Tribuna:

Sin derecho a enojarse

El espíritu guerrero del Presidente Calderón se ha vuelto un tema en México

La temporada de caza política está abierta en México, pero sólo hay un cazador. Es a quien menos quisiéramos que se hubiera colgado la escopeta y los petardos para empezar, como en galería de tiro, a disparar a todos los patos que se le crucen en frente. Pero al mismo tiempo, es de quien menos sorprende que lo hiciera, no porque lo deseáramos, sino por la inevitabilidad del destino. Hace tiempo que nadie duda que el presidente de México, Felipe Calderón, tiene un muy mal humor, y que se le ha ido acrecentando con los meses. A nadie ha defraudado.

Apenas en febrero pasado escribíamos aqu...

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La temporada de caza política está abierta en México, pero sólo hay un cazador. Es a quien menos quisiéramos que se hubiera colgado la escopeta y los petardos para empezar, como en galería de tiro, a disparar a todos los patos que se le crucen en frente. Pero al mismo tiempo, es de quien menos sorprende que lo hiciera, no porque lo deseáramos, sino por la inevitabilidad del destino. Hace tiempo que nadie duda que el presidente de México, Felipe Calderón, tiene un muy mal humor, y que se le ha ido acrecentando con los meses. A nadie ha defraudado.

Apenas en febrero pasado escribíamos aquí que el presidente Calderón era poco refractario a las críticas y sus niveles de tolerancia eran bajos. Las cosas se complicaban, se alegaba hace nueve meses, en la medida en que fuera perdiendo el consenso en su gobierno, lo que de manera automática le hacía aflorar el espíritu guerrero que lleva adentro. El diagnóstico de Calderón muestra que su estado de salud política ha empeorado. Y como se dice en los círculos políticos en el sur del país, lo mejor de todo es lo peor que se va a poner.

Tan sólo en la última semana, se enemistó con dos fuentes de respaldo económico. Socavó sus relaciones con el sector empresarial, que le ayudó como nadie para ganar la elección presidencial en 2006, quizás en forma irreversible, pues al no entender cómo le funciona la mente cada vez quieren saber menos de él los empresarios, y empiezan a buscar nuevos horizontes para las elecciones presidenciales de 2012. Casi en paralelo, acusó al gobierno y al Capitolio de Estados Unidos de encabezar medidas proteccionistas que afectan a México, justo en el momento en que urge que la economía de Estados Unidos, que empieza su recuperación, reactive las importaciones mexicanas que ayuden a aliviar la crisis en su vecino y socio comercial del sur.

Si tiene o no razón, es materia de diferente discusión. El momento es lo que llama la atención. Calderón está a disgusto porque los empresarios cabildearon en contra de un aumento general de impuestos de 3%, y molesto porque el presidente Barack Obama pensó en la economía estadounidense sin muchas contemplaciones para con la mexicana. Pero verlos como enemigos es otra cosa, justo cuando por las mismas razones de vulnerabilidad política y económica, lo que se necesitaría Calderón es construir alianzas, recuperar viejos amigos, levantar los puentes que se han caído por problemas de comunicación y entendimiento. Pero su comportamiento público ha sido tan errático en este proceso de construir consensos, como previsible en la reiteración invariable de la fama que tiene como un hombre explosivo.

Cuando describí en febrero pasado a Calderón como un Presidente de "mecha corta", que significa que se enciende rápidamente, la percepción sobre su mal carácter no estaba generalizada. Hoy, el temperamento explosivo de quien dirige a México, se ha vuelto un tema de discusión pública. Eso no ayuda a mejorar el clima de tensión que se vive en las élites políticas, en buena parte porque el propio Calderón reacciona de manera aún más negativa a este tipo de adversidades.

Su mentor político, Carlos Castillo Peraza, el último gran pensador que tuvo el PAN, el partido en el poder, a quien Calderón veía como "su otro padre", fue quien antes que nadie detectó el mal temperamento de su pupilo. Un político muy cercano a Castillo Peraza, quien también fuera líder del PAN, decía que en alguna ocasión, después de que le presentara a Calderón, le confió: "Este es un gran muchacho, pero no quiere hacerme caso. La mayoría de las veces piensa con el estómago".

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Cuando Calderón asumió la Presidencia del PAN en 1996, que le entregó Castillo Peraza, lo primero que hizo fue una purga de todo aquello que oliera a "su otro padre". Lo castigó, insultó y orilló a renunciar al partido, tiempo antes de morir. Además de su mal carácter, era mal agradecido. Exactamente lo mismo que ha hecho con los empresarios, y lo mismo que hizo con Obama, quien pese a no tener a América Latina en el radar inicial de su política exterior, decidió modificar su plan de gobierno original y comenzar con México un nuevo diseño en sus relaciones hemisféricas.

Esta actitud ya no extraña después de haber sido tan consistente en la reiteración. Tampoco debería llamarnos a sorpresa que un Presidente se enoje. Son personas de carne y hueso, no de acero y titanio. Pero preocupa el maltrato a sus colaboradores, llegando incluso a insultar con palabras onomatopéyicas a sus ministros, y más aún que el coraje porque las cosas no salen exactamente como deseen, lo sude en público.

Un Presidente tiene todo el derecho a enojarse -faltaba más-, por cualesquiera razones. Pero lo que no puede ni debe un Presidente, por las razones inherentes de su cargo, es a mostrar que está enojado y a actuar bajo la guía de la condición humana. Está al frente de un gobierno, no del cuerpo de alguaciles en el O.K. Corral. Su obligación es ser magnánimo, no un golpeador. Sus tareas son las de un mediador e intermediario entre intereses opuestos, no ser parte interesada en aquello donde por mandato es el juez.

Su responsabilidad pública le exige las conductas y los comportamientos de un Jefe de Estado, que no son las naturales de un jefe de la oposición. Un Presidente tiene que serenarse en el actuar público, tranquilizarse en el difícil arte de la manufactura de los consensos y gobernar en paz, aun para quienes le han declarado la guerra. Puede, pero no debe, tomar la escopeta y disparar contra todos, como lo está haciendo.

Raymundo Riva Palacio es director de ejecentral.com.mx

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