El síndrome de las tiendas cerradas
La cuestión política es quién apostará por la desesperación de los perdedores
La ruina de un país se muestra cuando las calles, incluso las más céntricas y comerciales, devienen en una sucesión de comercios de todo tipo con las persianas bajadas o en liquidación de existencias. Hace un lustro se tuvo un ejemplo en Atenas. Grecia había perdido el 25% de su PIB (lo mismo que EE UU durante la Gran Depresión de los años treinta del siglo XX), y los visitantes, que todavía llegaban masivamente a la capital ateniense, se confrontaban al tiempo con tres realidades diferentes: la belleza de l...
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La ruina de un país se muestra cuando las calles, incluso las más céntricas y comerciales, devienen en una sucesión de comercios de todo tipo con las persianas bajadas o en liquidación de existencias. Hace un lustro se tuvo un ejemplo en Atenas. Grecia había perdido el 25% de su PIB (lo mismo que EE UU durante la Gran Depresión de los años treinta del siglo XX), y los visitantes, que todavía llegaban masivamente a la capital ateniense, se confrontaban al tiempo con tres realidades diferentes: la belleza de la Acrópolis rodeada por centenares y centenares de tiendas cerradas y, a su sombra, miles de refugiados que llegaban masivamente del otro lado del Mediterráneo (sirios, afganos, libios, eritreos, somalíes…), sentados en las aceras o caminando sin rumbo por las deterioradas plazas y calles de las ciudades griegas (los sucesores de aquellos refugiados —tal vez algunos de ellos sean los mismos que entonces— son los que estaban instalados ahora en el campo de Moria, en la isla de Lesbos, recientemente destruido por el fuego).
El visitante podía interrogarse acerca de cómo iban a aplicar la solidaridad con los desarraigados los ciudadanos de un país crecientemente empobrecido, intervenido (por la troika) y humillado desde el exterior. En 2015, ese país se convirtió en la cobaya mayor de Europa en el laboratorio de la Gran Recesión.
Aunque Grecia fue el caso mayor, muchos países todavía no se han recuperado de los efectos de aquella crisis. Según un informe de la Asociación de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales hecho público por TVE, en España todavía estamos por debajo del gasto social de 2009. Los sectores más afectados por la disminución del gasto público son la sanidad (se invierten 54 euros menos por persona y año) y la educación (21 euros menos).
Casi sin solución de continuidad se pasó de una crisis económica a otra sanitaria. Los organismos multilaterales actualizan ahora con mucha frecuencia sus cifras a la luz de lo que sucede. La última revisión de la oficina de estadísticas de la Unión Europea y de la OCDE es mala para España, por lo que ha sucedido en los meses precedentes y porque la recuperación se está haciendo más lenta de lo que estaba previsto. En términos cuantitativos, nuestro país ha perdido más del 18% de su producción (sólo superado por el Reino Unido, que ya no forma parte de la UE); simultáneamente, la OCDE subraya que España se ha descolgado del proceso de recuperación que experimentan otras grandes economías europeas.
El tono positivo de las declaraciones de la responsable de la economía, Nadia Calviño, seguramente tiene más que ver con su intención de no generar alarmas añadidas que con la realidad que ella conoce muy bien. Cuando subraya que el empleo se recupera a buen ritmo significa que el paro ha caído menos que la producción, por los expedientes de regulación temporal de empleo y por las altas en la Seguridad Social; pero si en lugar de hablar de empleo mencionase las horas efectivamente trabajadas, la caída (cercana al 23%) es más fuerte que la del PIB.
Es preciso relativizar los datos que se aportan al debate, o porque inmediatamente quedan atrasados, o porque muchos de ellos son de parte y pretenden influenciar a la opinión pública. Los hechos son que, finalizado el estado de alarma, ha habido muchas empresas que no han vuelto a abrir, que muchos de sus titulares han aprovechado para jubilarse sin que lo tuviesen previsto; que se ha roto la serie de establecimientos que pasaban de padres a hijos, de generación en generación; que han caído en muchos casos las cadenas de producción como la de las empresas que compraban a los mayoristas y al dejar de hacerlo pusieron a éstos en precario. Y que todo ello no ha acabado.
Tras la curva de la pandemia llega la de los cierres. Y a continuación, el problema político: quién apostará por la desesperación de los perdedores. La historia señala cómo acaba habitualmente ello.