“Deseo que no vuelva la normalidad. No quiero contribuir a la destrucción del planeta volando a Berlín o Madrid para promocionar mi música”: así es Gruff Rhys, el compositor más genial de Gales
El músico publica el último de sus excéntricos experimentos: un disco que es la ‘autobiografía’ de una montaña al norte de China, en la frontera con Corea del Norte
Entrevistar a Gruff Rhys resulta una experiencia extraña. Cuando se le pregunta por sus últimos descubrimientos musicales, por los álbumes que ha escuchado durante los meses de reclusión forzosa que trajo la pandemia, el músico galés se incorpora sin mediar palabra, desaparece del encuadre (estamos hablando vía Zoom) y nos deja un par de interminables minutos esperando frente a una pantalla vacía. Luego vuelve cargado de vinilos y los muestra uno tras otro, con parsimonia ca...
Entrevistar a Gruff Rhys resulta una experiencia extraña. Cuando se le pregunta por sus últimos descubrimientos musicales, por los álbumes que ha escuchado durante los meses de reclusión forzosa que trajo la pandemia, el músico galés se incorpora sin mediar palabra, desaparece del encuadre (estamos hablando vía Zoom) y nos deja un par de interminables minutos esperando frente a una pantalla vacía. Luego vuelve cargado de vinilos y los muestra uno tras otro, con parsimonia casi lisérgica: “Vamos a ver. Pys Melyn, una banda galesa muy joven y muy ecléctica. Mi buen amigo Joshia Steinbrick, que acaba de publicar un disco estupendo, Liquid / Devotion & Tongue Street Blue. También está Flock, lo último de Jane Weaver…”. Música tan ignota que ni siquiera resulta fácil encontrarla en Spotify y que Rhys compra “en una pequeña tienda del centro de Cardiff en la que, en plena pandemia, dependientes enmascarados te pasaban los vinilos a través de la ventanilla, como si estuvieses comprando droga en un garito clandestino”.
La conversación se desarrolla a una hora cruel de la mañana, y el que fue líder de Super Furry Animals, la más extravagante y periférica de las bandas de britpop, cierra los ojos con desconcertante frecuencia y se sume en silencios de varios segundos, como si acabase de sufrir un brusco ataque de narcolepsia. En realidad, lo que hace, según nos explica, es “darse espacio” para buscar en su interior las respuestas a nuestras preguntas: “Me gusta conversar sin prisas”, aclara, “y evitando las respuestas obvias y los lugares comunes, creo que es una cuestión de cortesía y de respeto elemental entre seres humanos: tú te has tomado tu tiempo para decidir lo que quieres preguntarme”.
Arrebujado en una especie de diván oriental, tan ocurrente y lúcido como de costumbre, Rhys habla de su nuevo disco, Seeking New Gods, un álbum conceptual, la (supuesta) autobiografía de una montaña del norte de China, en la frontera con Corea del Norte: “Eso es lo que iba a ser al principio, sí”, matiza el cantante, “y es así como se lo describí a mi discográfica. El caso es que estaba leyendo un libro sobre el monte Paektu y se me ocurrió que sería interesante escribir una serie de canciones desde el punto de vista de esa montaña, que lleva ahí plantada millones de años y algo habrá aprendido sobre el sentido de la vida y la esencia del universo. Pero, según escribía, mi punto de vista fue suplantando gradualmente al de la montaña y al final es más bien un álbum conceptual sobre Gruff Rhys, músico de 50 años que no ha aprendido gran cosa y se esfuerza por extraer sentido de su propia experiencia. De ese entrecruzamiento de ideas caóticas nacen las letras del álbum”.
Hasta ahí, el concepto. En cuanto a la música, el nuevo disco supone un retorno matizado a la extravagancia pop de sus obras de mediados de los noventa con Super Furry Animals: “Supongo que tengo dos personalidades musicales muy marcadas: el galés que hace folk mutante y electrónica marciana y el hippie californiano enamorado de la psicodelia y la música surf”. Seeking New Gods encaja en el segundo registro. También es el álbum profundamente espiritual de un hombre que asegura no creer “en ninguna religión organizada”, pero sí en que “somos algo más que simple materia perecedera, que hay en nuestras vidas algo significativo y trascendente”.
Rhys completó su disco en los primeros meses de 2020, pero ha preferido publicarlo ahora, cuando la pesadilla pandémica empieza a llegar a su fin, y no descarta defenderlo en directo en los próximos meses: “De momento, he confirmado ya unos pocos conciertos en el Reino Unido y espero que vaya surgiendo alguno más. Las canciones nacen en tu cabeza y luego las encierras en un disco, que viene a ser la incubadora, pero cuando de verdad cobran vida es cuando las compartes con tu público”. Echa de menos los escenarios, pero lo que en absoluto añora es la vida “desbocada y absurda” que era propia de los músicos profesionales hasta marzo de 2020: “Espero muy sinceramente que eso haya quedado atrás. No quiero tener que viajar a Berlín, a Londres o Madrid para promocionar mi música, embarcado en vuelos inútiles que contribuyen a la destrucción del planeta y pasando noches de hotel innecesarias lejos de mi familia y de mis amigos. Ahora son las diez de la mañana, estoy hablando contigo desde mi casa y puedo dedicarte todo el tiempo del mundo. Luego me tomaré un té, dedicaré un par de horas a escuchar música, leer y tocar la guitarra y después iré a buscar a mis hijos a la salida del colegio”.
Rhys opina que tenemos que acostumbrarnos a viajar mucho menos para recuperar lo que de experiencia excepcional y enriquecedora tenían los viajes: “Yo viví unos meses en Barcelona y allí, integrándome de verdad en una ciudad ajena, esforzándome por conectar con su esencia, descubrí en qué consiste realmente ser europeo y ciudadano del mundo”. Años después, partiendo de aquella experiencia juvenil, escribió una canción, I Love EU [Amo la Unión Europea] que pretendía ser su contribución personal a que no se consumase el Brexit. Perdió aquella batalla: “En política, tengo la sensación de estar perdiendo casi siempre. La Unión Europea tendrá múltiples defectos, pero es un proyecto de cooperación entre distintos al que creo que los británicos tendríamos que haber dado una oportunidad. Pero aquella fue una campaña sucia y demagógica y acabamos eligiendo una alternativa mucho peor y que ni siquiera sabemos en qué consiste. ¿Vamos a ser la sucursal de Estados Unidos, el socio occidental de China e India, un paraíso fiscal o una isla pequeña y orgullosa que flota a la deriva en el Atlántico? Creo que ni Boris Johnson lo sabe”. Si se volviese a votar, Rhys está convencido de que Gales apostaría esta vez por Europa: “Se creó un momento emocional extraño y acabamos comprando, aunque fuese por un margen muy estrecho, la nostalgia imperial de nuestros vecinos los ingleses, cuando la galesa ha sido siempre una cultura europea y cosmopolita”, asegura. Él se muestra dispuesto a “no dejar nunca de ser europeo”. Lo dice muy despacio, con los ojos entrecerrados y sonrisa beatífica, para ofrecerse a continuación a hablar de fútbol, “puesto que ya hemos hablado de música, de religión y de política” y él sigue sin tener nada urgente que hacer. Lo dicho, entrevistar a Gruff Rhys resulta una experiencia extraña.
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