Itamar Ben Gvir, la estrella ultra de las elecciones en Israel
El auge del discurso radical y racista del candidato de Sionismo Religioso ilustra la derechización del país en las últimas dos décadas. Su lista saldrá de los comicios del martes como tercera fuerza del Parlamento, según los sondeos
Itamar Ben Gvir sube al escenario en Tel Aviv como una estrella de rock, mientras suena a todo trapo una canción que lo alaba por decir a los terroristas que van a morir. Es, al fin y al cabo, en lo que se ha convertido de cara a las elecciones del martes en Israel, en las que su lista, Sionismo Religioso, se erigirá como tercera fuerza del Parlamento al subir de seis a hasta 15 escaños de un total de 120, según las encuestas. Poco importa que sea el número dos de la lista: Ben Gvir es la sensación que eclipsa el resto de los debates y...
Itamar Ben Gvir sube al escenario en Tel Aviv como una estrella de rock, mientras suena a todo trapo una canción que lo alaba por decir a los terroristas que van a morir. Es, al fin y al cabo, en lo que se ha convertido de cara a las elecciones del martes en Israel, en las que su lista, Sionismo Religioso, se erigirá como tercera fuerza del Parlamento al subir de seis a hasta 15 escaños de un total de 120, según las encuestas. Poco importa que sea el número dos de la lista: Ben Gvir es la sensación que eclipsa el resto de los debates y marca el paso hasta a sus detractores árabes y de centroizquierda. Pero es, sobre todo, el hombre que ha pasado en poco tiempo de paria radical al que evitar en público a posible ministro a cargo de la policía, si forma Gobierno con el Likud de Benjamín Netanyahu y los partidos ultraortodoxos, de lo que los sondeos lo sitúan a un solo diputado. Su discurso ultranacionalista y racista y su actitud de “no vine a pedir perdón” tocan las teclas adecuadas en una sociedad en la que el porcentaje de población judía que se define de derechas ha pasado en apenas cuarto de siglo del 40% al 62%. “Somos los dueños del lugar” es una sus frases favoritas.
En el mitin en Tel Aviv, Ben Gvir escoge sus palabras, consciente de que un desliz puede frenar su imparable ascenso. Reprende al público ―enardecido como si estuviese en un partido de fútbol― por corear “¡Muerte a los árabes!”. “No digáis eso. Solo a los terroristas”. Nota la decepción, así que enciende de nuevo la mecha al dejar claro que al que lance un cóctel molotov le espera la pena de muerte. También corrige a un seguidor que grita que Netanyahu “es un izquierdista”. “No lo es. Y quiero hacerlo primer ministro. Eso sí, en un Gobierno plenamente de derechas”.
Sus predecesores sobre el escenario se muerden menos la lengua. El número siete de la lista, Almog Cohen, sube directamente con una pistola en el cinto; el abogado y tertuliano Yoram Sheftel ―que el año pasado comparó al Gobierno con las autoridades judías que establecieron los nazis― pide “acabar con la dictadura del Tribunal Supremo”, y la activista antinmigración Sheffi Paz carga contra la “izquierda antisemita” por permitir que el sur de Tel Aviv esté “ocupado por infiltradores y migrantes”. A la entrada, detractores y partidarios se lanzan consignas a apenas cinco metros. “El fascismo no pasará”, gritan los primeros; “vosotros sois los racistas, no hay un solo negro en vuestros kibutz”, responden los segundos.
Ben Gvir, que vive en el asentamiento de Kiriat Arba, cerca de la ciudad cisjordana de Hebrón, tenía hasta hace poco en su salón un retrato de Baruj Goldstein, el colono que en 1994 entró en la mezquita de Hebrón durante el rezo y asesinó a 29 palestinos al abrir fuego contra la multitud. “¿Qué le dices a tu hijo sobre él?”, le preguntaban en una entrevista. “Que es un hombre justo, un héroe”, responde. Lo quitó de cara a las elecciones de 2020. Un año más tarde, entró en el Parlamento.
En 1995, con apenas 19 años, apareció en televisión manoseando el emblema del Cadillac oficial del primer ministro Isaac Rabin, diana entonces de una intensa campaña ―incluidas amenazas de muerte― por haber firmado los Acuerdos de Oslo con los palestinos. “Igual que llegamos a la insignia, podemos llegar a Rabin”, declaraba a la cámara. El jefe de Gobierno fue asesinado semanas más tarde, por otro ultranacionalista israelí, tras un acto en Tel Aviv en favor de la paz.
El ejército lo eximió del servicio militar obligatorio por la radicalidad de sus ideas. Según su propio cómputo, ha sido imputado medio centenar de veces, por delitos como incitación al racismo o apoyo a organización terrorista, y condenado ocho, lo que no le impidió convertirse en abogado. Ha sido uno de los defensores de referencia de la derecha colona y de una organización, Lehava, dedicada a luchar contra las relaciones sentimentales entre judíos y no judíos.
