Uno comprende

A algunas potencias de la Unión Europea (por llamarlas de alguna forma) se les hace demasiado larga la guerra en Ucrania

Desde la izquierda, los presidentes Iohannis (Rumania), Draghi (Italia), Zelenski (Ucrania), Macron (Francia) y el cancieller Scholz (Alemania), el jueves pasado en Kiev (Ucrania).Ludovic Marin (AP)

Creo que Carl von Clausewitz nunca dijo literalmente eso de que “la guerra es la continuación de la diplomacia por otros medios”. El militar prusiano no sintetizaba tanto. Pero venía a decir algo así. En el furor salvaje de una guerra, según él, lo único racional son los objetivos. Y cualquier objetivo, en último extremo, es político. La idea de Von Clausewitz funciona también al revés: la política es la continuación de la guerra por otros medios. En eso parecen insistir las potencias (por llamarl...

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Creo que Carl von Clausewitz nunca dijo literalmente eso de que “la guerra es la continuación de la diplomacia por otros medios”. El militar prusiano no sintetizaba tanto. Pero venía a decir algo así. En el furor salvaje de una guerra, según él, lo único racional son los objetivos. Y cualquier objetivo, en último extremo, es político. La idea de Von Clausewitz funciona también al revés: la política es la continuación de la guerra por otros medios. En eso parecen insistir las potencias (por llamarlas de alguna forma) de la Unión Europea.

Uno comprende que los gobiernos de Francia, Alemania, Italia y otros países, quizá con la excepción de quienes padecen la condición de vecinos de Rusia, deseen que la guerra de Ucrania vaya acabándose. Se trata de un conflicto económicamente muy dañino. El gas, el trigo, la inflación, etcétera. Al fin y al cabo, presionar para que se negocie una paz es una forma de salvar vidas, ¿no? Al fin y al cabo, la política y la guerra funcionan de forma muy parecida: gana el más fuerte.

Uno comprende que, desde la perspectiva de este lado, la región oriental de Crimea y por supuesto Crimea se vean ya como rusas. Esa es una guerra muy anterior a la invasión de este año. Empezó en 2014. ¿No se podría hacer a Vladímir Putin una concesión territorial que, en realidad, ya se ha hecho a sí mismo? ¿No se podría apaciguar así al tirano del Kremlin? Luego nos encargaríamos de inundar lo que quedara de Ucrania con ayudas, mimos e inflamadas promesas de adhesión rápida a la Unión Europea.

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Uno comprende en qué consiste la realpolitik, un invento tan prusiano como el propio Von Clausewitz. Resulta evidente que damos ya por finiquitada la sacralización de las fronteras europeas establecidas tras la Segunda Guerra Mundial y que asumimos la nueva realidad. La historia se mueve, qué se le va a hacer. Y siempre le toca perder a alguien. A alguien débil. Estas cosas no tienen nada que ver con la justicia. Ahí está el caso de los saharauis, a quien España tiene la costumbre de traicionar sin dar siquiera explicaciones. La realpolitik, amigos. Nada de principios éticos ni de gestos grandilocuentes, sino, al contrario, posibilismo y paciencia para evitar males mayores.

Uno comprende que el tiempo cura. Que muchos de aquellos españoles derrotados de 1939 a los que Francia encerró en el campo de concentración de Argelès acabaron amando Francia, y que con los años París se convirtió en un símbolo de libertad para los perseguidos por el franquismo. Tal vez los ucranios agradezcan algún día el hecho de que, en lugar de acompañarlos “hasta la victoria” como prometíamos, los acompañáramos hasta un arreglo ni victorioso ni definitivo.

Uno comprende que nuestros dirigentes prefieran creer que, una vez apaciguado, Putin se convertirá en un buen colega y dejará de pensar en reconstruir el antiguo imperio ruso-soviético. Uno comprende que resulta más cómodo negar la evidencia.

Uno comprende que la integridad de Ucrania y la ley internacional no valen tanto como nuestro bienestar. Uno comprende que todo esto huele mal y puede llegar a ser nauseabundo.

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