Pedro Castillo insiste en su condición de presidente desde prisión: “Soy fiel al mandato popular”

El mandatario detenido tras un intento de autogolpe ha pasado del abatimiento a la euforia mientras la fiscalía le imputa delitos que suman 50 años de prisión

Pedro Castillo, el 11 de octubre de este año.El Comercio (Europa Press)

Llegó hundido. En unas horas había pasado de ser el jefe de Estado a estar detenido en una sala desnuda amueblada con una mesa y seis sillas. Los que lo vieron en ese momento lo describen confundido, desorientado. No era el final que esperaba para su intento de autogolpe de Estado. La gente ha tratado de entender lo que lo empujó a tomar una decisión así de drástica, pero nadie acierta con una respuesta convincente. En la calle no le respaldaban ni los militares, ni los empresarios, ni los medios de comunicación. Gana enteros la idea de que fue de una de las intentonas más torpes que haya ejec...

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Llegó hundido. En unas horas había pasado de ser el jefe de Estado a estar detenido en una sala desnuda amueblada con una mesa y seis sillas. Los que lo vieron en ese momento lo describen confundido, desorientado. No era el final que esperaba para su intento de autogolpe de Estado. La gente ha tratado de entender lo que lo empujó a tomar una decisión así de drástica, pero nadie acierta con una respuesta convincente. En la calle no le respaldaban ni los militares, ni los empresarios, ni los medios de comunicación. Gana enteros la idea de que fue de una de las intentonas más torpes que haya ejecutado nunca antes un aspirante a autócrata.

Sus primeras jornadas sin libertad fueron las más difíciles. Estaba irascible. Se quejaba de que no le dejaban comunicarse con su esposa ni sus hijos, de acuerdo al testimonio de alguien de su entorno. En ese centro también está preso Alberto Fujimori, pero él se encuentra en el área penitenciaria, mientras Castillo duerme en un área de detenidos. Las dos zonas están incomunicadas. El presidente de origen japonés que disolvió el Congreso y gobernó los siguientes ocho años a su antojo no se ha cruzado al profesor de escuela que quiso hacer lo mismo y no lo logró.

En los días posteriores al anuncio de autogolpe se especuló con la posibilidad de que Castillo hubiera sido narcotizado. Uno de sus abogados deslizó que le habían colocado alguna sustancia en el agua con el que trató de combatir la sequedad de la boca que le producía el momento. El presidente leyó nervioso y destemplado, no parecía dichoso de ponerse el Estado por montera. Pero él mismo no ha querido seguir esa estrategia de defensa. El domingo le entregó una carta a un político amigo en la que contaba que grupo de médicos “camuflados” y una fiscal “sin rostro” le obligaron a sacarse una prueba de sangre sin su consentimiento. Se trataba de una prueba toxicológica, según fuentes judiciales.

Fotografías de una carta compartida por Castillo en sus redes sociales este lunes.@PedroCatilloTe (RR. SS.)

Lo ocurrido disparó la paranoia de Castillo: “No descarto que este plan maquiavélico esté dirigido por la señora fiscal de la Nación, el presidente del Congreso y la señora Dina Boluarte (su sucesora)”, dijo. A partir de ahí, cuentan, entró en un estado de euforia que lo acompaña hasta el día de hoy. Se siente respaldado por presidentes como Andrés Manuel López Obrador o Gustavo Petro. Se ha convencido de que él es un preso político perseguido por los poderes fácticos que le han impedido gobernar desde que hace 18 meses se enfundara la banda presidencial.

En ese tono difundió este lunes una carta. Asegura que está secuestrado en la sede de la División Nacional de Operaciones Especiales (Dinoes), donde permanece recluido, y que su sucesora, la que era su vicepresidenta, no es más que una usurpadora. Se siente humillado, incomunicado, maltratado. “Querido pueblo peruano grandioso y paciente —escribe—. Yo Pedro Castillo, el mismo que hace 16 meses me eligieron todos ustedes para ejercer como presidente constitucional de la República. Les hablo en el trance más difícil de mi gobierno, humillado, incomunicado, maltratado y secuestrado, pero aún así revestido de la lucha de ustedes, de la majestad del pueblo soberano, pero además infundido por el glorioso espíritu de nuestros ancestros”.

Dicho de otro modo, se considera todavía el jefe de Estado de Perú. “Les hablo ahora para reiterar que soy incondicionalmente fiel al mandato popular y constitucional que ostento como presidente y no renunciaré ni abandonaré mis altas y sagradas funciones”. La realidad es bien distinta. Legalmente, ha sido destituido por el Congreso y los delitos que le imputa la fiscalía suman 50 años de cárcel —rebelión (30 años); conspiración para rebelión (10); abuso de poder (4); y perturbación de la tranquilidad pública (6)—.

El cambio de rol de Castillo ha espantado a algunos de sus abogados, que han decidido no defenderle. El profesor de escuela arrastra otros casos de corrupción —54 investigaciones— que en años de cárcel suman varios siglos. Él lo ve como una persecución política. Sumido en un estado de exaltación, está convencido de que el mundo abrirá los ojos y contemplará la situación desde su punto de vista. Será el presidente de Perú, aunque los hechos le desmientan.

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