Un tribunal condena a 30 años de cárcel al principal acusado del ataque contra ‘Charlie Hebdo’ en 2015
14 personas han sido declaradas culpables por los atentados en la sede de la revista y un supermercado judío en Francia
Francia ha franqueado este miércoles una etapa en el duelo por los atentados islamistas que sufrió en enero de 2015. La sentencia en el proceso por los ataques al semanario satírico Charlie Hebdo y en el supermercado judío Hyper Cacher es un principio en un camino que será largo. Las heridas tardarán en cerrarse. Pero las penas de entre cuatro y 30 años de prisión a los acusados presentes en el tribunal de París ofrecen a las víctimas ...
Francia ha franqueado este miércoles una etapa en el duelo por los atentados islamistas que sufrió en enero de 2015. La sentencia en el proceso por los ataques al semanario satírico Charlie Hebdo y en el supermercado judío Hyper Cacher es un principio en un camino que será largo. Las heridas tardarán en cerrarse. Pero las penas de entre cuatro y 30 años de prisión a los acusados presentes en el tribunal de París ofrecen a las víctimas y a la sociedad francesa un primer acto de justicia ante una amenaza que sigue viva, como se ha visto con los nuevos atentados sufridos por el país mientras se celebraba el juicio.
Las condenas y las penas a los 14 acusados —tres de ellos ausentes, de los que dos probablemente estén muertos— han caído una a una con toda la precisión quirúrgica de un tribunal que se ha esforzado por ceñirse a las pruebas sin ceder a la tentación de sentenciar más allá de lo que durante tres meses se dirimió en la sala. No era fácil. A nadie se le escapaba, desde que en septiembre se abrió el juicio en París, que no solo se sentaban en el banquillo los supuestos cómplices de las matanzas de enero de 2015.
Como ha dicho en su alegato final Richard Malka, abogado de Charlie Hebdo, había una “dimensión simbólica” en el proceso: los asesinatos que se juzgaban no eran crímenes contra la libertad de expresión, por la publicación en la revista de las caricaturas de Mahoma. Y fueron crímenes antisemitas en el caso de la matanza en Hyper Cacher.
La dificultad del proceso consistía en determinar el grado de complicidad de los acusados. Los tres terroristas —los hermanos Saïd y Chérif Kouachi, y Amédy Coulibaly— no estaban: murieron tiroteados al enfrentarse a la policía y la gendarmería tras los ataques. Aquellos atentados inauguraron un año de terror yihadista que culminó, 11 meses después con 130 muertos en la sala de conciertos Bataclan, varias terrazas de la capital francesa y en el Stade de France, en la ciudad vecina de Saint-Denis.
El tribunal, presidido por el juez Régis de Jorna, ha realizado con su sentencia un ejercicio de equilibrio. Ha condenado a los acusados a penas inferiores a lo que había pedido la acusación y ha descartado los cargos por terrorismo para cinco de ellos. Y, sin embargo, ninguno ha escapado a las penas de prisión por su complicidad —más o menos consciente— en los atentados del 7 al 9 de enero de 2015, que dejaron 17 muertos en París y su periferia.
Ali Riza Polat, el principal inculpado, ha sido condenado a 30 años de prisión por complicidad con asesinato y otros crímenes y delitos terroristas. Otros tres de los acusados presentes han sido condenados por “asociación de malhechores terrorista” a penas de entre 13 y 20 años. Los condenados y la Fiscalía disponen de 10 días para recurrir el veredicto.
Los jueces han condenado a otros siete acusados por “asociación de malhechores”, sin el calificativo de terrorista, pues entendieron que estos habían suministrado apoyo logístico a los terroristas a los Kouachi y a Coulibaly sin ser conscientes de sus planes. Se trata de Saïd Makhlouf, Mohammed Farès, Abdelazis Abbad, Neetin Karasular, Michel Catino, Christophe Raumel y Miguel Martínez, que deberán cumplir penas de entre cuatro y 10 años de prisión.
De los tres juzgados en ausencia, solo se da por viva a Hayat Boumedienne, pareja de Coulibaly. Su pista se perdió en aeropuerto de Estambul, adonde llegó el 2 de enero de 2015, cinco días antes de los atentados, procedente de Madrid. Hoy se la sitúa en Siria. Fue condenada a 30 años de prisión por asociación de malhechores terrorista y financiación de terrorismo.
