El miedo a un cierre de fronteras tras la movilización de Putin acelera la salida de rusos a Georgia

Familias enteras abandonan Rusia hacia el país vecino para evitar que los hombres sean enviados a la guerra en Ucrania

Ciudadanos rusos cruzan la frontera a Georgia en el paso de Verkhny Lars, el 26 de septiembre. Foto: IRAKLI GEDENIDZE (REUTERS) | Vídeo: EPV

Andrei, un ruso de 36 años que trabajaba hasta la semana pasada en el sector de la construcción, intentaba subir este lunes a duras penas, con una mochila en la espalda y otra en el pecho, la cuesta empinada que hay frente a la frontera de Georgia con Rusia, cercana al pueblo de Stepantsminda, de unos 2.000 habitantes. Andrei arrastra más de tres días de viaje. Le acompaña Anna, su esposa, también de 36 años y profesora. Un metro por delante de ellos va su hijo de 12 años en otra bici y junto a la madre, dos niñas de 6 y 9 años. “Nos puede hacer una foto si quiere”, dice Andrei. “Así el mundo ...

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Andrei, un ruso de 36 años que trabajaba hasta la semana pasada en el sector de la construcción, intentaba subir este lunes a duras penas, con una mochila en la espalda y otra en el pecho, la cuesta empinada que hay frente a la frontera de Georgia con Rusia, cercana al pueblo de Stepantsminda, de unos 2.000 habitantes. Andrei arrastra más de tres días de viaje. Le acompaña Anna, su esposa, también de 36 años y profesora. Un metro por delante de ellos va su hijo de 12 años en otra bici y junto a la madre, dos niñas de 6 y 9 años. “Nos puede hacer una foto si quiere”, dice Andrei. “Así el mundo se dará cuenta de en qué situación estamos viviendo ahora los rusos”.

Andrei, como decenas de miles de rusos en estos días, intenta escapar de la leva que las autoridades rusas anunciaron el pasado miércoles para combatir en Ucrania. La salida hacia Georgia se ha acelerado, según destacan los vecinos de la zona, en parte impulsada por el miedo a un cierre de la frontera por parte de Moscú o Tbilisi.

La pareja tardó apenas una media hora en decidirse para escapar de su país tras anunciarse la movilización forzosa la semana pasada. Andrei relata: “Yo le pedí una señal a Dios. Y enseguida vi en el teléfono un anuncio publicitario donde decía: ‘Aprovecha la oportunidad”. No dudaron en hacer el viaje con sus hijos. “En Rusia hay muy buena gente”, explica Andrei, “y cuando los taxistas nos han visto con las bicicletas y los niños nos subían gratis en sus coches”.

Cuando se les pregunta qué van a hacer con la escolarización de los niños en Georgia, se encogen de hombros. De momento, la necesidad más apremiante es salir de la frontera y llegar a la capital, Tbilisi, a cuatro horas en coche. Los taxis, que el domingo costaban 50 euros, este lunes han subido a 60. La mayor afluencia de rusos encarece los precios.

El discurso de Vladímir Putin del pasado miércoles, en el que anunciaba una “movilización parcial” de la población civil para combatir en Ucrania, ha provocado una desbandada hacia Georgia de gente que no quiere formar parte de lo que el líder ruso se niega a llamar guerra. Tras el anuncio han llegado a Georgia cientos de hombres, muchos de ellos amigos que viajaban en grupo. El domingo ya comenzaron a llegar también algunos acompañados de sus parejas. Y este lunes, según confirmaban todos los vecinos consultados en Stepantsminda, el pueblo georgiano más cercano a la frontera rusa, han llegado más rusos que ningún día. Y decenas de ellos, con la pareja y los hijos.

Anastasia, de 36 años, lleva en brazos un bebé de 11 meses. Ha cruzado la frontera este lunes junto a su esposo, Alexánder, de 38, y con otro hijo, de cinco años. “De momento, la escolarización no es un problema”, cuenta. “Porque en nuestro país es obligatoria a partir de los seis años”.

Otra mujer, con hijos de cinco y dos años, no ha querido decir abiertamente que venían tanto ella como su esposo huyendo de la movilización forzosa, que Moscú prevé que alcance a 300.000 personas. Y otra madre con una niña en un carro de bebé tampoco quiere hablar ―los entrevistados, además, prefirieron no dar su nombre real por miedo a represalias―. Su marido se afana en encontrar un taxi. Pero habla la amiga que la acompañaba: “Venimos todos desde San Petersburgo y nuestro objetivo es llegar a Turquía”.

