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La generación Z añora los años noventa. Idealiza un tiempo en que la tecnología no hipnotizaba a los jóvenes

Teléfonos básicos, fiestas sin móviles, un internet sin redes sociales. Algunos jóvenes sienten que conectan con la era predigital. Pero la nostalgia de un tiempo que no se ha vivido también tiene un reverso político

En el canto XX del ‘Infierno’ de la Divina comedia, Dante rompe a llorar al encontrarse con los magos, astrólogos y adivinos. Han sido condenados por querer conocer el futuro, ver demasiado lejos, y ahora vagan eternamente con el rostro torcido hacia atrás, de modo que sus lágrimas les caen por la espalda.

Emily Segal, autora de la novela Mercurio retrógrado (Cielo Santo, 2024) y cazadora de tendencias para grandes corporaciones, acude a esta escena para describir el momento nostálgico de la generación Z. Según la experta, los jóvenes ...

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En el canto XX del ‘Infierno’ de la Divina comedia, Dante rompe a llorar al encontrarse con los magos, astrólogos y adivinos. Han sido condenados por querer conocer el futuro, ver demasiado lejos, y ahora vagan eternamente con el rostro torcido hacia atrás, de modo que sus lágrimas les caen por la espalda.

Emily Segal, autora de la novela Mercurio retrógrado (Cielo Santo, 2024) y cazadora de tendencias para grandes corporaciones, acude a esta escena para describir el momento nostálgico de la generación Z. Según la experta, los jóvenes han dejado de mirar al futuro. Como las almas perdidas del infierno dantesco, parecen condenados a mirar hacia atrás. Los productos que consumen —remakes, revivals, secuelas y reboots— están cosidos con los retales del siglo XX, en especial los de finales de los noventa y comienzos de los años dos mil. Todo lo nuevo resulta conocido.

“La disrupción y la innovación capaces de cambiar el mundo todavía existen”, sostiene Segal por teléfono, “pero el panorama cultural dominante está saturado de remakes nostálgicos”. Pone de ejemplo la fascinación por los vinilos, walkmans, cintas de VHS, polaroids o el uso recurrente de la moda de archivo o vintage en las alfombras rojas. Recuerda que el filósofo Mark Fisher ya detectó este “estrangulamiento cultural” hace una década, como expuso en la charla La lenta cancelación del futuro. “Su máxima de que ‘nada muere’ sigue vigente 11 años después: seguimos rodeados de las mismas formas zombis que entonces”, sostiene Segal.

La nostalgia fluctúa. Unas generaciones lo son más que otras. Y no todas lo son de la misma manera. El psicólogo Clay Routledge, autor de Past forward. How nostalgia can help you live a more meaningful life (Del pasado al presente. De cómo la nostalgia puede ayudarte a llegar una vida más plena, 2023, sin publicar traducido al español), lleva años estudiando este fenómeno. Según su encuesta a 2.000 estadounidenses, un 60% de los pertenecientes a la generación Z desearían volver a un tiempo anterior a estar “conectados”, aunque ese tiempo preceda a sus vidas. El 68% siente nostalgia por épocas anteriores a su nacimiento, el 73% se siente atraído por medios, pasatiempos o estilos de esas épocas, y el 78% piensa que la tecnología actual debería integrar elementos de diseño del pasado.

Para Routledge, lo curioso de la juventud es que “no es nostálgica de momentos pasados que pertenecen a su propia vida, sino de una época histórica que no llegaron a vivir”. Explica que la clave está en observar que el tiempo que añoran coincide con el momento justo anterior a la irrupción de las nuevas tecnologías. “Mantienen una relación ambivalente con lo tecnológico: en las encuestas muchos dicen disfrutar de sus beneficios, pero al mismo tiempo expresan preocupación por sus consecuencias. De ahí su conexión con la era predigital”, señala por videollamada.

