen y solo en los alrededores de la plaza Azadi (Libertad). Allí tuvieron lugar los fastos por el 44º aniversario de la República Islámica, una celebración a la que muchos iraníes de otros barrios de la capital, desiertos en ese día festivo, volvieron la espalda. Como un ejército, una multitud obediente coreaba “Muerte a América” y “Muerte a Israel”, mientras se repartían banderas y fotos del difunto ayatolá Jomeini y un hombre vendía globos de Bob Esponja. En esa marea humana predominaba el negro. Es el color del...
Teherán era una fiesta este sábado, pero una fiesta solo para los fieles del régimen y solo en los alrededores de la plaza Azadi (Libertad). Allí tuvieron lugar los fastos por el 44º aniversario de la República Islámica, una celebración a la que muchos iraníes de otros barrios de la capital, desiertos en ese día festivo, volvieron la espalda. Como un ejército, una multitud obediente coreaba “Muerte a América” y “Muerte a Israel”, mientras se repartían banderas y fotos del difunto ayatolá Jomeini y un hombre vendía globos de Bob Esponja. En esa marea humana predominaba el negro. Es el color del chador, la prenda que cubre el cuerpo desde la cabeza hasta los pies, y que este sábado lucía la inmensa mayoría de las mujeres que acudieron a loar a la República Islámica.
Mientras ese Irán adepto al régimen pasaba ante las puertas de la Universidad Tecnológica Sharif de Teherán ―uno de los feudos de las protestas de los últimos cinco meses—, una de esas mujeres de negro llamada Leyla pedía firmas para una petición al Gobierno. El texto, escrito a mano en un papel, reclamaba a las autoridades que obliguen a ponerse el hiyab a las mujeres que ya no lo llevan. Precisamente, el llevar mal colocada esa prenda fue lo que motivó que una joven kurda de 22 años, Mahsa Amini, fuera detenida por la policía de la moralidad el 13 de septiembre en Teherán. Su muerte bajo custodia policial tres días después encendió la mecha de unas manifestaciones que nacieron con esa injusticia y pronto mutaron en un movimiento de oposición al régimen.
Casi todas las firmas del papel con la petición de Leyla, de 44 años, eran de mujeres. Una tras otra, con chador o, en pocos casos, sin él, iban estampando su rúbrica. Leyla, ama de casa y madre de tres hijos, tiene una visión apocalíptica del futuro de un Irán sin velo. Para ella, el cabello al aire “provoca a los hombres y rompe las familias”. Y da más argumentos: no llevar el velo es un delito en Irán, las “leyes hay que cumplirlas” y “además, está escrito en el Corán”.
Leyla terminó la educación secundaria; Minoo, de 40 años, tiene un máster en administración financiera. Entre estas mujeres que cantan las alabanzas de un régimen que ha institucionalizado la misoginia en sus leyes no hay un único perfil educativo. Sí parecen compartir una concepción conservadora de la familia ―Minoo es ama de casa por elección―, que se relaciona con otro rasgo común: la religiosidad. En un país en el que el Estado y la religión son inseparables, las iraníes conservadoras apoyan a la República Islámica porque han asumido que es la garante de sus valores.
El discurso de las iraníes con las que habló EL PAÍS este sábado es un calco de las palabras de quienes las gobiernan. Raqibeh, de 61 años, insiste en que la República Islámica es “quien ha garantizado que las familias no se rompan”. Antes de su advenimiento, dice que “las mujeres no podían estudiar ni trabajar” porque, al no llevar velo, los hombres las acosaban y recalca que el régimen islámico trajo “la verdadera libertad”. Como Leyla, zanja: “El hiyab hay que ponérselo porque Dios lo pide” y lo dice la ley. “Quitarse el velo es un paso hacia la desnudez”, sentencia luego esta mujer, parafraseando, quién sabe si sin saberlo, al ayatolá Jomeini.
Raqibeh denosta las protestas en las que se gritaba “Mujer, vida y libertad”. Las llama “disturbios” y asegura que ella no vio que las fuerzas de seguridad “hicieran daño a nadie”. Según organizaciones de derechos humanos como Iran Human Rights, alrededor de 500 personas han muerto en la represión de las manifestaciones, unas 20.000 han sido detenidas y cuatro jóvenes, ahorcados. Los cuatro fueron condenados por herir o matar a miembros de las fuerzas de seguridad en juicios que esas mismas organizaciones han tildado de “farsas”.
