¡Sálvese quien pueda!

Hay una ventana de oportunidad para cohesionar el desarrollo económico y la transición ecológica

Un técnico de laboratorio muestra una caja de remdesivir en Cairo, Egipto.Amr Abdallah Dalsh (REUTERS)

Amedida que los recursos económicos de primer orden (alimentos, medicamentos,…) escasean o no llegan, o a medida que se deteriora el medio ambiente (catástrofes climáticas cada vez más dramáticas y generalizadas) se tensan las relaciones que conforman la convivencia humana y generan la estabilidad social, y se afilan las tendencias del “¡Sálvese quien pueda!” y del autoritarismo político. El gen egoísta. Hay muchos ejemplos de ello en la historia.

Uno de esos ejemplos, bie...

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Amedida que los recursos económicos de primer orden (alimentos, medicamentos,…) escasean o no llegan, o a medida que se deteriora el medio ambiente (catástrofes climáticas cada vez más dramáticas y generalizadas) se tensan las relaciones que conforman la convivencia humana y generan la estabilidad social, y se afilan las tendencias del “¡Sálvese quien pueda!” y del autoritarismo político. El gen egoísta. Hay muchos ejemplos de ello en la historia.

Uno de esos ejemplos, bien actual, es lo que se va conociendo del producto antivírico llamado remdesivir, vinculado con la salud de los que padecen la pandemia del coronavirus y que ya tuvo efectos positivos contra el virus del ébola. El titular de que “EE UU compra casi toda la producción de remdesivir, el primer fármaco que trata la covid” es casi pornográfico para el resto de la humanidad. El todopoderoso Departamento de Salud del Gobierno de Trump habría firmado con la multinacional farmacéutica Gilead Sciences la recepción del 100% de la producción de ese antivírico en los próximos meses. El escándalo se complementa con el hecho de que el precio de una dosis de remdesivir supera largamente los 300 euros y un tratamiento habitual, los 2.000 euros. No son precios precisamente al alcance de todo el mundo o tensionan las finanzas de la Seguridad Social. Al comentarlo, el profesor de investigación del Centro Superior de Investigaciones Científica Vicente Larraga concluía: “Me temo que la tentación del dinero fácil con unos precios muy superiores a los que indicarían los costes de desarrollo y producción volverá a hacerse presente” (EL PAÍS, 1 de julio).

Otro ejemplo: la preocupación por el deterioro del medio ambiente y algún tipo de vinculación, incluso lejana, con la pandemia de la covid-19, se ha manifestado en los primeros comicios celebrados después del pico inicial de la misma: las elecciones municipales francesas. Con dos características centrales: abundante porcentaje de abstención ciudadana y victoria de las posiciones políticas ecologistas. ¿Será una tendencia sólida o la flor de un día? Los saltos adelante y atrás de los verdes alemanes, precursores de la ideología del ecologismo de izquierdas, en su potencial electoral no son concluyentes, aunque todo indica que la ecología y la lucha contra la emergencia climática se consolidan cada vez con más rapidez en el centro del tablero político.

Lo más significativo —que lo es— no es que los ecologistas avancen posiciones en casi todos los lugares donde se presentan (son la cuarta formación en el Parlamento Europeo) sino que sus ideas permean, cada vez con más fuerza, los programas políticos del resto de las formaciones de izquierda, e incluso de las de centro (Macron). No es que aquellas pierdan el corpus ideológico que las identifica, sino que añaden al mismo una nueva pieza: la identidad ecologista. A la cuestión social (la lucha contra las desigualdades) se une la cuestión ecológica (reducir los gases de efecto invernadero) y la cuestión de género (el feminismo) como señas de identidad centrales de los partidos políticos del espectro zurdo.

No solo en Europa. La joven congresista americana Alexandria Ocasio-Cortez, perteneciente al ala izquierda del Partido Demócrata y abanderada del Green New Deal (GND), se acaba de imponer con mucha holgura en las primarias del partido, en su distrito en Nueva York. El GND es una suerte de keynesianismo verde en el que el sector público impulsa las inversiones necesarias para transformar el modelo económico hacia un crecimiento más sostenible. En esta coyuntura mundial en la que se hace frente a las consecuencias recesivas de la lucha contra el coronavirus con paladas de dinero público, se abre una ventana de oportunidad para hacer coherente la vuelta al desarrollo económico con una transición ecológica justa. En la “nueva normalidad” la lucha contra la emergencia climática no puede esperar al fin de la excepcionalidad económica, sino ir de la mano. Además del virus asesino, la principal amenaza que se cierne sobre las sociedades es la crisis ecológica como problema político que interpela a la ciudadanía actual y a las generaciones inmediatamente posteriores.

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