“Rezo para que desaparezca la confusión”

Fieles y turistas se acercan a la Plaza de San Pedro en busca de respuestas

Turistas pasean por la plaza de San Pedro.FILIPPO MONTEFORTE (AFP)

En el centro de la plaza de San Pedro, bajo el obelisco, Gerardo Hojos, seminarista de Costa Rica, reza el rosario. Un forro polar, una mochila y una pequeña cruz apuntada al corazón. “Rezo para que se me vaya la confusión”, admite. “No me siento abandonado, pero intento practicar la regla de que cada uno tiene que cargar con su cruz. ¿Ahora qué?”. Cae una lluvia fina, pero el cielo está azul, una sola nube carga el aire, justo encima de la cúpula de Miguel Ángel. Turistas y fieles guardan cola para entrar al templo. De boca en boca salta la misma pregunta que se hace este cura treintañero. ...

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En el centro de la plaza de San Pedro, bajo el obelisco, Gerardo Hojos, seminarista de Costa Rica, reza el rosario. Un forro polar, una mochila y una pequeña cruz apuntada al corazón. “Rezo para que se me vaya la confusión”, admite. “No me siento abandonado, pero intento practicar la regla de que cada uno tiene que cargar con su cruz. ¿Ahora qué?”. Cae una lluvia fina, pero el cielo está azul, una sola nube carga el aire, justo encima de la cúpula de Miguel Ángel. Turistas y fieles guardan cola para entrar al templo. De boca en boca salta la misma pregunta que se hace este cura treintañero. El rebaño que acaba de perder a su pastor está preocupado.

En el borde de la columnata de Gian Lorenzo Bernini, se extiende una selva de trípodes, micrófonos y cámaras. Fabio Magni, taxista de 61 años, no se queja de que las televisiones ocupen el carril donde suele aparcar, justo donde la calle de la Conciliazione entra en la plaza de San Pedro. “Aprovecho para echar una oración. Al principio, me quedé sorprendido, desprotegido. Luego pensé que es una lección: para hacer cualquier cosa en la vida, desde el Papa hasta el taxista, hay que dedicarle toda tu fuerza y seriedad. Cuando [el Papa] supo que no podía hacerlo bien, prefirió dejarlo en lugar de dejar que otros le manipularan”.

“Es una cosa muy rara”, exclama el napolitano Pasquale Bianco, “seguro que hay algo debajo, un complot”. “El Papa es nuestro padre, le seguimos queriendo y nos acompaña”, dice su mujer María. Abre la cartera y enseña una foto de Benedicto XVI.

Un grupo de japoneses se mueve rápido tras el paraguas replegado que la guía blande como si fuese un estandarte: “Mi madre”, relata uno de ellos, “me avisó con un mensaje al móvil que decía: ‘Vas a acordarte de este día toda tu vida”. Tiene 18 años y sonríe.

Giuliana Gaudioso y Claudia Giuffrida tienen la misma edad y llegan de Catania. Son católicas. Tienen reacciones opuestas: “Si el matrimonio entre hombre y mujer es indisoluble”, dice la primera, “¿cómo no lo va a ser con Dios? Este Papa al principio me pareció frío. Aprendí a quererle porque el Espíritu Santo le eligió. Ahora, ¿en qué quedamos?”

“Tendrá sus razones”, suaviza la amiga. “Hasta Jesús era un hombre. Mi fe no vacila. Solo me pregunto si el sucesor va a seguir en lo que él dejó a medias: aclarar los escándalos y empezar a reflexionar sobre temas como preservativo y homosexualidad. No pudo llegar hasta el fondo. Espero que no volvamos atrás”.

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