Gaza e Israel, días que mejor no hubieran existido

Uno se pierde poniendo peros. Hamás son unos asesinos, pero. Israel comete un genocidio, pero. Todo es verdad a la vez. No es equidistancia, es el corazón mismo del asunto

Mohamed Al Dura, de 11 años, y su padre, que intentó protegerlo infructuosamente durante un tiroteo en Gaza, en 2000.YOUTUBE

Hoy, 15 de octubre, es Santa Teresa y siempre recuerdo algo curioso: murió la noche del 4 al 15 de octubre de 1582. Han leído bien. El papa Gregorio XIII ordenó ajustar el calendario y a la mañana siguiente fue día 15. Es decir, hay 11 días de nuestra historia que nunca existieron. Me parecen pocos. Todos hubiéramos preferido que tampoco hubieran existido estos últimos, una de esas semanas en que nos volvemos a hundir en el horror que ha dominado la historia humana y nunca nos abandona, como una maldición. Levan...

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Hoy, 15 de octubre, es Santa Teresa y siempre recuerdo algo curioso: murió la noche del 4 al 15 de octubre de 1582. Han leído bien. El papa Gregorio XIII ordenó ajustar el calendario y a la mañana siguiente fue día 15. Es decir, hay 11 días de nuestra historia que nunca existieron. Me parecen pocos. Todos hubiéramos preferido que tampoco hubieran existido estos últimos, una de esas semanas en que nos volvemos a hundir en el horror que ha dominado la historia humana y nunca nos abandona, como una maldición. Levantarse con las noticias es sumirse en una profunda tristeza. Sinceramente, en ese momento lo de menos es lo que más parece preocupar a muchos de los que somos espectadores: opinar sobre ello. Todos sabemos perfectamente lo que ocurre, el primer instinto es sentir la muerte criminal de un ser humano, esa injusticia atroz. Otra cosa es discutir después sobre lo que ya pensábamos de antes, quién tiene razón, quién empezó primero. ¿Primero? La cadena de culpa y muerte comenzó hace más de medio siglo, y la razón hace tiempo que se extravió. Uno se pierde poniendo peros. Hamás son unos asesinos, pero. Israel comete un genocidio, pero. Todo es verdad a la vez. No es equidistancia, es el corazón mismo del asunto.

Tengo mi opinión sobre ello, porque hay que tenerla, pero en días como estos se hace más difícil la obligación de decir algo y contribuir al ruido. Yo escribo aquí una vez a la semana, compadezco a quien se siente obligado a opinar cada media hora. En todo caso, hablar de otra cosa hoy sería una frivolidad. Una variante siniestra de la frivolidad es usar esto en la basura dialéctica que circula a diario. Mucho más grave en el caso de cargos públicos. Alguien de confianza debería aconsejarles meterse debajo de la cama y no salir en un mes, o ya vivir allí.

En estos días vemos imágenes que nunca olvidaremos. Hemos visto otras antes. Yo recuerdo una. Un niño y su padre atrapados en medio de un tiroteo, agazapados en un muro, clamando que dejaran de disparar, hasta que el niño muere. Se llamaba Mohamed Al Dura. Fue en 2000 en Gaza. Parece simple, y lo es, pero la controversia sobre lo que ocurrió, de quién fue la culpa, ha durado años. En la Wikipedia en inglés hay una entrada larguísima explicando los puntos de vista. Pero nada cambia que ese niño está muerto.

La retórica de cada cual envuelve hechos espantosos que ya hablan por sí mismos, no la necesitan. Por eso lo que más necesitamos es buena información. En cuanto a retórica, me quedo con la que es reversible, aplicable a cualquier persona, israelí, palestino o esquimal, como una escena de Lubitsch en Ser o no ser, de 1942. En un teatro donde está Hitler, detienen a un sospechoso, un judío. Le preguntan cómo ha llegado ahí: “Nací aquí”. Inquieren qué le hizo decidir morir ahí, y dice que ha sido Hitler: “¿Qué quiere de nosotros? ¿Qué quiere él de Polonia? ¿Por qué nos ataca, por qué?”. Y entonces recurre a Shakespeare, al monólogo del hebreo Shylock en El Mercader de Venecia, del XVI: “¿Es que no somos humanos? ¿Es que no tenemos ojos, manos, órganos, sentidos, proporciones, afectos, pasiones? Nutridos con la misma comida, heridos con las mismas armas, sujetos a las mismas enfermedades, curados por los mismos medios, calentados y enfriados por el mismo invierno y verano. Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no nos reímos? Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Si nos ofendéis, ¿no debemos vengarnos?”. Y después de Shakespeare y Lubitsch solo queda, por fin, callarse.

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