El Congo exhibe ante el Papa el músculo del catolicismo en África con una misa multitudinaria
Francisco reúne a más de un millón de personas en Kinsasa en una ceremonia que confirma la pujanza de la fe y las vocaciones en el continente
No todo iban a ser malas noticias para el catolicismo en esta década. Al menos en cuanto a números y vigor. Kinsasa, capital de la República Democrática del Congo, dio una muestra este miércoles de cómo África se ha convertido en los últimos años en el principal motor de fieles y vocaciones en el mundo, en la fibra del músculo. El único lugar donde crece la fe a un ritmo que invita a un cierto optimismo a una iglesia que ha visto cómo evangelistas, ...
No todo iban a ser malas noticias para el catolicismo en esta década. Al menos en cuanto a números y vigor. Kinsasa, capital de la República Democrática del Congo, dio una muestra este miércoles de cómo África se ha convertido en los últimos años en el principal motor de fieles y vocaciones en el mundo, en la fibra del músculo. El único lugar donde crece la fe a un ritmo que invita a un cierto optimismo a una iglesia que ha visto cómo evangelistas, protestantes o musulmanes aceleraban en los últimos tiempos. Todos los males los cura esa marea de personas que esperaba al Papa en el viejo aeropuerto de N’Dolo, con capacidad para más de un millón de personas. Muchos de ellos habían pasado la noche aguardando la apertura de los viejos portones oxidados del recinto donde iba a tener lugar la misa más multitudinaria de este pontificado tras la oficiada en Filipinas en enero de 2015, y celebrada en el particular rito congoleño: una modalidad aceptada tras el Concilio Vaticano II y que permite acercar todavía más a este continente a la Iglesia.
África es el futuro del catolicismo, nadie lo duda. Pero la acogida al Papa, que el martes aterrizó aclamado por las calles como un verdadero ídolo de masas, ha sorprendido incluso en la Santa Sede. Puede que la frustrada visita de julio ayudase a aumentar todavía más la ilusión. La República Democrática del Congo, con un 90% de la población cristiana, es también de lejos el Estado africano con más católicos: la mitad de sus 105 millones de habitantes lo son, y cuenta con más de 6.000 curas, 10.000 monjas y más de 4.000 seminaristas — el 3,6% del total global de jóvenes que estudian para sacerdote—. “Para nosotros, él es la referencia”, dice Marie Ndubele, estudiante de 17 años, señalando a su hermano sacerdote. “Es una persona respetada por todos”, insiste mientras él no pierde detalle de la homilía del Papa, tras una larga fiesta de bienvenida.
Francisco, en una misa dinámica, colorida y extremadamente musical (en algunos momentos previos a la homilía parecía una rave católica), centró sus palabras en la idea del perdón en una nación rota por los conflictos bélicos y étnicos. “No podemos permitir que crezca la resignación y el fatalismo. Si a nuestro alrededor se respira este clima, que no sea así para nosotros. En un mundo abatido por la violencia y la guerra, la paz nace cuando las heridas sufridas no dejan cicatrices de odio, sino que se convierten en un lugar para hacer sitio a los demás y acoger sus debilidades. Entonces, las fragilidades se convierten en oportunidades y el perdón en el camino hacia la paz. No se trata de dejarlo todo atrás como si nada hubiera sucedido, sino de abrir a los demás con amor el corazón”.
Lo que sí ha quedado algo antiguo, pese a los esfuerzos de Francisco por dar relevancia a las nuevas realidades del catolicismo, es el peso específico de África en la cúpula de la Iglesia. Al margen de Oceanía, es el territorio con menos cardenales: 26 en total, de los cuales solo 10 son electores al tener menos de 80 años. América del Sur y Central tiene 42; América del Norte (incluida México), 26; Asia, 31; y Europa, 103. Francisco ha intentado cambiar ese equilibrio a través de sus viajes (siempre culturalmente periféricos) y con la creación de nuevo purpurados de dichos países en cada consistorio. Pero hay otras maneras de hacerlo. Incluso con la liturgia.
