El año en que se entregaron los Oscar, pero nadie lo celebró (en público)

Los Oscar de este año serán un evento presencial. Pero lo que no han podido salvarse son sus fiestas. Esas citas, casi tan legendarias como la ceremonia, convertían el fin de semana en una bacanal lúdica de algo más de 72 horas

No caben más estrellas en una mesa tan pequeña: Kate Capshaw, Elton John, Bruce Springsteen, Patti Scialfa, Tom Hanks, Rita Wilson y Steven Spielberg en una fiesta para recaudar fondos contra el sida celebrada tras la gala de los Oscar de 1994.KMazur (Getty Images)

El último en rendirse a la evidencia ha sido Elton John. El artista británico está muy orgulloso de los cerca de 290 millones de dólares que su fundación contra el VIH lleva recaudados desde 1993. Gran parte de ese dinero procede de la fiesta benéfica que organiza todos los años en Los Ángeles tras la ceremonia de los Oscars, un evento frecuentado sobre todo por la élite LGTB+ de la industria del entretenimiento y al que el año pasado acudieron famosos gay friendly como Sharon Stone, Heidi Klum, Bella Thorne, Iman, Dita Von Teese, Paz Vega o Donatella Versace.

Este año no va a ce...

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El último en rendirse a la evidencia ha sido Elton John. El artista británico está muy orgulloso de los cerca de 290 millones de dólares que su fundación contra el VIH lleva recaudados desde 1993. Gran parte de ese dinero procede de la fiesta benéfica que organiza todos los años en Los Ángeles tras la ceremonia de los Oscars, un evento frecuentado sobre todo por la élite LGTB+ de la industria del entretenimiento y al que el año pasado acudieron famosos gay friendly como Sharon Stone, Heidi Klum, Bella Thorne, Iman, Dita Von Teese, Paz Vega o Donatella Versace.

Penelope Cruz y Madonna en la fiesta post-Oscars de Vanity Fair en 2007.Patrick McMullan (Getty Images)

Este año no va a celebrarse. Hollywood no está ahora mismo para fiestas. Reunir en un evento bajo techo a alrededor de 600 famosos para que coman, bailan y beban Dom Pérignon en feliz promiscuidad no parece la más feliz de las ideas en el segundo año de la pandemia. Así que el músico va a conformarse con un sucedáneo virtual, una gala retransmitida en directo para un máximo de 400.000 suscriptores a los que se pedirá una aportación, tan voluntaria como imprescindible, de 20 dólares. La presentará el actor Neil Patrick Harris, está previsto que dure alrededor de una hora y contará con actuaciones musicales como un par de temas cantados a dúo entre Sir Elton y una de las madrinas de su fundación, la londinense de origen kosovar Dua Lipa.

Las fiestas de los Oscar no se limitan a Los Ángeles: aquí, Mick Jagger y Jerry Hall en una celebrada en 1979 en Studio 54 en Nueva York.Bettmann (Getty Images)

Es el signo de los tiempos. Desde el pasado mes de septiembre llevamos asistiendo a una descorazonadora sucesión de grandes eventos internacionales resueltos vía Zoom, de manera tan voluntariosa como desabrida. La Academia de Hollywood se ha resistido con uñas y dientes a pagar tan ingrato peaje, a malbaratar sus premios y renunciar al despliegue desacomplejado de glamour y potencia mediática que los viene caracterizando desde 1929. Por ello, ya hace varios meses que decidieron darse algo más de tiempo y trasladar la gala de los Oscars de finales de febrero a la última semana de abril con la esperanza de que las condiciones sanitarias mejorasen y, ya de paso, algún gran proyecto en fase de posproducción, como el West Side Story de Steven Spielberg, pudiese estrenarse y entrar en la lista de nominados.

Grace Kelly sujeta un Oscar mientras es abrazada por William Holden en una fiesta post-Oscars en 1955.Mondadori Portfolio (Getty Images)

Las mejores expectativas no han podido cumplirse. La pandemia sigue su curso y Spielberg no tiene aún listo su tributo al cine musical clásico. Pese a todo, una suave caída primaveral de la curva de contagios en los Estados Unidos ha hecho posible alcanzar el objetivo mínimo: que los Oscar de este año sean un evento presencial, aunque “íntimo y escalado a la baja”, como ha aclarado el productor de la gala, Steven Soderbergh. El cineasta de Atlanta ha confirmado también que los invitados se reunirán en el precioso vestíbulo de la Union Station, la gran terminal ferroviaria del centro de Los Ángeles, que no llevarán mascarillas ni durante la ceremonia ni en la alfombra roja y que disfrutarán de un espectáculo “muy cinematográfico”, sin maestro de ceremonias y con conexiones continuas a una decena de escenarios secundarios, incluido el teatro Dolby, sede de las 19 ceremonias anteriores.