Andrei, junto a su esposa Anna, y dos hijas, este lunes tras atravesar la frontera de Rusia con Georgia.Francisco Peregil Pecellín

Temor al cierre de fronteras

El músico Rasti, de 31 años, ha viajado a la frontera de Georgia junto a su esposa, Alisa, de 29, arrastrando dos maletas medianas durante los últimos 30 kilómetros, que han recorrido a pie. “Es muy probable que Putin cierre las fronteras uno de estos días. Por eso la gente, entre 18 y 55 años [en edad de servir en el ejército], tiene prisa en venir a Georgia”.

Varios periodistas de Georgia han informado de que las autoridades rusas han enviado tropas a los montes fronterizos con Georgia para evitar que los rusos crucen campo a través. Un periodista georgiano asegura: “Atravesar por los montes les sale gratis a los rusos, no tienen que pagar ningún soborno en la frontera. Y el Gobierno georgiano no quiere enviar a sus soldados a los montes”.

Rasti cree que el cierre de fronteras es inminente y asegura que los rusos que tienen entre 18 y 55 años solo tienen dos opciones: o ir a la guerra o a la cárcel. “Y como las cárceles rusas son terribles, en realidad solo nos dan a elegir entre morir en el frente o en una celda”. El músico cree que la iniciativa de países como Alemania, de ofrecer visados a los rusos que quieran evitar la guerra, “está muy bien”. “Cuantos menos soldados tenga el ejército ruso, más debilitado estará”.

Mientras tanto, en el pueblo de Stepantsminda, algunos georgianos hacen su agosto. Salomé, al frente de una tienda, cuenta que nunca había visto llegar a tantos rusos como este lunes. “Me he quedado sin pan, sin leche y sin huevos. También suelen comprar vodka, cerveza y tabaco”. En el restaurante Kazbegya no dan abasto para atender las mesas. Nika, un camarero de 19 años, afirma: “El 99,9% de los que están aquí son rusos. Muchos son simpáticos, aunque algunos te tratan con aire de superioridad”. Nina, propietaria de un hotel, explica: “Aquí en este pueblo nunca hubo problemas con los rusos. Pero, eso sí: ellos tienen que tener presente que en este país son huéspedes”.

Lali, una vendedora de 70 años, apostada en una tienda de productos típicos de Georgia, recuerda que muchos de los rusos que vienen son pobres: “Para mí una cosa es la política y otra es la gente. Y esta gente necesita que los acojamos bien. Mi hermana tiene un hotel en el pueblo. Algunos de los rusos de 20 años que llegan se sorprenden de que ella los acoja tan bien. Pero es así como tenemos que tratarlos”.

No se sabe cuánto tiempo podrá mantener Georgia, un país de 3,7 millones de habitantes, la llegada diaria de centenares y hasta miles de rusos. De momento, los que llegan vienen con dinero suficiente para ser estafados por la mafia de los taxis desde que pisan la frontera. La mayoría de los taxistas georgianos consultados no quisieron hablar sobre los rusos.

Los rumores de la frontera

También hay muchos rusos que han logrado pasar a Georgia con sus coches, después de dos largos días esperando en la frontera. Ese ha sido el caso de Andrei, de 25 años, y de su esposa, Nina, de la misma edad. “La gente se estaba poniendo muy nerviosa en las colas”, explica Nina. “Porque se empezó a rumorear que Georgia cerraría la frontera en cualquier momento. Y había una caravana de coches de decenas de kilómetros y había algunos que querían avanzar a toda costa. La gente pegaba sus coches a apenas diez centímetros del siguiente, para que nadie se les colase”.

“Los policías rusos”, cuenta Andrei, “nos decían a algunos, mientras miraban nuestros pasaportes: ‘¡A ti te han movilizado para ir a Ucrania!. Pues te voy a entregar ahora mismo’. Y enseguida decían: ‘Que no, hombre, que es broma. Pasa”.

Cree que a él, por el momento, no lo llamarán. “Pero es muy probable que me llamen en los próximos meses. Así que no he querido arriesgarme. Georgia es la tierra de mis abuelos, no he estado nunca y vamos a intentar pasar aquí unos meses”. Nina asegura que la decisión no fue nada fácil: “Teníamos dos perros y los hemos tenido que dejar en Moscú, uno con mi madre y otro con mi suegra”.

Cuando se les pregunta por qué viene tanta gente desde Moscú, si tal vez hay regiones rusas más pobres donde se recluta a más gente, la mujer asegura que en la capital rusa también están llamando a los hombres. “Al padre de un amigo mío, de 25 años, lo han llamado. El padre tiene 47 y la madre no tiene trabajo. La situación es difícil para esa familia”.

—¿Y qué ha hecho el padre?

—Está intentando esconderse, como todo el mundo, responde Nina.

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