Rito congoleño
El Papa celebró la multitudinaria misa a través del rito congoleño, basada en el misal romano, pero que guarda bastantes diferencias a través de bailes y cantos tradicionales. Esta forma litúrgica es el único rito inculturado de la Iglesia latina aprobado después del Concilio Vaticano II. Además, es probable que genere cierta irritación en el sector más conservador de la Iglesia, que protestó cuando Francisco recomendó fuertemente no usar más el rito tradicional, que implicaba decir la misa en latín y respondía a premisas preconciliares. El congoleño, sin embargo, adquiere fuerza en el mundo actual y es un modo de acercar a las comunidades africanas a la Iglesia católica, también fuera del continente. En muchos países europeos, como España, dichas comunidades lo celebran.
Al cabo de unas horas, el pontífice tenía una reunión con un grupo de supervivientes de los conflictos bélicos que azotan el este del país. Antes de verlos hizo referencia a la cuestión y a los autores de la violencia. “En este país te dices cristiano, pero cometes actos de violencia; a ti, el Señor te dice: ‘Deja las armas, abraza la misericordia’. Y a todos los lastimados y oprimidos de este pueblo les dice: ‘No teman poner sus heridas en las mías, sus llagas en mis llagas’. Hagámoslo, hermanos y hermanas. […] Los cristianos estamos llamados a colaborar con todos, a romper el ciclo de la violencia, a desmantelar las tramas del odio”.
La realidad, como sucede siempre, era más dura. Y por la tarde se encontró con un grupo de supervivientes de dicha violencia en el este del país. Como Ladislas Kambale Kombi, un chico 17 años de Ingwe, en el territorio de Beni, que sobrevivió al exterminio a manos de una milicia. Sucedió en sus narices. “Desde mi escondite vi cómo despedazaban a mi padre y le cortaban la cabeza para meterla en un cesto”, explicó al Papa. O como Bijoux Mukumbi Kamala, que no sabe leer y su horrorosa historia fue contada por una amiga que la acompañaba. Cuando tenía solo 14 años fue secuestrada en Musenge, un pueblo de Walikale, mientras iba a buscar agua al río. Un grupo de rebeldes la cogió a ella y a sus amigas por la fuerza, se las llevó al bosque y cada uno eligió a la que prefería. Ella pasó a ser la esclava del comandante. “Me violó como a un animal. Luego lo hizo varias veces al día durante 19 meses. Era inútil gritar porque nadie podía oírme. Pude escapar con una amiga. Pero volví a casa embarazada de dos niñas gemelas que no sabrán nunca quién es su padre”.
Francisco, emocionado, desveló enseguida la misión de su viaje, la de poner el foco mediático en esos conflictos olvidados “No hay palabras; solo llorar, permaneciendo en silencio. Bunia, Beni-Butembo, Goma, Masisi, Rutshuru, Bukavu, Uvira, lugares que los medios de comunicación internacionales no mencionan casi nunca. [...] Es la guerra desatada por una insaciable avidez de materias primas y de dinero, que alimenta una economía armada, la cual exige inestabilidad y corrupción. Qué escándalo y qué hipocresía: la gente es agredida y asesinada, mientras los negocios que causan violencia y muerte siguen prosperando”, lamentó.
El Papa, después de los testimonios, se fue encendiendo y leyó el tramo final de su intervención con verdadera indignación. “Dirijo un vehemente llamado a todas las personas, a todas las entidades, internas y externas, que manejan los hilos de la guerra en la República Democrática del Congo, depredándola, flagelándola y desestabilizándola. Ustedes se están enriqueciendo por medio de la explotación ilegal de los bienes de este país y el sacrificio cruento de víctimas inocentes. Escuchen el grito de su sangre: hagan callar las armas, pongan fin a la guerra. ¡Basta! ¡Basta de enriquecerse a costa de los más débiles, basta de enriquecerse con recursos y dinero manchado de sangre!”. Muchos creían durante el día que el viaje del Papa ayudará a sanar algunas heridas. Más allá del foco mediático —como sucedió en Myanmar— a menudo no ha sido así. La República Democrática del Congo celebrará elecciones el próximo otoño.
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