El azote del sur de Europa modera el tono

Mark Rutte, el primer ministro de los Países Bajos, se arriesga a convertirse en la una imagen insolidaria del país en esta crisis

Mark Rutte, de camino al trabajo el 3 de abril de 2020.Patrick van Katwijk (EL PAÍS)

Defiende la solidaridad, pero siempre que su práctica no implique terremotos internos. Es el compromiso pragmático que promueve el primer ministro neerlandés, Mark Rutte, para combatir la crisis derivada de la pandemia de la covid-19 y que refleja el viejo refrán de no gastar el dinero antes de ganarlo. El experimentado político, que lleva una década en el poder, ha suavizado en los últimos días el d...

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Defiende la solidaridad, pero siempre que su práctica no implique terremotos internos. Es el compromiso pragmático que promueve el primer ministro neerlandés, Mark Rutte, para combatir la crisis derivada de la pandemia de la covid-19 y que refleja el viejo refrán de no gastar el dinero antes de ganarlo. El experimentado político, que lleva una década en el poder, ha suavizado en los últimos días el duro tono esgrimido contra el sur de Europa. Ha pasado de la vergüenza de que los Países Bajos fuera tildado de insolidario por sus socios por sus trabas a las ayudas económicas, a limar asperezas con España e Italia en la cumbre virtual de la semana pasada. Y ha conseguido ganar tiempo.

El objetivo de Rutte, de 53 años, poco ha cambiado: rechazo frontal de los eurobonos y la necesidad de que cualquier ayuda se supedite a reformas y mejora de la competitividad en el sur de Europa. El fondo de recuperación para luchar contra la crisis respaldado por el Consejo Europeo requerirá de un estudio profundo que precisa de un consenso y un ambiente político menos inflamado. Y, en ese terreno, Rutte se siente más cómodo.

“Tanto Rutte como su ministro de Finanzas, Wopke Hoekstra, se han disculpado por su tono sobre los eurobonos, pero no era la primera vez que se proponía este instrumento financiero. Se planteó en el pasado, y los Países Bajos ya lo rechazó. El choque ha sido más porque la idea de compartir los daños corre pareja a la responsabilidad, y en lugar de invocar cambios estructurales en la UE en nombre de la pandemia es posible negociar ayudas concretas que no conlleven deuda añadida. No hay que engañarse, todo lo que se está negociando ahora generará una hipoteca para generaciones futuras, y me sorprende que no se aprecien pasos como el paquete de emergencia de más de medio billón de euros ya aprobado por el Eurogrupo. De fondo subyace la convicción por parte de los Países Bajos, y Rutte representa a un partido afín al mundo empresarial, de que el sur de la UE debería mantener una disciplina fiscal que no acaba de cuajar”, dice el escritor Paul Scheffer, en conversación telefónica.

Ayuda contra chantaje

Visto así, Rutte, licenciado en Historia, soltero, pianista aficionado y profesor de secundaria a tiempo parcial que se desplaza por la ciudad en bicicleta, se sintió en cierto modo chantajeado para aceptar los eurobonos. El rechazo frontal del Gobierno neerlandés a este tipo de emisión de deuda europea —un ejemplo de libro de torpe diplomacia y pobres dotes comunicativas— provocó una conmoción en varios países de la UE.

Rutte prefiere un compromiso práctico. “Y lo cierto es que veremos las consecuencias del desembolso comunitario actual dentro de uno o dos años”, añade Scheffer, que es además catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Tilburg. “Tampoco hay que olvidar el lunes negro que vivió la diplomacia neerlandesa en 1992, durante la firma del Tratado de Maastricht”, añade. Entonces, los Países Bajos defendieron un grado más profundo de integración política —además de una unión monetaria— rechazada por amplia mayoría por el resto de los países, explica el experto. “Tras 20 años de Unión Monetaria, es hora de aceptar que hay diferencias entre los socios de la UE, y en lugar de hablar de reformas a largo plazo, compartir todo lo que sea factible”, opina.

La tentación de atribuir la firme actitud de Mark Rutte a las elecciones legislativas previstas para 2021 es inevitable. Por supuesto que le interesa el interlocutor patrio y, en estos momentos, con la enorme popularidad ganada en casa por su manejo de la crisis, no parece haber otro candidato. Wopke Hoekstra, y tal vez el titular de Sanidad, Hugo de Jonge, ambos democristianos, están bien situados, pero su partido está en horas bajas. Y entre la oposición, quizá una alianza entre socialdemócratas y ecologistas diera juego, “pero la extrema derecha de Geert Wilders, líder del Partido para la Libertad, y Thierry Baudet, cabeza de Foro por la Democracia, está casi desaparecida: piden el confinamiento a voces para luego exigir lo contrario, la apertura de empresas, así que ellos mismos se desacreditan”, sigue Scheffer.

La popularidad interna de Rutte emana a su vez de la forma con la que pide cautela a sus conciudadanos, incluso para salir a la calle de uno en uno, porque no oculta que a él también le cuesta. Ha pasado de felicitar a la gente por su madurez, a reconocer sin rodeos que las medidas de seguridad, en particular la distancia de metro y medio, no pueden relajarse “para pensar en todos”.

Por eso, porque dentro da muestras de tener una visión de conjunto, ha sorprendido su falta de tacto comunitario a cuenta de la misma unión: la solidaridad. “Tenga en cuenta que si bien los Países Bajos y Alemania no difieren mucho en el plano económico, tanto Berlín como Francia, los dos grandes de la UE, piensan más en términos de responsabilidad política en la Unión. Y los neerlandeses, que arrastran todavía el trauma de la crisis de 2008, han perdido además al Reino Unido, su gran aliado, por culpa del Brexit. De modo que ahora actúan a la vista de todos”, señalan fuentes del Instituto de Seguridad y Asuntos Globales, de la Universidad de Leiden.

En otras palabras, donde Francia y Alemania aplican una suerte de macropolítica, Rutte representa la gerencia en busca de la estabilidad contable.

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