Tiempos inciertos, vidas inestables
Seis de cada siete ciudadanos en el mundo padecen sensaciones de inseguridad
La incertidumbre ante lo que tenemos delante empapa como en pocas ocasiones las intervenciones de los representantes del mundo político e intelectual. Uno de los casos más cercanos es el del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que lo ha señalado reiteradamente en el último debate en el Senado y en las entrevistas que ha ido concediendo. En la de la pasada semana en Televisión Española habló de tres grandes incertidumbres (sobre la energía, los precios y la futura ev...
La incertidumbre ante lo que tenemos delante empapa como en pocas ocasiones las intervenciones de los representantes del mundo político e intelectual. Uno de los casos más cercanos es el del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que lo ha señalado reiteradamente en el último debate en el Senado y en las entrevistas que ha ido concediendo. En la de la pasada semana en Televisión Española habló de tres grandes incertidumbres (sobre la energía, los precios y la futura evolución del empleo y la economía) y recordó con cierta ironía que en los cuatro años que lleva gobernando le han “tocado” la peor pandemia en mucho tiempo, una guerra, la explosión de un volcán, incendios desaforados, etcétera.
Todos ellos, cisnes negros. Se ha vuelto a poner de moda el concepto elaborado por Nassim Nicholas Taleb, un profesor de la Universidad de Massachusetts, titular de una materia con un título muy peculiar: Ciencias de la Incertidumbre. Un “cisne negro” es un suceso imprevisto, sus consecuencias son importantes y todas las explicaciones que se puedan ofrecer a posteriori no tienen en cuenta el azar y solo buscan encajar lo imprevisible en un modelo más o menos perfecto.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha hecho público, un año más, su índice de desarrollo humano (IDH). Éste es un índice compuesto que mide el resultado promedio en tres dimensiones básicas: una vida larga y saludable, un nivel de vida decente y el conocimiento adquirido por los ciudadanos. La pandemia de covid provocó retrocesos del IDH en prácticamente todo el mundo (España ocupa el puesto 27º en la clasificación mundial de ese índice, en una lista en la que se sitúan al frente tres países europeos, Suiza, Noruega e Islandia). El informe que sustenta este IDH se titula Tiempos inciertos, vidas inestables y se centra en el enorme aumento de la incertidumbre en todas partes. Para las Naciones Unidas, la pandemia, la guerra de Ucrania o el cambio climático (con registros de temperaturas, incendios y tempestades sin precedentes) son señales de alarma de unos sistemas planetarios cada vez más fuera de control. Las crisis agudas están dando paso a incertidumbres crónicas que interactúan mutuamente a escala mundial, mostrando un panorama “de tiempos inciertos y vidas inestables”.
Esta incertidumbre no es nueva, pero surgen otras tipologías (un “nuevo complejo de incertidumbres”, escriben los autores del informe) nunca antes vistas en la historia. Además de la incertidumbre habitual, cotidiana, hay tres corrientes volátiles que se repiten: el peligroso cambio planetario del Antropoceno (considerado tanto un acontecimiento geológico como un acontecimiento histórico), la búsqueda de transformaciones sociales de gran envergadura al mismo nivel que la Revolución Industrial y los antojos e indecisiones de las sociedades polarizadas. Existe una sensación persistente de que el control que hemos ejercido sobre nuestras vidas, sea cual haya sido su grado, se está desvaneciendo y que las normas e instituciones de las que solíamos depender para la estabilidad y prosperidad ciudadana no están capacitadas para afrontar ese “complejo de incertidumbres” actual.
Para que lo tengamos en cuenta y no sean nuevos cisnes negros, el PNUD advierte de dos tendencias que se inclinan a hacerse centrales. La primera, vinculada a fenómenos hasta ahora coyunturales como la inflación o el desabastecimiento: una hipotética crisis alimentaria mundial prolongada. Millones de personas se enfrentan a la mayor crisis en coste de vida en una generación, debida en gran medida a las desigualdades en términos de riqueza y de poder que determinan el disfrute del derecho a la alimentación. La segunda tendencia ascendente es la inseguridad: desde bastante antes de la covid se estaban focalizando los efectos de la desigualdad en la vida cotidiana, pero no se prestó la misma atención a la forma en que las desigualdades han contribuido a la inseguridad. Y viceversa. Se estima que seis de cada siete personas a nivel mundial se sienten inseguras.
Estos fenómenos que padecemos exponen los límites y las grietas de la gobernanza mundial. Entramos en una nueva fase.
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