“Muchos sienten que no tienen voz. La alienación democrática va a más”
Rahel Jaeggi es una de las voces de la teoría crítica contemporánea. La pensadora suiza afirma que la ofensiva rusa contra Ucrania abre una nueva dimensión
Hay más actividad de la habitual en el patio de la Universidad Humboldt, en el célebre bulevar Unter den Linden del centro de Berlín. Hace nueve días que empezó la invasión rusa de Ucrania y se prepara un acto de protesta contra la agresión. La filósofa Rahel Jaeggi (54 años, Berna, Suiza), una de las principales voces de la teoría crítica contemporánea, llega con su bicicleta apresurada de una cita médica. Un compañero con el que estuvo comiendo ha dado positivo por coronavirus y ha tenido que hacerse una prueba. La pandemia y la guerra. El mundo no había salido de una crisis y ya se enfrenta...
Hay más actividad de la habitual en el patio de la Universidad Humboldt, en el célebre bulevar Unter den Linden del centro de Berlín. Hace nueve días que empezó la invasión rusa de Ucrania y se prepara un acto de protesta contra la agresión. La filósofa Rahel Jaeggi (54 años, Berna, Suiza), una de las principales voces de la teoría crítica contemporánea, llega con su bicicleta apresurada de una cita médica. Un compañero con el que estuvo comiendo ha dado positivo por coronavirus y ha tenido que hacerse una prueba. La pandemia y la guerra. El mundo no había salido de una crisis y ya se enfrenta a otra, de consecuencias imprevisibles. El ruido aconseja hablar en el despacho de la profesora, que el día 28 dará una charla en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona sobre cómo podemos plantearnos la grave crisis que atraviesa hoy Europa desde la filosofía. Atiende a EL PAÍS en una estancia presidida por arte moderno y un póster que condensa El capital, de Karl Marx, en letra diminuta.
PREGUNTA. ¿Se imaginaba que pudiera haber una guerra en Europa en el siglo XXI?
RESPUESTA. El día en que comenzó la guerra, la ministra alemana de Exteriores, Annalena Baerbock, dijo que nos habíamos despertado en un mundo diferente. Fue una declaración impactante que abordó de forma efectiva el shock, el horror y el profundo enfado que experimentamos. Y, sin embargo, es verdadero y falso. Es un mundo diferente, pero los elementos ya estaban ahí. Estamos ante una situación dramáticamente nueva. Una agresión abierta, un país soberano que invade a otro con la idea de eliminarlo (y poner en duda su derecho a existir), es una nueva dimensión, un salto cualitativo. Debería habernos preocupado, y quienes se habían fijado lo habían hecho. Pero han convergido en una nueva constelación y marca la diferencia.
P. Alemania ha entrado en “una nueva era”, en palabras del canciller alemán, Olaf Scholz, al derribar un tabú como el envío de armas a zonas de conflicto. ¿Un punto de inflexión?
R. Es un momento muy dramático para la historia de este país, que afecta a las raíces de su autocomprensión y a la relación con su pasado. No digo que me oponga a ello, pero tenemos que reflexionar cuidadosamente sobre las consecuencias. El envío de armas no nos convierte en un país normal que puede hacer lo que quiera. No debería dar lugar a un cierto revisionismo de la historia. Alemania tenía buenas razones para ser reticente, inició una guerra fascista que mató a millones. Ha costado tiempo deshacerse de una actitud militarista que ha influido en buena parte de la historia de Alemania.
P. ¿Qué está en juego en esta crisis?
R. El orden mundial liberal de posguerra. Debería ser motivo de preocupación, incluso para aquellos que hemos criticado radicalmente este orden como injusto, violento, hegemónico y que no está a la altura de sus pretensiones. Es el paradigma reinante que hemos vivido, y si ese paradigma desaparece, nuestro sistema de coordenadas políticas cambiará de forma imprevisible. Y probablemente no a nuestro favor.
P. Enseña el capitalismo “como forma de vida”.
R. Parto de la perspectiva de que no es solo un sistema económico, sino un orden social institucionalizado, como dice la filósofa Nancy Fraser [con quien firmó el libro Capitalismo, de la editorial Morata, 2019], o una forma de vida, como lo llamo yo. Es decir, un conjunto de instituciones, prácticas sociales, estructuras que afectan a todas las dimensiones de la vida política, social y cultural. Da forma a cómo nos sentimos, cómo nos comportamos y cómo somos sujetos en este mundo capitalista. Pero lo entiendo de una manera bidireccional: esas prácticas son el resultado y también una condición previa para que el capitalismo evolucione y se mantenga.
P. Y como orden social, es defectuoso.
R. Así parece si se observan las múltiples crisis que genera. La mayoría de los problemas que enfrentamos no son solo efectos secundarios contingentes, tienen causas sistémicas, forman parte del ADN del capitalismo.
P. ¿Cuál es el más obvio?
R. La catástrofe climática. Es el perro que se muerde la cola. Un sistema disfuncional que no es capaz de sostenerse a sí mismo. Es interesante preguntarse por qué no podemos encontrar una solución. El problema lleva años sobre la mesa, los científicos nos han advertido al menos desde principios de los años setenta, y sin embargo estamos donde estamos. Esto es lo que yo llamaría un bloqueo sistemático del aprendizaje. Una crisis en la resolución de las crisis o incluso en el abordaje de una crisis. Analicemos las estructuras sociales y económicas que nos han llevado a esta situación.
P. Como individuos, ¿qué deberíamos hacer? ¿Está llamando a una revolución?
R. Estaría bien [risas]. En línea con lo que decía Marx, las revoluciones tienen una dimensión pasiva y otra activa. Los actores o movimientos sociales transforman la crisis en un conflicto. Hay bastantes movimientos que están abordando eficazmente los problemas: la vivienda, el racismo estructural, el problema ecológico, la igualdad, la política de fronteras y los derechos humanos. Lo interesante es cómo establecer las conexiones. Algunas de ellas son obvias: para atajar la crisis climática tenemos que solucionar los problemas sociales globales. Para resolver los problemas domésticos de desigualdad hay que abordarlos globalmente. Las cuestiones de desigualdad y participación son al mismo tiempo de género y de migración. Y esto nos lleva a la propia democracia. La gente debe poder opinar sobre sus condiciones de vida.
P. ¿Eso no ocurre?
R. Muchos sienten que no tienen voz, y esta tendencia, la alienación democrática o la alienación de la democracia, va a más. La democracia es una forma de vida y depende de las prácticas democráticas que la gente inventa y reinventa. ¿Quién decide? ¿Hay personas excluidas del voto, como los inmigrantes? Y qué es lo que podemos decidir: hay temas, como los económicos, que se excluyen sistemáticamente de la toma de decisiones democráticas. ¿Cómo decidimos? ¿Nos limitamos al colegio electoral o tenemos una sociedad civil viva que fomenta la participación? Veo una buena señal en los movimientos sociales que llevan temas al debate público.
P. ¿Pero cuántos se involucran en estos movimientos? ¿Participamos?
R. Hay que fomentarlo desde la guardería. La democracia tiene que aprenderse, entrenarse, reforzarse en lo micro de la sociedad. Si creces sin conciencia de que las cosas pueden cambiar y de que tu opinión es importante, ¿por qué ibas a interesarte por las cuestiones políticas?
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