Kais Said, presidente de Túnez, el profesor de Derecho que abrazó el populismo

Un desconocido cuando llegó al poder en 2019, el jefe de Estado del país magrebí defiende la democracia directa frente a la representativa

El presidente tunecino, Kais Said, en su juramento en el parlamento en octubre de 2019. En vídeo, las claves sobre la crisis en Túnez. Vídeo: EUROPA PRESS / QUALITY

No deja de ser irónico que haya sido precisamente Kais Said, un profesor de Derecho Constitucional que saltó tardíamente al ruedo político, quien ha sumergido a Túnez en su más grave crisis constitucional desde la revolución de 2011. Sin con...

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No deja de ser irónico que haya sido precisamente Kais Said, un profesor de Derecho Constitucional que saltó tardíamente al ruedo político, quien ha sumergido a Túnez en su más grave crisis constitucional desde la revolución de 2011. Sin contar con otro apoyo que el de un grupo de entusiastas seguidores, muchos de ellos exalumnos, Said se convirtió en la gran sorpresa de las elecciones presidenciales de 2019, en las que arrasó con más del 70% de los votos gracias a su perfil de outsider de la política en un momento de descrédito de la nueva clase política por su fracaso a la hora de llevar un mínimo de prosperidad al país. “El pueblo está con Said. Los políticos son todos unos ladrones, y los peores son los de Ennahda”, comenta Fawzi, un taxista que se lleva los dedos a la sien cuando habla del rais, presidente en árabe.

Su austeridad y seriedad —rara vez se le ha visto sonreír en público—, así como su voluntad de lanzar una cruzada contra la corrupción, han permitido a Said crearse una reputación de persona íntegra. Todo ello, junto a las limitadas competencias ejecutivas del presidente frente a las del primer ministro, apenas explican que Said siga manteniendo una popularidad cercana al 50% mientras Túnez se hunde acuciado por una combinación de crisis, a cual más grave.

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Said, de 63 años y nacido en la capital tunecina, es un político difícil de clasificar. Suele expresarse en un árabe clásico ampuloso, ajeno al dialecto de la calle. Por sus posiciones conservadoras en cuestiones morales —apoya la pena de muerte y no defiende los derechos de los homosexuales—, algunos medios lo calificaron de “islamista”, o incluso de “salafista”. Sin embargo, su descarnada guerra con Ennahda ha servido para desmentir ambas etiquetas. “Es un político populista laico, que consigue atraer a los jóvenes prometiendo una democracia de abajo a arriba”, sostiene Bosco Govantes, profesor de la Universidad Pablo de Olavide y especializado en Túnez. De hecho, Said es hostil a la democracia representativa, y defiende una especie de democracia directa de base local, que algunos analistas comparan con la doctrina teórica de los soviets comunistas.

Su agenda es tan radical, que el presidente no cuenta con ningún apoyo entre la élite económica. “No creo que Said se salga con la suya, no puede gobernar solo. Necesitará el consentimiento de las élites establecidas o al menos de UGTT. Sin él, no puede gobernar las masas”, sostiene el investigador Mohamed Dhia Hammami. “También me cuesta imaginar que acabe recabando el apoyo de las potencias occidentales. Y no por el hecho de que haya concentrado todos los poderes en sus manos, sino porque su agenda es demasiado radical, y podría dañar sus intereses. No goza de popularidad en el exterior”, apostilla.

Un aspecto en el que Said ha sido un político muy convencional es en su intento por ampliar los poderes presidenciales. Las rencillas entre el presidente, elegido por sufragio universal, y el primer ministro, nombrado por la mayoría parlamentaria, han sido una constante desde la aprobación de la Constitución de 2014.

Fragmentación

Curiosamente, fue el propio Said quien propuso a Mechichi, un tecnócrata que era titular de Interior, como nuevo primer ministro. Ante la fragmentación del Parlamento, los partidos habían sido incapaces de fraguar una mayoría parlamentaria. Sin embargo, una vez en el cargo, Mechichi se decantó por establecer una alianza con varios partidos, una garantía para evitar cualquier moción de censura. Said nunca le perdonó un movimiento que interpretó como una traición. Por eso, el presidente se negó a estampar su firma en el decreto de nombramiento de varios nuevos ministros tras una remodelación del Gabinete. La guerra entre ambos, que llevaría al país a más de ocho meses de parálisis, estaba abierta.

Pero los órdagos de Said no terminaron ahí. En primavera, haciendo de nuevo una interpretación muy forzada de la Constitución, se negó a sancionar la ley que reducía el quorum necesario para nombrar los magistrados del Tribunal Constitucional. A causa de la polarización y fragmentación del Parlamento, el umbral para el consenso de dos tercios del hemiciclo se ha revelado una barrera infranqueable, y siete años después de aprobar la nueva Carta Magna, Túnez aún no dispone de Corte Suprema.

Esta sería la única institución que podría delimitar los poderes presidenciales, y resolver una crisis como la actual. Pero el profesor de Derecho Constitucional decidió bloquear la nueva ley y, en consecuencia, el nombramiento de los magistrados, a pesar de que prometió poner la ley por encima de todo.

El líder que muchos analistas consideraban inclasificable tras su fulgurante aparición se ha ido amoldando a una horma de moda en los últimos tiempos: la del líder populista elegido en las urnas y que no duda en hacer una lectura de las leyes o del papel de las instituciones que se adapte a sus necesidades. Así, en la crisis actual, Said no ha respetado el artículo 80 cuando este dice que el Parlamento permanecerá en sesión permanente, sino que ha suspendido sus actividades. Said no tiene el tupé de Donald Trump, ni la labia de Recep Tayyip Erdogan, pero los expertos creen que comparte con ellos su estilo de gobernar.

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