El muro de contención de la agenda social de Joe Biden

El presidente se plantea reformar la práctica parlamentaria del filibusterismo que frena sus proyectos

El líder de la minoría republicana en el Senado, Mitch McConnell.CHIP SOMODEVILLA (AFP)

No todos tienen el dramatismo que dejó para la historia del cine un despeinado y sobreactuado James Stewart, en esa oda de Frank Capra al héroe americano corriente que es Mr. Smith goes to Washington (Caballero sin espada), de 1939. Pero existen episodios reales memorables de filibusterismo. Una táctica parlamentaria arcaica y pintoresca, pero que hoy constituye quizá el principal dique de contención a la agenda social renovadora de la Administración demócrata.

En 1957, el senador sureño Strom Thurmond...

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No todos tienen el dramatismo que dejó para la historia del cine un despeinado y sobreactuado James Stewart, en esa oda de Frank Capra al héroe americano corriente que es Mr. Smith goes to Washington (Caballero sin espada), de 1939. Pero existen episodios reales memorables de filibusterismo. Una táctica parlamentaria arcaica y pintoresca, pero que hoy constituye quizá el principal dique de contención a la agenda social renovadora de la Administración demócrata.

En 1957, el senador sureño Strom Thurmond marcó un récord al hablar durante 24 horas y 18 minutos contra un proyecto de ley de derechos civiles, cuya aprobación no logró impedir a pesar de leer enteras las leyes electorales de los 50 Estados. De mayor riqueza temática fue el filibusterismo de Huey Long, que en su empeño por bloquear la tramitación del New Deal decidió en junio de 1935 regalar a sus colegas, probablemente hambrientos en medio de un soliloquio de 15 horas y media, la lectura de algunas joyas del recetario de Luisiana, como las ostras fritas. Un cuarto de hora más corto se quedó en 1992 Alphonse D’Amato, que interpretó la canción South of the Border (Down Mexico Way), acaso consciente de que se trataba del primer gran filibusterismo emitido en directo por la televisión.

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La técnica del filibusterismo ha evolucionado, ha perdido su punto teatrero y, básicamente, ha convertido al Senado contemporáneo en una Cámara en la que las leyes se aprueban por una mayoría cualificada de tres quintos.

El filibusterismo permite a cualquier senador objetar el procedimiento de la Cámara y la votación de un determinado proyecto. La manera clásica es la de uno o más legisladores que, en pie ante sus mesas, se ponen a hablar durante horas, extendiendo indefinidamente el debate para impedir la votación, ya que pueden hablar tanto tiempo como quieran, y del tema que quieran. En 1917, el presidente Woodrow Wilson convenció a los senadores para aprobar una norma que permitiera cortar esas diatribas con el voto de una mayoría cualificada de dos tercios. Dos años después, ese voto de bloqueo se utilizó por primera vez, para aprobar el Tratado de Versalles, que puso fin a la Primera Guerra Mundial. En 1975, la mayoría se redujo a tres quintos. Por eso hoy hace falta el voto de 60 de los 100 senadores para sacar adelante los proyectos controvertidos.

Ese es el principal motivo por el que se acumulan en el Senado un montón creciente de iniciativas, aprobadas por la mayoría demócrata de la Cámara de Representantes, condenadas a languidecer en la Cámara alta debido al rechazo de los republicanos. Ahí están proyectos de ley sobre la ampliación de los derechos de voto, medidas por el control de armas de fuego, importante legislación laboral y de derechos del colectivo LGTBI y, desde esta semana, dos ambiciosos proyectos de ley sobre inmigración, que contemplan vías para dar la nacionalidad a millones de migrantes sin documentos. La gran victoria legislativa de la Administración de Biden, la reciente aprobación del gran paquete de rescate a la economía por 1,9 billones de dólares (1,6 billones de euros), sí logró la aprobación del Senado, pero con truco: hubo que recurrir a un procedimiento de urgencia llamado de reconciliación presupuestaria, que requiere solo mayoría simple.

