Reni Eddo-Lodge: “El racismo es un problema estructural y requiere una respuesta política”
Su libro sobre el racismo la convirtió en la primera negra británica líder de ventas en Reino Unido. Y en referencia del movimiento Black Lives Matter
A veces es necesario dar un puñetazo en la mesa para ser escuchado. O dar con un título provocativo para un libro. La periodista Reni Eddo-Lodge (Londres, 31 años) escribió hace tres años Por qué no hablo con blancos sobre racismo, publicado en Ediciones Península. En junio pasado, en pleno auge del movimiento Black Lives Matter, se convirtió en la primera autora negra británica en liderar la lista de los libros más vendidos de Reino Unido. En este...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
A veces es necesario dar un puñetazo en la mesa para ser escuchado. O dar con un título provocativo para un libro. La periodista Reni Eddo-Lodge (Londres, 31 años) escribió hace tres años Por qué no hablo con blancos sobre racismo, publicado en Ediciones Península. En junio pasado, en pleno auge del movimiento Black Lives Matter, se convirtió en la primera autora negra británica en liderar la lista de los libros más vendidos de Reino Unido. En este tiempo, ha descubierto que hay muchas personas blancas interesadas en escuchar su mensaje: no basta con autoconvencerse de que la raza no importa. Hay que ser capaz de detectar un racismo estructural, diferente en cada país, que afecta en mayor medida al mundo laboral, académico y político.
PREGUNTA. ¿Por qué estructural?
RESPUESTA. Intentaba dar un nombre concreto al sesgo presente en nuestras instituciones. Hace muchos años comencé a indagar en las estadísticas oficiales básicas sobre desempleo, vivienda, sanidad, simplemente para comprobar cuál era el resultado obtenido en todas esas instituciones por la gente de color. Eran datos recopilados por organizaciones independientes o por el propio Gobierno británico. Y los resultados a los que me enfrenté eran espantosos. Una desventaja sistemática de las personas de color en comparación con la población blanca. La pregunta que me hice era obvia. ¿Esto es el producto de una discriminación o es que simplemente la gente de color no está intrínsecamente capacitada? Y como no creo que haya razones concretas por las que las habilidades o la capacidad para tener éxito sean menores, concluí que se trataba de un racismo estructural. Otros prefieren llamarlo institucional.
P. Su compromiso antirracista se alimentó de los movimientos estadounidenses, pero el mérito de su libro está en indagar en la sociedad del Reino Unido.
R. Creo que el hecho de que el libro sea tan específico ha inspirado a colegas de otras partes de Europa a comenzar a indagar en su propia historia, a acudir a sus propios archivos. Y eso me despierta mucho interés, porque creo que este continente ha tenido un papel fundamental a la hora de construir un concepto de raza. Se desarrollaron teorías sobre la raza, aprovechando el tráfico intercontinental de esclavos, en las que se señalaban atributos físicos diferenciales, como el pelo, o el color de la piel, para señalar pretendidas ventajas físicas o intelectuales de una raza sobre otra. Yo quiero que cada país se centre en su propia historia, no pretendo una lectura homogénea del racismo. Desearía que los investigadores locales sacaran a la luz esa parte propia de la historia que el país preferiría no afrontar.
P. No basta una respuesta individual, dice. Es necesaria la política.
R. Creo que esto requiere un esfuerzo colectivo. Por supuesto estoy de acuerdo en que se necesita una respuesta política, y creo que es una absoluta vergüenza que el Gobierno británico, frente a este impresionante desafío, haya decidido implicarse en una política de guerras culturales. Porque el ímpetu de cambio existe en estos momentos en la opinión pública, y resulta lamentable que las autoridades británicas sean incapaces de presentar algún tipo de reforma interesante para cambiar las condiciones estructurales.
P. ¿La idea, entonces, de crear un partido político de la negritud no le atrae?
R. Me preocupa mucho que acabemos aislados en grupos concentrados en combatir la discriminación. Yo vengo de un terreno político basado en las coaliciones, en el que se potencia la perspectiva general compartida para poder ser más fuertes y generar resistencia. Cuando era joven no me movía exclusivamente en grupos de negros. Teníamos mucha relación, por ejemplo, con organizaciones de jóvenes judíos. Porque entendíamos que a ninguno de nosotros beneficiaba el ascenso de la extrema derecha. Por eso, la idea de un partido centrado en la negritud no me resulta interesante. Prefiero construir coaliciones.
P. Dedica usted todo un capítulo al movimiento feminista, del que formó parte, para denunciar sus contradicciones respecto al racismo.
R. Creo que ha mejorado algo, pero no sé si soy la más indicada para decirlo, porque el éxito de mi libro me ha ofrecido la ventaja de poder impulsar cambios en ese aspecto concreto. Pero todavía sigo escuchando argumentos o historias de jóvenes feministas que me resultan descorazonadores. Debemos entender que miles de mujeres podrán enfrentarse a la discriminación desde contextos diferentes, desde espacios políticos o culturales diferentes. Y tenemos que ser capaces de entender claramente esas diferencias para poder combatir de modo eficaz el machismo. No son las diferencias las que nos dividen, sino nuestro fracaso en entender esas diferencias y abrazarlas.
P. Podría encontrarse una similitud entre ese rechazo inicial a incorporar la raza en su discurso con las reticencias actuales de algunas feministas hacia el movimiento trans.
R. Creo que las feministas que contemplan a nuestras hermanas trans como gente sospechosa hacen un flaco favor. Algunos de los argumentos que escucho hoy me recuerdan al discurso homófobo de los años ochenta. Presentan a las personas trans como depredadoras sexuales, discuten su elección de género como algo retorcido, atormentado. Como feminista, yo creo en la autonomía del cuerpo, como ocurre con los derechos reproductivos. No quiero que el Estado interfiera en lo que decido hacer con mi cuerpo. No entiendo que, en el Reino Unido, algunos grupos feministas hagan campaña para que el Gobierno limite la soberanía de las personas trans sobre sus propios cuerpos, o se inmiscuya en su salud mental. Me resulta muy preocupante.
P. ¿Nota algún cambio de actitud?
R. Desde que se publicó el libro, la parte cínica que llevo dentro ha descubierto con asombro la cantidad de gente que quiere entender, debatir y abrir su mente. Me he vuelto menos cínica, pero a la vez algo más. Porque me incomoda en ocasiones que el discurso antirracista se haya convertido en moneda común, sin pararse a pensar. Pero sí, hablo con mucha más gente blanca ahora (risas).