Fiebre de negocios entre Israel y Emiratos tras el acuerdo de normalización
Más de 50.000 israelíes se disponen a viajar este mes al primer país del Golfo en establecer relaciones diplomáticas con el Estado judío, mientras florecen los intercambios bilaterales
Con la kipá y los tirabuzones, los tres hombres resultan inconfundibles mientras no paran de hacerse fotos con el móvil sobre la pasarela que lleva al Ain Dubai, la noria aún inacabada que se anuncia como la más alta del mundo. ¿Son ustedes israelíes? “Sí, sí”, responden en inglés. Cuentan que han venido a tantear oportunidades de negocio y que están encantados con el recibimiento. “Nos quieren” (“they love us”), declaran al unísono antes de añadir que se sienten “mejor tratados que en algunas ciudades europeas”.
Ese es sin duda el mensaje que quieren transmitir los dirige...
Con la kipá y los tirabuzones, los tres hombres resultan inconfundibles mientras no paran de hacerse fotos con el móvil sobre la pasarela que lleva al Ain Dubai, la noria aún inacabada que se anuncia como la más alta del mundo. ¿Son ustedes israelíes? “Sí, sí”, responden en inglés. Cuentan que han venido a tantear oportunidades de negocio y que están encantados con el recibimiento. “Nos quieren” (“they love us”), declaran al unísono antes de añadir que se sienten “mejor tratados que en algunas ciudades europeas”.
Ese es sin duda el mensaje que quieren transmitir los dirigentes de Emiratos Árabes Unidos (EAU), el primer país del Golfo en establecer relaciones diplomáticas con Israel el pasado 15 de septiembre. Antes siquiera de que entre en vigor el decreto que exime de visado a los israelíes, la presencia de estos se ha hecho notar en Dubái, el más glamuroso de los siete principados. “Es como Las Vegas, en más lujoso”, apunta uno de los visitantes entrevistados que está sondeando la posibilidad de organizar aquí bodas para sus connacionales.
En el aparente principio oficial de una hermosa amistad en Oriente Próximo –tras dos décadas de relaciones encubiertas–, más de 50.000 israelíes han reservado plaza vara viajar a Dubái, ya sin necesidad de visado, en uno de los 300 vuelos programados durante el mes de diciembre, coincidiendo con las vacaciones de Januká o fiesta judía de las luces, según informa la prensa hebrea. El primer ministro, Benjamín Netanyahu, acudió el pasado jueves al aeropuerto Ben Gurion de Tel Aviv a dar la bienvenida al primer vuelo comercial entre ambos países, de la compañía de bajo coste Flydubai. “Es la realización de un sueño, porque estamos cambiando la historia de Oriente Próximo”, fue el mantra reiterado el mandatario, quien no deja de ensalzar su logro como estadista.
El primer vuelo de la compañía Israir a Dubái ha despegado este martes de las pistas de Ben Gurion después de que Arabia Saudí le concediera permiso de paso sobre su espacio aéreo. Sin embargo, el asesinato de un científico nuclear en Irán el pasado viernes, del que Teherán ha responsabilizado al Mosad (espionaje exterior de Israel), amenaza con arruinar, por razones de seguridad, las primeras vacaciones en el Golfo para millares de israelíes.
A diferencia de la hospitalidad con certificado kosher (apto para judíos) de la que han disfrutado en Dubái los primeros visitantes israelíes, en la puritana Jerusalén los primeros viajeros de Emiratos Árabes Unidos (una delegación de empresarios) fueron recibidos en octubre con cajas destempladas cuando intentaron acceder a la Explanada de las Mezquitas, tercer lugar sagrado del islam. Entraron por la puerta de los Magrebíes, que sobrevuela el Muro de las Lamentaciones, la única controlada en exclusiva por Israel y reservada para los no musulmanes. Los guardianes de Waqf, la fundación jordana que gestiona el recinto religioso, les vetaron el paso. “Si vienen por el lado de la ocupación no serán aceptados”, advirtió el imán Ikrema Sabri, que suele dirigir el rezo del viernes en Al Aqsa, “aquí tienen que pedir permiso al Wafq islámico”.
