Una porquería en el museo

Londres expone con gran éxito parte de la colosal masa de desechos petrificados que bloqueó sus alcantarillas

El 'fatberg' extraído de las alcantarillas que se exhibe en el Museo de Londres.David Parry (PA)

La nueva sensación del Museo de Londres es una porquería. Literalmente. Un hediondo engrudo compuesto por heces, toallitas húmedas arrastradas por traseros de bebés, papel higiénico usado, grasas rancias, carne putrefacta, cadáveres de insectos. En fin, etcétera.

Se trata de un pedacito de la descomunal masa de mugre que atascó el alcantarillado de Londres el pasado otoño. El fatberg de Whitechapel, lo llamaron. Los trabajadores...

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La nueva sensación del Museo de Londres es una porquería. Literalmente. Un hediondo engrudo compuesto por heces, toallitas húmedas arrastradas por traseros de bebés, papel higiénico usado, grasas rancias, carne putrefacta, cadáveres de insectos. En fin, etcétera.

Se trata de un pedacito de la descomunal masa de mugre que atascó el alcantarillado de Londres el pasado otoño. El fatberg de Whitechapel, lo llamaron. Los trabajadores de las alcantarillas acuñaron el término, algo así como montaña de grasa, para referirse a estos entes que llevan años apareciendo, en tamaños más modestos, en los subsuelos de diversas ciudades del mundo. La palabra entró en el diccionario de Oxford en 2015, junto con Brexit y manspreading. Igual que un iceberg, un fatberg es solo la punta visible de un fenómeno mucho mayor.

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Aquel hallazgo en los intestinos victorianos de Whitechapel causó sensación mundial. Medía 250 metros, como la más alta de las cuatro torres de la Castellana madrileña, y pesaba 150 toneladas. Alex Saunders, responsable de alcantarillado de la empresa de aguas londinense, definió su olor como “una mezcla de carne podrida con el hedor de un retrete pestilente”.

Inconmensurable labor la de la legión de heroicos operarios que pasaron días doblegando a aquella masa monstruosa armados con mangueras de agua a presión, martillos neumáticos y piquetas. Y agudo olfato el de Vyki Sparkes, comisaria del Museo de Londres, que tuvo la idea de rescatar una parte para exhibirlo. “Son objetos increíblemente poderosos, con la capacidad de fascinar y repugnar al mismo tiempo. Llevábamos años debatiendo la potencial exhibición de un fatberg, así que cuando oímos hablar del de Whitechapel supimos que queríamos un pedazo”, recuerda.

La materialización de la idea no estuvo exenta de retos técnicos. El fatberg tiene vida. Se contrae. Se expande. Cambia de color. Se agrieta. Suda. Hay un rosario de enfermedades que se podrían contraer respirando sus partículas o absorbiéndolas a través de la piel. Contemplándolo, uno no puede evitar imaginar que un día se quebrará como un capullo y de su interior surgirá el Demogorgon de Stranger Things. Pero lo que ha salido de su interior, de momento, es solo alguna mosca que se estrella contra el cristal de la vitrina.

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“Los riesgos de manipularlo incluyen la muerte por leptospirosis”, asegura Sparkes. “Las muestras fueron guardadas en una zona de cuarentena y solo personal entrenado y con ropa protectora, incluyendo máscaras para respirar, podía manipularlo. Tuvimos que encerrarlas dentro de dos urnas herméticas para asegurar que nada se escape a la sala. Me alegro de que lo hiciéramos, ya que una de las muestras de la exposición ha incubado moscas y continúa sudando”.

Nada de ello ha impedido a los responsables del museo estudiar la itinerancia del objeto. Al fin y al cabo, es la pieza más exitosa. El número de visitas al museo se ha duplicado. Las camisetas de “No den de comer al fatberg" se venden como rosquillas.

Más allá de manido debate sobre los límites del arte, la propuesta pretende llamar la atención sobre un fenómeno que se ha convertido en un problema medioambiental y, también, económico: deshacerse de los fatbergs cuesta a Londres un millón de libras al mes. “Todos somos un poco responsables de su creación”, explica Sparkes. “Pensé que era una gran oportunidad para empezar una conversación difícil de una manera interesante y divertida. Mucha gente me ha contado que sus hábitos con la basura han cambiado después de ver el fatberg”.

Lo cierto es que nunca antes se había preservado uno. Y hacerlo ha ayudado también a comprender mejor a estas criaturas subterráneas. Básicamente, son una mezcla de porquería, explica Sparkes, “que sufre un proceso químico llamado saponificación y se convierte en una sustancia nueva”. Con la ayuda de expertos de la universidad de Cranfield, se realizó la autopsia al fatberg y se descubrió que un 62% es grasa, un 19% gravilla procedente de la calle y luego pequeñas cantidades de proteínas e hidratos de carbono. Resulta que es muy rico en energía, por eso se está estudiando utilizarlo como biodiésel para los autobuses de Londres. Confiamos en que el Demogorgon esté de acuerdo.

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