Hay un ejemplo muy ilustrativo de este tipo particular de nostalgia. Son unos vídeos virales, algunos reales y otros realizados con IA, que muestran a grupos de chavales de los años noventa a la salida de un instituto estadounidense. No hacen nada demasiado interesante ni divertido. Sin embargo, el hecho de verles interactuar sin un móvil produce un efecto casi hipnótico. Ese sentimiento de añoranza se refleja en los comentarios: “Tengo 20 años, ni siquiera había nacido cuando se grabó este vídeo, pero me deja una sensación de vacío. Mi experiencia en el instituto no fue así”. Otro usuario escribe: “Me gradué en 2015. Este parece un buen momento. No hay un teléfono a la vista. La gente realmente habla cara a cara. Ojalá hubiera podido crecer en una época como esta”.

Cada vez surgen más iniciativas que buscan contrarrestar el dominio de la tecnología sobre nuestras vidas. Desde hace años, la Unión Europea financia programas de intercambio juvenil, conocidos como Youth Exchange, que en algunas modalidades incorporan experiencias de “desintoxicación digital”. En Estados Unidos se ha hablado últimamente del dumbphone (teléfono tonto) boom para describir la popularización entre la generación Z de los teléfonos básicos, como los Nokia. También se han puesto de moda las offline parties, a las que se prohíbe entrar con un teléfono móvil. Y algunos hablan incluso del regreso del slow internet, la web de los blogs previa a la era de las redes sociales.

El joven divulgador filosófico Leo Espluga, con más de 80.000 seguidores en TikTok, contaba en uno de sus últimos vídeos que lleva tiempo intentando reducir al máximo su presencia digital. Recomendaba salir a la calle y pasear sin móvil, intentar llegar a los sitios sin mirar Google Maps. “Es increíble la energía que se tiene, la cantidad de horas que aparecen para hacer cosas, lo encendido que está el cerebro”, afirmaba.

El peligro de idealizar el pasado

De este fenómeno, que incluye una industria del déjà vu, con miles de jóvenes empeñados en rescatar los códigos del pasado, pueden extraerse distintas lecturas. El filósofo Diego Garrocho, autor de Sobre la nostalgia (Alianza, 2019), señala que sentirse desacompasado con el propio tiempo puede tener dos efectos: abrir nuevas posibilidades de futuro o alimentar una mirada nostálgica hacia el pasado. “Hay formas de mirar al pasado juiciosas, equilibradas y realistas, y otras que frisan lo mitológico”.

Los datos muestran que la generación Z, especialmente los varones, se inclina hacia posiciones más conservadoras. Un estudio de Ipsos y el King’s College de Londres revela que el 60% de los hombres de esta generación en 31 países consideran que “la igualdad de género ha ido demasiado lejos”. Crece también la insatisfacción democrática: de acuerdo con una encuesta publicada en 2025 por Circle (universidad privada de Tufts, Massachusetts), solo el 36% de los jóvenes estadounidenses confían en que la democracia pueda resolver los problemas del país, y apenas un 16% de ellos creen que “funciona bien para los jóvenes”.

Para Mario Ríos, analista político y profesor asociado en la Universitat de Girona, la nostalgia juvenil es un síntoma de su giro reaccionario. “Los partidos de la derecha radical siempre son nostálgicos porque apelan a un pasado mítico”, explica por teléfono. En su opinión, se trata de una reacción coyuntural ante la falta de horizonte. “Viven en un mundo cada vez más complejo e incierto. Miran al pasado intentando deshacer las decisiones que, en su opinión, nos han desgajado como sociedad. Idealizan los noventa, cuando el neoliberalismo prometía un progreso continuo mientras los mercados siguieran creciendo”. Routled­ge matiza que la nostalgia no siempre es un signo de regresión. Bien entendida, puede ser lo contrario del estancamiento: una forma de creatividad y de impulso. “La generación Z mira hacia un pasado predigital en busca de aquello que percibe como valioso para reformular su presente”, explica.

Garrocho defiende el potencial inspirador de la nostalgia. Argumenta que el hecho de que todas las comunidades políticas se sostengan sobre un mito fundacional —siempre falso, en mayor o menor medida— demuestra su utilidad. “Soñar con que existió un pasado bucólico, que alguna vez fuimos mejores o que nuestra historia estuvo habitada por héroes puede alimentar esperanzas razonables y fértiles para imaginar un mundo mejor. Si fuimos mejores (o si al menos soñamos que lo fuimos), es más probable que confiemos en la posibilidad de abrazar la excelencia de nuevo”.

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