La idea de que la mujer es fundamental para la cohesión de las familias; que las madres son quienes tienen que transmitir los valores islámicos, amenazados por Occidente, es una de las claves de la retórica oficial destinada a las iraníes. Las mezquitas, controladas por el estamento religioso que ocupa la cima del poder, son para ello un vehículo de transmisión ideológica privilegiado. Este viernes, cientos de mujeres se apelotonaban en la sala femenina de rezo ―detrás de los hombres― en la enorme mezquita Imán Jomeini de Teherán. Antes de que un clérigo iniciara la oración, un orador seglar pronunció una alocución. Y de nuevo resonaron los gritos de “Muerte a América” y “Muerte a Israel”.
Ante el templo, un tenderete del Comité de Ayuda Imán Jomeini, que depende directamente del líder supremo del país, repartía billetes a un grupo de mujeres vestidas con chador. Ese comité es una de las numerosas y opacas organizaciones que conforman un entramado de entidades paraestatales de caridad. Entre sus beneficiarios hay muchas mujeres de las clases más desfavorecidas, que tienden en general a ser más conservadoras en Irán, y a quienes ese mecanismo clientelar probablemente fideliza al régimen.
Sin fotos de mujeres
En la oficina donde Ensiyeh Khazali, vicepresidenta iraní para Asuntos de la Mujer y de la Familia, recibió a EL PAÍS este miércoles, las fotos son las mismas de todos los edificios gubernamentales en Teherán: los dos líderes supremos de Irán, el difunto Jomeini y su sucesor, Alí Jamenei. Este diario no vio imágenes de mujeres ilustres, como la matemática iraní Maryam Mirzajani, fallecida en 2017 a los 40 años, primera mujer en ganar la medalla Fields, considerada el Nobel de las matemáticas.
Khazali, de 60 años, es, como muchos de sus compatriotas, muy amable. Es la mujer que ocupa el puesto político más alto en el actual Gobierno iraní, pero su discurso no es muy diferente del de las manifestantes de la plaza Azadi. Para ella, “después de la Revolución, las mujeres iraníes empezaron a ser muy activas en la sociedad, algo que pudieron hacer manteniendo su identidad religiosa, gracias al hiyab. Antes, las mujeres religiosas no se sentían seguras en el trabajo y había muchas familias que prohibían a sus hijas estudiar en la universidad porque sentían que no estaban seguras en ese ambiente”.
La vicepresidenta justifica que las mujeres hereden la mitad que los hombres con el argumento de que los varones “tienen responsabilidades familiares superiores a las de las mujeres”. Y también ve bien que un hombre pueda impedir a su mujer viajar al extranjero “porque si el marido prohíbe a su mujer viajar para, por ejemplo, asistir a un seminario y no da una razón válida, la mujer puede recurrir a los tribunales y que le den la razón”. Khazali explica que, en Irán, “no está tipificada la violación dentro del matrimonio”.
Mahya, de 23 años, es mucho más joven que la vicepresidenta, pero sus ideas, de nuevo, parecen un calco de las de Khazali. Esta chica risueña, cubierta también de los pies a la cabeza, es bióloga, está haciendo un máster en zoología y sueña con estudiar a los animales de África. Procede de una familia “muy religiosa” y no solo no ve ninguna desigualdad entre hombre y mujer en su país, sino que sostiene que hay “más igualdad de sexos en Irán que en Occidente”. Luego pone como ejemplo la norma que obliga al hombre a proteger y ser el sustento económico de su familia y que, por lo tanto, “permite a la esposa hacer lo que quiera con su dinero”. Cuando se le pregunta por qué una mujer no puede ser jueza o presidenta en Irán, aduce que las mujeres son “más emotivas a causa de las hormonas”.
Zeinab, de 30 años, directora de una empresa que vende velos, sostiene que el pañuelo “la protege” de los hombres. Esta chica comparte con sus correligionarias una visión infantilizada de la mujer y animalizada de los varones, a quienes describe como incapaces de controlar sus impulsos sexuales al ver el pelo o las formas de una mujer. Luego, ese “hombre del saco” que es Occidente en el discurso oficial iraní, sale también de su boca: “Mira el movimiento Me too en Occidente. Las que se quitan el velo aquí que luego no se quejen si las acosan”.
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