Buena parte del éxito de Ben Gvir tiene que ver con su normalización en la esfera pública. Se ha pasado la campaña de plató en plató de televisión y su presencia no se limita a los informativos. Un día después de sacar una pistola en Jerusalén, quitó importancia al tema entre risas mientras preparaba pimientos rellenos en un programa de cocina.
Ben Gvir es un discípulo de Meir Kahane, el rabino estadounidense-israelí cuyo partido, Kaj, fue ilegalizado y designado organización terrorista en Israel. Defendía la deportación de los árabes e ilegalizar las relaciones sexuales entre judíos y árabes. Cuando tomaba la palabra, hasta el primer ministro conservador Isaac Shamir llegó a abandonar la Knesset (Parlamento).
Ben Gvir sigue respetando a Kahane, asesinado en 1990 en Nueva York por un egipcio-estadounidense, pero ya no defiende expulsar a todos los árabes. Solo a los ciudadanos “desleales”, entre los que incluye a quienes tiren piedras o hagan declaraciones “a favor del enemigo en tiempo de guerra”. Mandarlos en tren a Europa, “donde hacen falta trabajadores”, decía recientemente. También la pena de muerte por lanzar cócteles molotov, penas de prisión por tirar piedras, inmunidad para soldados y policías, la anexión de Cisjordania y la relajación de las normas de apertura de fuego. En un ya famoso incidente, el 13 de octubre en Jerusalén Este, sacó su propia pistola mientras exhortaba a los policías a disparar contra los palestinos que les lanzaban piedras.
“El problema no es lo que dice. Es lo que no dice”, señala por teléfono Gideon Rahat, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Hebrea de Jerusalén y experto en el sistema político israelí, que quita, sin embargo, hierro al auge. “Son oleadas, como las que hubo en los setenta o en la Segunda Intifada (2000-2005). Si nos atenemos al pasado, no tiene por qué haber venido para quedarse […] Son las quintas elecciones [desde 2019], la gente busca algo nuevo y él sabe decir lo que funciona”, argumenta.
El programa satírico de televisión Eretz Nehederet ilustró el fenómeno Ben Gvir la semana pasada en un sketch. El cabeza de lista, Bezalel Smotrich, y él entran en una tienda de Zara para apoyar a la cadena española ante el boicot palestino porque el dueño de la franquicia en Israel albergase en su residencia un evento de la candidatura. Una de las dependientas palestinas pregunta a Ben Gvir: “¿quién te ha ayudado?” y él responde: “La demografía y Bibi”.
Bibi, como se conoce popularmente a Netanyahu, fue quien le abrió la puerta al mainstream el año pasado. Necesitado de apoyos para recuperar el poder, el líder del Likud ha admitido que se reúnen semanalmente y que le dará una cartera si gobiernan juntos, a diferencia de hace un año, cuando descartaba incluirlo en el gabinete. Eso sí, se ha pasado toda la campaña evitando la foto juntos, hasta el extremo de forzarlo hace dos semanas a bajar de un escenario para no coincidir.
En cuanto a la demografía, las altas tasas de natalidad de ultraortodoxos (casi siete hijos de media) y nacionalistas religiosos han aumentado su peso poblacional con el paso del tiempo. Son dos colectivos que votan derecha en masa, mientras que el menguante Israel secular está dividido entre un tercio de izquierdas, uno de centro y otro de derechas, sin que ningún partido atraiga más del 11% de sus votos.
“En poco más de 20 años, el número de israelíes judíos que se define de derechas ha aumentado de forma sostenida, a la par que ha decrecido el de quienes lo hacen de izquierdas. Si entonces estaban igualados al 40%, ahora un 62% se considera de derechas y solo un 12% de izquierdas”, explica por teléfono Or Anabi, investigador del Instituto Israelí para la Democracia que ha publicado un análisis sobre el tema.
Otro dato revelador es que los israelíes judíos de entre 18 y 24 años ―una franja de edad a la que se suelen atribuir posiciones progresistas que se diluyen al envejecer― es hoy más conservadora (70%) que la media. Por eso, Anabi estima que la derecha más radical “no va a desaparecer, sino que seguirá desempeñando un papel determinante en los próximos años”.
La derecha, de hecho, no está solo en el bloque pro-Netanyahu. También en la diversa coalición de Gobierno, unida por su rechazo al líder del Likud, no por afinidad ideológica. Controla 72 de los 120 escaños de la Knesset.
Los enfrentamientos entre judíos y árabes en ciudades mixtas en mayo de 2021 ―con muertos, palizas y ataques a casas, sinagogas y un cementerio musulmán― también han impulsado a los ultras. “Cuanto más pasa el tiempo, más entendemos lo significativo que fue”, subraya Anabi. Los simpatizantes de Ben Gvir suelen sacar el tema en las conversaciones. El número de judíos y árabes que ven posible convivir ha caído desde entonces en los sondeos.
En un momento del mitin en Tel Aviv, el público coreaba a Ben Gvir: “¿¡Quién ha llegado!? ¡El próximo primer ministro!”.
― “Aún no”, respondió. “Soy joven, solo tengo 46 años”
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