La fiebre de los negocios desatada entre Israel y Emiratos desde que se anunció en agosto la normalización de sus relaciones diplomáticas no parece haber quedado empañada por el incidente. Es cierto que, además de los intercambios comerciales, la peregrinación a la mezquita de Al Aqsa y el santuario de la Cúpula de la Roca es el mayor atractivo para un emiratí a la Ciudad Santa. La visita se lleva ahora a cabo con discreción accediendo por el resto de las puertas de la Explanada.
No va a ser fácil llenar los 28 vuelos semanales acordados entre los dos países (aunque cuentan con 9 millones de habitantes cada uno, muchos de los casi 8 millones de residentes extranjeros en Emiratos, como paquistaníes, iraníes o sirios, tienen prohibido viajar a Israel). Las ambiciones empresariales también son mayores. En apenas dos meses se han multiplicado los planes de cooperación en diversos sectores, desde la medicina hasta las finanzas, pasando por el deporte y la cultura.
Tecnología, agricultura, tratamiento del agua, gestión de puertos como el de Haifa... no hay ámbito que se escape a la acelerada carrera en Israel por poner una pica económica en el Golfo. Los dos principales bancos israelíes, Hapoalim y Leumi, se han apresurado a cerrar acuerdos con Emirates NDB y First Abu Dhabi Bank para encauzar a través de socios financieros locales el ingente flujo de capitales previsto. La suma de intereses plantea retos de alcance global. La Bolsa de Diamantes de Dubái, donde se cierran tratos por un monto superior a los 17.000 millones de euros al año, ha establecido contactos con la de Tel Aviv, que negoció otros 10.000 millones en 2019, en un movimiento que puede desafiar la hegemonía del mercado de diamantes de Amberes.
Al día siguiente de anunciarse el establecimiento de lazos el pasado agosto, se firmó un primer acuerdo estratégico entre la emiratí Apex y el grupo israelí Tera para investigar la covid-19. A partir de ahí, ha sido un no parar. Hasta ahora, la Cámara de Comercio de Dubái ha recibido a 150 delegaciones comerciales israelíes, incluida una de colonos de Cisjordania. El Centro Financiero Internacional del emirato (DIFC), una zona económica especial con sus propios tribunales, ha anunciado la incorporación del banco israelí Hapoalim a su red de servicios financieros. El mercado central de frutas y verduras ya tiene un puesto con productos israelíes. E incluso hay un plan para importar vino de los ocupados Altos del Golán.
David Rosenberg, jefe de Economía del diario Haaretz, observa con escepticismo el auge comercial con Emiratos. “La pandemia ha afectado en gran medida a la economía de plazas como Dubái, muy dependientes del turismo y la logística en un momento de perturbación global de las cadenas de vuelos y suministros”, precisa en un análisis publicado en su diario. “El modelo de construcción masiva de casas de lujo y centros comerciales en rascacielos parece estar tocando a su fin”, advierte, “y por ello buscan la participación de Israel para desarrollar su sector tecnológico”.
Pero hasta la Liga Premier de fútbol israelí está ya en la diana de los inversores del Golfo. El jeque Hamad Bin Jalifa al Nahyan, miembro la familia gobernante en Abu Dabi, ha ofrecido comprar la mitad de las acciones del Beitar Jerusalén. El propietario del club, Moshe Hogeg, que mantendrá una mayoría de control, ha tenido que enfrentarse al rechazo del ala más radical de la afición, el grupo racista La Familia, cuyos hinchas suelen corear durante los partidos consignas del tipo “¡muerte a los árabes!”.
Ambos países parecen estar viviendo una luna de miel. Todo son facilidades para el nuevo amigo. Incluso ha abierto el primer restaurante kosher del país, un comedor temporal (pop-up) en el hotel Armani del Burj Khalifa. El empeño oficial en mostrar tolerancia empieza a resultar empalagoso. No pasa un día sin que la prensa local dé cuenta de un emiratí que estudia hebreo (con un profesor egipcio) o de encuentros entre israelíes y emiratíes en alguno de los hitos turísticos de la ciudad. Los selfis de nacionales de ambos países, con o sin sus respectivas banderas, inundan las redes sociales.
“La percepción puede ser engañosa. No todo el mundo está contento. Al menos tantos como apoyan las relaciones con Israel se muestran críticos con la medida, aunque no lo expresen”, advierte Abdulkhaleq Abdulla. Este politólogo emiratí estima que un tercio de sus conciudadanos está a favor, un tercio en contra y otro tercio duda. A pesar de la autocensura que prevalece en el país, Abdulla se identifica con los críticos.
