La primera vuelta de las elecciones en Francia perfila un paisaje político de extremos

El voto antisistema acelera la desaparición de los partidos tradicionales. Como única respuesta a las propuestas de los partidos más radicales queda un centro de futuro también incierto después de 2027

Carteles electorales de Marine Le Pen que han sido rasgados, este sábado en París. Foto: JOEL SAGET (AFP) | Vídeo: EPV
París -

Podría parecer un guion de ese futuro sombrío que tanto le gusta trazar en sus novelas a Michel Houellebecq. La primera vuelta de las elecciones presidenciales del domingo han confirmado, y hasta sentenciado, la descomposición, iniciada en 2017, de los partidos tradicionales que vertebraron Francia las últimas décadas. Queda un paisaje político cada vez más radicalizado en los extremos, con una opción de centro como única alternativ...

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Podría parecer un guion de ese futuro sombrío que tanto le gusta trazar en sus novelas a Michel Houellebecq. La primera vuelta de las elecciones presidenciales del domingo han confirmado, y hasta sentenciado, la descomposición, iniciada en 2017, de los partidos tradicionales que vertebraron Francia las últimas décadas. Queda un paisaje político cada vez más radicalizado en los extremos, con una opción de centro como única alternativa porosa. Su futuro también es incierto, como tarde a partir de 2027, cuando Emmanuel Macron, cuya figura ha fagocitado a la izquierda y a la derecha moderadas, ya no pueda seguir optando al poder, ya que la Constitución solo permite una reelección consecutiva. Todo ello con una falta de mecanismos de freno ante nuevos (y según muchos analistas, casi seguros) conflictos sociales, tras la desaparición acelerada también de intermediarios como los sindicatos que, en los cinco últimos años, han perdido buena parte de su poder.

Paradójicamente, los que más celebraron la noche del domingo los resultados electorales fueron los militantes de Francia Insumisa, cuyo líder, Jean-Luc Mélenchon, ha quedado eliminado, y los de la candidata de extrema derecha Marine Le Pen, a quien la mayor parte de los sondeos vuelve a dar como perdedora en una segunda vuelta, aunque de forma mucho menos pronunciada (y, por tanto, menos segura) que cinco años atrás.

Es un júbilo comprensible: desde el domingo, tanto a la izquierda como a la derecha del macronismo, casi solo queda tierra quemada antes de llegar a los extremos de mélenchonistas y lepenistas, tras los votos casi irrelevantes obtenidos por el Partido Socialista (1,7%), los Verdes (4,6%) o los comunistas (2,28%), pero también por Los Republicanos (4,7%). Estas cifras tan bajas ponen en peligro a sus partidos, ya que el Estado solo devuelve los gastos de campaña a los candidatos que obtengan más del 5% de los votos. Tanto la conservadora Valérie Pécresse como el ecologista Yannick Jadot lanzaron un grito de ayuda urgente este lunes pidiendo donaciones con las que sufragar unos gastos que, en el caso de los conservadores, ascienden a siete millones de euros. La perspectiva de ruina no es una amenaza vacía.

Un tercio de voto ultra

Cinco años después de la primera gran derrota de los socialistas franceses que venían de gobernar, “hablamos de la desaparición completa de la izquierda de Gobierno”, advierte el politólogo Dominique Reynié. “Solo quedan pequeños trozos. Solo queda una izquierda protestataria, la de Mélenchon”, explica el director del laboratorio de ideas Fondapol. Similar paisaje se dibuja a la derecha. “Ya solo queda la extrema derecha. Cuando se suman los votos de Marine Le Pen, Éric Zemmour y Nicolas Dupont-Aignan, llegamos a un tercio del voto francés. Es algo totalmente inédito. Jamás había sucedido, en 2017 estábamos en 27%”, señala en una entrevista en su despacho en París con corresponsales europeos.

Pero Reynié va más allá en sus cálculos: “Si sumamos el total de voces antisistema o protestatarias, [los trotskistas] Nathalie Artaud y Philippe Poutou, Mélenchon, y [los ultras] Le Pen, Zemmour y Dupont-Aignan, llegamos al 55% de los sufragios”. En 2017, recuerda, eran 48%, ya era alto. Y si se cuenta no solo a los que acudieron el domingo efectivamente a votar, sino a todos los franceses inscritos para hacerlo —es decir, incluyendo el otro casi récord de esta primera vuelta, 26,3% de abstención, la segunda mayor cifra desde 1965—, la suma sigue aumentando: “Llegamos a dos tercios de franceses que no se reconocen ya en los partidos moderados, entre los que incluyo incluso al Partido Comunista”. Es “espectacular”, dice con voz preocupada. ¿Qué consecuencias podrá tener en la segunda vuelta? ¿Y en las legislativas? ¿Y para los próximos cinco años? “Entramos en territorio desconocido”, reconoce Reynié.

Esta incertidumbre política tiene como telón de fondo un ambiente social crispado tras un primer mandato de Macron marcado por crisis: las sociales como la de los chalecos amarillos y largas huelgas, como la que le llevó a retirar su reforma de la jubilación (que ahora vuelve a traer); la crisis sanitaria del coronavirus y las protestas de los antivacunas. Y ahora la guerra de Ucrania.

Desde 2019, Fundapol ha hecho seis estudios sobre el riesgo populista en Francia. Con un foco especial en los chalecos amarillos que, advierte Reynié, están muy lejos de ser cosa del pasado. “Jamás medimos tanta simpatía por ellos como en marzo de 2022. ¡49% de simpatía en el último estudio!”, destaca. Sus informes confirman también lo que otras encuestas señalan desde hace tiempo: entre los jóvenes, que este domingo votaron mayoritariamente por Mélenchon (34,5% entre los votantes de 18 a 34 años) y Le Pen (la más votada por los electores de 25 a 49 años), “el apoyo a los chalecos amarillos, a los antivacunas y a los anti pasaporte sanitario es muy elevado”. Hasta del 66% entre los votantes de 18 a 24 años, apunta.

Estos datos muestran “una especie de ebullición social detrás de esta votación que, desde luego, no acabará en dos semanas cuando se designe al vencedor de la elección”, advierte. Y ello acarrea otro problema en un paisaje político donde no solo parecen borrados del mapa los partidos moderados, sino también los sindicatos y otros posibles mediadores sociales en momentos de crispación. “Si ya no quedan partidos ni sindicatos y quieres una salida política a tu protesta social, tienes que presentar un candidato. Marine Le Pen, hoy en día, representa la salida política en la que los chalecos amarillos, los antivacunas y los anti pasaporte sanitario no habían pensado. ¿Cómo no va a servirse esta sociedad en ebullición, que se ha quedado sin agentes intermediarios, de unas elecciones presidenciales para manifestar su protesta? ¿Y cómo puede entrar ahí un candidato moderado?”.

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