Los otros ausentes son los hermanos Mohamed y Medhi Belhoucine, de quienes se sospecha que murieron en Siria tras unirse al Estado Islámico. La condena para Mohamed en todo caso, fue de cadena perpetua por complicidad con asesinato y otros crímenes y delitos terroristas. Medhi ya había sido juzgado y condenado en enero de 2020 por asociación de malhechores terrorista.
Piezas imprescindibles
Todo el juicio ha sido un pulso entre la acusación y la defensa para dirimir si los acusados eran, como se presentaban a sí mismos, delincuentes de poca monta que, sin mala fe, había acabado mezclados en los planes de Kouachi y Coulibaly. O si, al contrario, resultaron ser piezas imprescindibles —y a veces bien conscientes de su papel— para que los terroristas perpetraran sus crímenes.
Los condenados, de entre 29 y 62 años, se movían en los aledaños de la marginalidad, en una zona gris entre lo legal y lo ilegal, un mundo de trapicheos, celdas de prisión y garajes en la provincia profunda que ha salido a flote durante el juicio.
Ali Riza Polat recibió de su amigo Coulibaly una tarjeta telefónica a principios de 2015 y huyó el día del atentado del Hyper Cacher para iniciar un periplo global que le llevaría a la frontera con Siria y a Tailandia. Otros acusados, como Nezar Pastor Alwatik y Amar Ramdani, pertenecían a la llamada “secta de la lavandería”. Conocieron a Coulibaly en la prisión de Villepinte y allí pudieron radicalizarse. A ellos se sumaba otro grupo, el de los traficantes de armas y otros materiales de la zona fronteriza belgo-francesa sin adscripción ideológica ni religiosa específica.
Tomados en su conjunto, y con todos sus grados de complicidad o participación, los condenados conforman una “nebulosa” sin la cual “no hay atentados”, declaró Malka a la salida del juicio.
Un terrorista no actúa solo: evoluciona en un magma radical o criminal. El mensaje a la sociedad es claro, según el abogado de Charlie Hebdo. “En ningún caso se puede ayudar a ningún terrorista”, dijo. “Ni de lejos, ni de cerca”.
El drama del terrorismo en un doble escenario
Lo que ocurría dentro repercutía fuera, y viceversa. En el tribunal se juzgaban el asesinato de los periodistas y dibujantes de Charlie Hebdo por publicar las caricaturas de Mahoma. Mientras tanto, frente a una escuela en Conflans Sainte-Honorine, cerca de París, el 16 de octubre un terrorista de 18 años y de origen checheno decapitaba al profesor Samuel Paty. Paty había mostrado a sus alumnos, en un curso sobre la libertad de expresión, las caricaturas de Charlie Hebdo.
Unos días antes, un paquistaní de 25 años había agredido a varias personas frente a la antigua sede del semanario satírico, que en vísperas del juicio publicó de nuevo las caricaturas. La serie de atentados terminó el 29 de octubre, cuando un inmigrante tunecino degolló y acuchilló a cuatro personas en la basílica de Notre-Dame, en Niza.
Más ecos. Dentro se dirimía qué responsabilidad podían tener en los atentados unos cómplices que quizá ignoraban —o querían ignorar— que lo eran. Fuera, el presidente Emmanuel Macron proponía una ley contra otro tipo de complicidad: el llamado “separatismo islamista”, considerado como el caldo de cultivo que puede conducir a los violentos a pasar a la acción.
Dentro, los supervivientes de Charlie Hebdo relataban aquellos minutos en los que los hermanos Kouachi entraron en la redacción y mataron a 12 personas. Algunos lanzaron una carga retórica contra quienes, desde la izquierda, habían sido cómplices del islamismo radical acusando a Charlie Hebdo de islamofobia. La misma crítica oyó Macron tras su plan contra el “separatismo islamista”. En varios países musulmanes, se organizaron boicots contra Francia instigados, entre otros, por el líder turco, Recep Tayyip Erdogan. La crisis ya era diplomática.
La justicia ha hablado y Charlie Hebdo sigue vivo. No ha dejado de burlarse de todas las religiones. La portada muestra a un Dios barbudo en un furgón policial, rumbo a la cárcel, y el titular: “Dios, devuelto a su lugar”.