Hay un sector del Partido Demócrata que confía en que la popularidad del paquete de rescate y la presión por sacar adelante esas otras iniciativas venzan las reticencias a cambiar las reglas del Senado, de modo que se pueda legislar por mayoría simple. Si bien no está claro que una iniciativa así pueda prosperar, sí se abre camino la idea de, al menos, ponérselo más difícil a los que quieran bloquear y volver al filibusterismo de la vieja escuela.

Hoy ni siquiera hace falta desarrollar un discurso. La minoría puede neutralizar un proyecto de ley sencillamente informando a la mayoría de que harán falta 60 votos para aprobarlo. Nada de levantarse y hablar durante horas: basta con que un asistente de un senador envíe un correo electrónico al líder de la mayoría.

El propio presidente Joe Biden, que ha sido senador durante 37 años y se ha opuesto en el pasado a terminar con el filibusterismo, se pronunció en una reciente entrevista televisiva a favor de hacer esta técnica, al menos, más difícil. “Debes trabajártelo para el filibusterismo”, dijo. La idea es volver a los viejos tiempos del filibusterismo oral. Que los senadores, si quieren bloquear un proyecto, deban de verdad levantarse y articular su oposición hablando públicamente durante horas, que no baste con advertir a la mayoría que exigirán 60 votos para aprobar un proyecto. Eso obligaría a los republicanos, la minoría en este caso, a no oponerse a toda iniciativa demócrata por sistema, sino que elegirían las medidas a las que se oponen con más intensidad y solo en esas llevarían su bloqueo hasta el final.

Poner límites al uso de la “opción nuclear” en el Senado

Los senadores tienen la capacidad de eliminar la práctica del filibusterismo recurriendo a lo que se conoce en el argot del Congreso como “opción nuclear”. Se trata sencillamente de cambiar temporalmente las reglas del Senado, ignorando las objeciones de la minoría a un proyecto o un nombramiento y permitir que pueda aprobarse por mayoría simple.

Es lo que hicieron los demócratas, liderados por Harry Reid, en 2013 hartos del bloqueo de los republicanos a los nombramientos impulsados por Barack Obama, en su Gabinete y en la judicatura. Cuatro años después Mitch McConnell, astuto líder de la mayoría republicana hasta este mes de enero, utilizó esa opción para lograr la aprobación de los nombramientos de jueces del Tribunal Supremo. Ese cambio de reglas permitió al presidente Donald Trump sentar nada menos que a tres magistrados en la más alta instancia judicial, en cargos vitalicios. Un precedente que lleva a muchos demócratas hoy a resistirse a recurrir a la opción nuclear para aprobar sus proyectos de ley.

Tampoco es probable que contaran con los votos suficientes. Los demócratas, que tienen hoy 50 senadores, solo logran la mayoría simple con el voto de desempate de la vicepresidenta Kamala Harris. Y más de un senador demócrata se opondría a recurrir a la opción nuclear. Es el caso de Joe Manchin, el centrista legislador demócrata por Virginia Occidental, que se opone a muchas de las iniciativas más progresistas de su partido.

Los republicanos prometen dar la batalla. Su líder en el Senado, Mitch McConnell, amenazó el pasado martes con una política de “tierra quemada” si deciden tocar el filibusterismo. Lo cierto es que la técnica original es casi más exigente para los senadores de la mayoría que para los oradores: estos últimos pueden turnarse para hablar, pero el partido mayoritario necesita mantener en todo momento al menos 50 senadores en la Cámara, pues de lo contrario la minoría podría suspender la sesión por falta de quórum. Eso incluiría tener en la sala toda la noche a la senadora de 87 años Dianne Feinstein, por ejemplo, o a la propia vicepresidenta Harris cada vez que los republicanos decidieran forzar una votación. Además, McConnell recordó que los demócratas no tendrán siempre la mayoría y que los republicanos también podrán promover, cuando vuelvan al poder, legislación contra el aborto, contra los sindicatos y contra la inmigración. “El péndulo oscilaría a ambos lados”, advirtió, “y oscilaría con fuerza”.

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