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Habermas contra X: los debates públicos no dependen de los ‘likes’

Las redes sociales no contribuyen a crear una esfera pública para el intercambio de ideas, advierte el filósofo y sociólogo alemán Jürgen Habermas en un libro del que adelantamos un extracto y en el que también alerta de los problemas por los que pasa la prensa

Otfried Jarren y Renate Fischer [investigadores en medios y comunicación de la Universidad de Zurich] explican por qué el impulso hacia la “plataformización de la esfera pública” está poniendo en apuros a los medios de comunicación clásicos, tanto económicamente como en términos de disminución de l...

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Otfried Jarren y Renate Fischer [investigadores en medios y comunicación de la Universidad de Zurich] explican por qué el impulso hacia la “plataformización de la esfera pública” está poniendo en apuros a los medios de comunicación clásicos, tanto económicamente como en términos de disminución de la influencia periodística y de ajuste de los estándares profesionales. Dado que las cifras de circu­lación y los ingresos por publicidad están correlacionados, la disminución de la demanda de periódicos y revistas impresos está comprometiendo la base económica de la prensa; y ésta aún no ha encontrado un modelo de negocio realmente exitoso para una venta comercial de formatos digitales, ya que compite en internet con proveedores que ponen a disposición de sus usuarios la información correspondiente de forma gratuita.

El resultado son recortes y condiciones laborales precarias que afectan a la calidad y el alcance del trabajo editorial. Pero no solo las pérdidas en los mercados de la publicidad y la audiencia debilitan la relevancia y el poder interpretativo de la prensa. Adaptarse a la competencia en internet exige cambios en la forma de trabajar de los periodistas. Aunque el audience turn, es decir, la mayor implicación del público y una mayor sensibilidad a las reacciones de los lectores no tiene por qué ser una desventaja, se intensifican las tendencias a la desprofesionalización y a entender el trabajo periodístico como un servicio neutral y despolitizado. Cuando los datos y la gestión de la atención ocupan el lugar de la investigación orientada y la interpretación precisa, “las redacciones, que antes eran lugares de debate político, se transforman más bien en centros de coordinación para la adquisición, el control de la producción, así como la distribución de contenidos”.

En el cambio en las normas profesionales se refleja la adaptación de la prensa —que por naturaleza es la más afín al carácter discursivo de la formación de la opinión y la voluntad— a los servicios comerciales de las plataformas que compiten por la atención de los consumidores. Con la puesta en práctica de los imperativos de la economía de la atención, las tendencias al entretenimiento, la carga afectiva y la personalización de los temas en juego en la esfera pública política, conocidas desde hace tiempo por la prensa sensacionalista y de masas, se intensifican también en los nuevos medios.

Con la paulatina conversión de los programas políticos en ofertas de entretenimiento y consumo, con las que los ciudadanos son abordados como clientes, se incide en las tendencias hacia la despolitización que se vienen observando en la investigación sobre los medios de comunicación desde la década de 1930, pero que ahora parecen intensificarse claramente a través de las ofertas de las redes sociales. Solo cuando dejamos de lado el aspecto objetivo de la estructura ampliada de los medios de comunicación y su base económica modificada y empezamos a fijarnos en los receptores y sus modos modificados de recepción, afrontamos la cuestión central de si los medios sociales están cambiando la forma en que sus usuarios perciben la esfera pública política. Por supuesto, la superioridad técnica de las plataformas comerciales —e incluso de un medio como Twitter [X] que obliga a enviar mensajes sucintos— ofrece a los usuarios indudables ventajas para fines políticos, profesionales y privados. (…)

Con las redes sociales surgen espacios públicos de libre acceso que invitan a todos los usuarios a una intervención espontánea y no sometida a escrutinio, espacios que, por cierto, desde hace tiempo seducen a los políticos para ejercer una abrupta influencia personalizada sobre una esfera pública plebiscitaria. La infraestructura de esta “esfera pública” plebiscitaria, desprovista de clics de aprobación y desaprobación, es de naturaleza técnica y económica. Pero, en principio, todos los usuarios exentos en cierta medida de las condiciones de admisión de la esfera pública editorial y, desde su punto de vista, liberados de la “censura”, pueden dirigirse a un público anónimo en estos espacios mediáticos de libre acceso e intentar ganar su aprobación. Estos espacios parecen adquirir una intimidad extrañamente anónima: según los criterios anteriores, no pueden considerarse ni públicos ni privados, sino más bien como una esfera de comunicación reservada hasta entonces a la correspondencia privada, que se ve elevada ahora a la categoría de esfera pública.

Los usuarios, empoderados como autores, provocan la atención con sus mensajes porque la esfera pública desestructurada se crea primero con los comentarios de los lectores y los likes de los followers. En la medida en que se forman cámaras de eco autosuficientes, estas burbujas comparten con la forma clásica de la esfera pública el carácter poroso de la disposición a crear otras redes. Al mismo tiempo, sin embargo, se diferencian del carácter fundamentalmente inclusivo de la esfera pública —y de su contraposición a lo privado— por el rechazo de las voces disonantes y la inclusión asimiladora de las consonantes en su propio horizonte limitado de “conocimiento”, pero profesionalmente no filtrado, que preserva la identidad. Desde una perspectiva fortalecida por la confirmación mutua de sus juicios, las pretensiones de universalidad que se extienden más allá de sus propios horizontes, son fundamentalmente sospechosas de hipocresía. Desde la perspectiva limitada de una esfera semipública de esta índole, la esfera pública política de los Estados constitucionales democráticos ya no puede percibirse como un espacio inclusivo para una posible clarificación discursiva de las pretensiones de validez contrapuestas de la verdad y la consideración de intereses generales; precisamente esta esfera pública que se presenta como inclusiva se ve degradada entonces a una de las esferas semipúblicas que compiten entre sí.

Un síntoma de ello es la doble estrategia de difusión de noticias falsas y la lucha simultánea contra la “prensa mentirosa”, que a su vez crean incertidumbre en el público y en los propios medios de comunicación líderes. Pero cuando el espacio común de “lo político” degenera en un campo de batalla de espacios públicos en competencia, los programas políticos legitimados democráticamente y reforzados por el Estado provocan explicaciones basadas en teorías de la conspiración, como en el caso de las manifestaciones anticoronavirus escenificadas por los libertarios, pero con motivaciones autoritarias. Estas tendencias ya pueden observarse en los países miembros de la Unión Europea; pero incluso pueden apoderarse y deformar el propio sistema político si éste ha sido socavado y sacudido durante el tiempo suficiente por conflictos socioestructurales. En Estados Unidos, la política se ha visto atrapada en la vorágine de una polarización persistente de la esfera pública desde el momento en que el Gobierno y gran parte del partido gobernante se fueron adaptando a la autopercepción de un presidente que triunfaba en los medios sociales y que buscaba a diario la aprobación plebiscitaria de sus seguidores populistas a través de Twitter [X].

La desintegración —de la que solo cabe esperar que resulte temporal— de la esfera pública política se ha expresado en el hecho de que, para casi la mitad de la población, los contenidos comunicativos ya no pueden intercambiarse a través de afirmaciones de validez susceptibles de crítica. No es la acumulación de fake news lo que resulta significativo para una deformación generalizada de la percepción de la esfera pública política, sino el hecho de que, desde la perspectiva de los implicados, las noticias falsas ya ni siquiera pueden identificarse como tales.

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