“Aunque entiendo las necesidades e imperativos estratégicos del Gobierno del país, como ciudadano no estoy listo para la normalización”, confía a EL PAÍS. “Después de 50 años considerando a Israel como una amenaza, como el enemigo número uno, un Estado de apartheid, un resto del colonialismo, racista con los palestinos y que, sobre todo en los últimos siete años, bajo el Gobierno ultranacionalista de Netanyahu, no ha dejado de apropiarse de sus tierras, va a ser difícil cambiar de opinión”. Es un malestar que también ha expresado el emir de Sharjah y expresan en privado ciudadanos de otros emiratos del Norte (los cinco que con Abu Dhabi y Dubái forman la federación).
A diferencia de Egipto o Jordania, EAU nunca libró una guerra con Israel. Aún así, desde su independencia de la corona británica hace 49 años, esta federación de principados había respaldado la política oficial árabe de no reconocer la existencia de Israel hasta que no pusiera fin a la ocupación y hubiera un Estado Palestino. La realpolitik, sin embargo, hace ya tiempo que iba por otro camino.
Aunque sin relaciones formales, bajo la égida del jeque Mohamed Bin Zayed, príncipe heredero de Abu Dhabi y gobernante de facto de la federación, EAU ha ido encontrando una creciente confluencia de intereses con Israel. Ambos comparten la desconfianza hacia el programa nuclear iraní y el rechazo a los islamistas. Además, el líder emiratí, empeñado en convertir su pequeño país en una potencia tecnológica, ve en Israel no solo una fuente de sofisticado material de seguridad, sino un modelo.
“EAU no percibe a Israel como un enemigo”, le dijo el jeque Mohamed al subsecretario de Estado norteamericano Nicholas Burns en enero de 2007, según uno de los cables diplomáticos filtrados por Wikileaks. Ya entonces Emiratos había aceptado una visita de la Organización Judía Estadounidense, aunque tuvo que cancelarse porque se había filtrado a la prensa. Los dirigentes emiratíes siempre han preferido la discreción. Fue así como Israel abrió una misión permanente ante la Agencia Internacional de las Energías Renovables (IRENA) en Abu Dhabi en 2015. Desde entonces, los gestos de acercamiento se fueron multiplicando hasta dar la campanada con el repentino anuncio de este verano.
Carrera de armamento tras el acuerdo de paz
En pleno festín comercial y turístico, tres decenas de ONG humanitarias y grupos de control de armamento han alertado esta semana a EE UU de que la venta de aviones F-35 furtivos, misiles y drones de última generación a las Fuerzas Armadas emiratíes, en un contrato de 23.000 millones de dólares (19.100 millones de euros), cerrado en la etapa final de la Administración del presidente Donald Trump, amenaza el equilibrio militar en Oriente Próximo. Este contrato de rearme es visto como una contrapartida por la normalización de relaciones con Israel en favor de Emiratos, país que participa activamente en conflictos armados como los de Yemen y Libia. “Los acuerdos de paz han conducido perversamente a Israel a una carrera de armamento con su nuevo aliado del Golfo”, advierte Hagai Amit, analista del diario The Marker.
Netanyahu rechazó durante varias semanas que existiera vinculación entre la normalización de relaciones y la venta a Emiratos de aviones de combate invisibles al radar, que hasta ahora solo Israel tenía en su poder en Oriente Próximo. Estados Unidos garantiza que el Ejército israelí cuente con superioridad tecnológica militar en la región, de manera que los jefes del Estado Mayor han apresurado a solicitar a Washington algunas de sus más modernas armas.
En compensación por al venta de hasta 50 cazas F-35 a las fuerzas emiratíes, Israel aspira a disponer de los últimos sistemas para las escuadrillas de estos aviones furtivos que ya tiene desplegados, como bombas guiadas por láser. También quiere comprar el modelo más avanzado del caza F-15, que el Pentágono acaba de recibir y pretende que EE UU le venda en primicia y con facilidades financieras la versión “invisible” del V-22, una aeronave ultramoderna de despegue vertical diseñada para operaciones especiales.