Los zetas antitrabajo y los buenos ‘boomers’

En la generación zeta no son peores trabajadores que sus padres, pero salen antes del trabajo y buscan empleos menos absorbentes

Una joven estudiante.Sergey Nazarov ( GETTY IMAGES )

Para la generación boomer y gran parte de la milenial, el trabajo ha sido entendido como un bien en sí mismo. Existían diferencias ideológicas sobre las condiciones materiales entre unos y otros trabajadores, pero convivían dentro de una ideología superior y compartida que entendía el trabajo como fuente de identidad y reconocimiento social. Así, el trabajo distinguía a los buenos y honrados trabajadores que eran considerados, por extensión, buenos y honrados ciudadanos. Incluso buenos y honrados padres y madres de familia, por pura analogía. Una identidad que además el trabajador sentí...

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Para la generación boomer y gran parte de la milenial, el trabajo ha sido entendido como un bien en sí mismo. Existían diferencias ideológicas sobre las condiciones materiales entre unos y otros trabajadores, pero convivían dentro de una ideología superior y compartida que entendía el trabajo como fuente de identidad y reconocimiento social. Así, el trabajo distinguía a los buenos y honrados trabajadores que eran considerados, por extensión, buenos y honrados ciudadanos. Incluso buenos y honrados padres y madres de familia, por pura analogía. Una identidad que además el trabajador sentía y asimilaba en conciencia. Sin embargo, han llegado los zetas, hijos de los boomers, y se han revelado como una generación antitrabajo. Moraleja: algo habrán hecho bien sus madres y padres.

Los jóvenes ya no construyen su identidad, ni ante sí mismos ni ante los otros, a través del trabajo. ¿Y eso en qué cambia las cosas? Pues básicamente en todo, empezando por el lenguaje. Así, cuando un zeta habla de su empresa, no usa la primera persona del plural. No dice “nos ha ido bien el año” o “parece que haremos un buen trimestre”, como si tuviera acciones en un negocio donde carece de cualquier poder de decisión. Han aprendido a hablar en primera persona del singular porque tienen dos cosas muy claras: que las empresas que los contratan no son suyas y que su vida no pertenece a ninguna compañía. No son peores trabajadores que sus padres, pero su nivel de fidelidad es saludablemente menor. Eso hace, entre otras cosas, que salgan antes del curro y que busquen empleos menos absorbentes y más conciliadores.

La mala noticia es que el discurso sobre este progreso generacional lo está monopolizando una ideología reaccionaria que, o bien critica a los jóvenes por vagos, o bien lamenta su falta de horizonte profesional y atribuye cualquier cambio de mentalidad a la precariedad laboral para subrayar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Especialmente aquel basado en la lógica de trabajo-piso-pareja-hijos-sacrificio-entierro. Pero no tienen razón: ni quienes se limitan a apelar a la falta de horizonte ni quienes reprochan cierta falta de carácter.

Que la precariedad no es la causa de este cambio identitario se hace evidente cuando sucede que los profesionales jóvenes mejor pagados también han modificado sus prioridades. Los nuevos trabajadores aprecian ganar más dinero, pero ya no a cualquier precio. El teletrabajo, la flexibilidad, el desarrollo profesional y el bienestar mental son aspectos tan valorados como el salario. De hecho, las exigencias sobre la calidad del trabajo aumentan para los mejor retribuidos y no al revés.

En cuanto al carácter, no es verdad que los zetas sean blandos o vagos. Es solo que han recibido una educación distinta, concretamente la que han defendido la mayoría de sus padres. Los jóvenes de hoy han crecido con buenas condiciones materiales (que algunos denuestan bajo el reproche de “tenerlo todo”) y una excelente formación. Han viajado más que sus padres a su edad, hablan más idiomas, tienen mayor libertad sexual, han disfrutado de una infancia más respetada y han tenido más oportunidades. Pero, lo más importante, a la mayoría les enseñaron que la vida consiste en vivir y no en demostrar una supuesta valía. Que no tenían que demostrar nada para ser dignos de amor. Solo queda gritar ¡benditos boomers! Por lo demás, ya lo dijo Juan Luis Arsuaga —poco sospechoso de ser zeta, vago o precario—, “la vida no puede ser trabajar toda la semana e ir el sábado al supermercado”.

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