Otra vez De Gaulle
Tal vez esté resurgiendo una Francia que dábamos por casi difunta. Conviene ser consciente de que la muralla macroniana caerá algún día
Suele decirse que Éric Zemmour, el polemista que encandila a millones de ciudadanos franceses y se perfila como hipotético candidato a la presidencia, está a la derecha de la extrema derecha. Y es verdad. Él responde definiéndose como “gaullista” y afirma que sus ideas se corresponden fielmente con las del gaullismo antes de que Jacques Chirac “traicionara” al movimiento, alineándolo con el centrismo l...
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Suele decirse que Éric Zemmour, el polemista que encandila a millones de ciudadanos franceses y se perfila como hipotético candidato a la presidencia, está a la derecha de la extrema derecha. Y es verdad. Él responde definiéndose como “gaullista” y afirma que sus ideas se corresponden fielmente con las del gaullismo antes de que Jacques Chirac “traicionara” al movimiento, alineándolo con el centrismo liberal y europeísta. Eso, con algún matiz, también es verdad.
Zemmour encarna un fenómeno contemporáneo que percibimos como populista pero va mucho más allá del populismo. Se trata del rechazo en bloque al marco político paulatinamente instaurado en los países occidentales tras la Segunda Guerra Mundial: superación de las fronteras nacionales (véase la Unión Europea), promoción de las minorías, reconocimiento de los derechos de los migrantes, respeto a las diferentes religiones, etcétera. Todo lo que nos hemos habituado a identificar con la democracia.
El polemista francés reúne algunas de las características personales de Donald Trump (diversas denuncias por acoso y abuso sexual, desprecio por la verdad cuando ésta resulta incómoda, egocentrismo), a las que añade una escurridiza identidad poliédrica: puede permitirse arrebatos antisemitas porque es judío más o menos practicante y esgrime sus orígenes étnicos árabes (él precisa que su familia era “bereber”) cuando se le acusa de racismo.
Por otra parte, ha sabido poner el dedo en las llagas históricas de Francia, un país que aún está digiriendo la revolución de 1789 (Zemmour se siente cómodo avivando los viejos sentimientos contrarrevolucionarios), que no ha olvidado que Mayo del 68 fue una revuelta contra el Charles de Gaulle salvador de la patria y que constata, porque esa es la realidad, que la integración de los inmigrantes no puede hoy calificarse de éxito.
Éric Zemmour tiene bastante razón cuando se define como “gaullista”, aunque para mantener al sector más rancio de sus simpatizantes necesite apelar a la antigua memez del escudo y la espada: el general filonazi Philippe Pétain como escudo protector de los franceses e incluso de los judíos frente a los ocupantes alemanes, el general Charles de Gaulle como espada contra el nazismo, ambos colaborando de forma tácita en defensa de Francia. A veces, el discurso de Zemmour es casi idéntico al de Charles Pasqua, el ministro de Chirac que se unió a la Resistencia con 15 años y que medio siglo después batalló sin descanso contra el Tratado de Maastricht (no olvidemos que el 49% de los votantes rechazaron en referéndum la unión monetaria) y contra “la inmigración indiscriminada”.
Zemmour no va a ser presidente en un futuro previsible. Pero puede destruir lo que queda de la derecha tradicional y lograr que se abracen el gaullismo y la ultraderecha, coincidentes en muchos puntos. Eso significaría el fin del “cordón sanitario” y la integración del lepenismo en la vida institucional. No es extraño que Marion Le Pen, la sobrina inteligente de Marine Le Pen, aproveche cualquier oportunidad para ensalzar a Zemmour.
Tal vez esté resurgiendo una Francia que dábamos por casi difunta. Emmanuel Macron aniquiló por absorción tanto a los socialistas como a la derecha europeísta. Extramuros quedan la izquierda populista y, en auge, el nacionalismo de derechas más o menos extremo. Conviene ser consciente de que la muralla macroniana caerá algún día.
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