Ava Gardner y Mia Farrow en una fiesta post-Oscars en 1978 en Beverly Hills, California.Ron Galella (Getty Images)

Soderbergh insistió también a los asistentes en la necesidad de vestirse “con elegancia, sensatez y buen gusto”, en una apenas velada referencia a celebridades de instinto rebelde como Jason Sudeikis, que ha convertido en hábito reciente acudir a entregas de premios poco menos que en chándal: “Hoy más que nunca, debemos esforzarnos por estar a la altura de la calidad y el prestigio de nuestra industria. El mundo va a estar mirando”, ha dicho Soderbergh. Y es que la Academia se está esforzando en trasladar el mensaje de que sus premios de este año pretenden ser una celebración del cine comparativamente modesta, pero más digna que nunca.

Sally Field, Meryl Streep y Jessica Lange en una fiesta post-Oscar celebrada en el restaurante Spago's de Los Ángeles en 1986.Time & Life Pictures (Getty Images)

Las que no han sobrevivido a esta jibarización forzosa del acontecimiento son las grandes fiestas (previas, simultáneas y posteriores) que convertían el largo fin de semana de los Oscars en una bacanal lúdica de algo más de 72 horas, de la tarde del jueves a la madrugada del domingo. Ya a mediados de junio se confirmó que se cancelaba el tradicional ‘baile del gobernador’ (Governors Ball), que se venía celebrando en los últimos años en el Ray Dolby Ballroom del hotel Loews, un fastuoso espacio con capacidad para 1.500 invitados que cuenta con seis salones y una terraza. Allí acudían los ganadores a que inscribiesen su nombre en las estatuillas y a disfrutar de los tequilas y Negronis de fantasía de mixólogos como Charles Joy.

Elton John y Sharon Stone en la fiesta Vanity Fair de 1994.Kevin.Mazur/INACTIVE (Getty Images)

El año pasado, el chef austríaco Wolfgang Puck se ganó el elogio incluso de un profesional de la queja metódica como Joaquin Phoenix con un menú de gala apto para veganos que incluía trufa blanca boloñesa y delicias de coliflor y aguacate con (o sin) una generosa capa de caviar de Beluga. Alguna de las crónicas de urgencia más maliciosas insistía en que Tom Hanks y Greta Gerwig se dieron un atracón de tartares y quinoa mientras Brad Pitt, Laura Dern y Quentin Tarantino se hacían fuertes en la pista de baile y Maya Rudolph y Renée Zellweger hincaban los codos en la barra de cócteles. Rachel Marlowe, redactora de Vogue, celebraba por entonces el espíritu “cordial y relajado” del evento, una de las raras ocasiones en que la élite de Hollywood (sobre todo, a partir de ciertas horas) se permite el lujo de desinhibirse y proporcionar anécdotas fuera de guion. Nada de eso ocurrirá este año.

Swifty Lazaar y Diana Ross during en la fiesta organizada por Lazaar en 1981.Betty Galella (Getty Images)

El otro gran evento cancelado es la fiesta de Vanity Fair, que llevaba celebrándose desde 1994. Contaba con la alfombra roja más audaz y se desarrollaba en lugares como el hotel Sunset Tower o el centro de artes escénicas Wallis Annenbeg, en Beverly Hills. Siempre en espacios diáfanos, sin reservados ni zonas VIP, para que la gente de la industria pudiese mezclarse sin orden ni concierto con medallistas olímpicos, modelos bielorrusas, nigerianas o puertorriqueñas y miembros de la realeza o la alta aristocracia europea. En saraos como este empezó a cimentarse la reputación de party animal de un jovencísimo Leo DiCaprio. También en la fiesta de Vanity tocó la gaita Mel Gibson e intrusos ilustres como Courtney Love, Prince, Dennis Rodman o Traci Lords se saltaron cualquier protocolo dando cursos acelerados de lo que entendían ellos por divertirse. En los últimos años, la fiesta se estaba aburguesando a marchas forzadas, aparcando en cierta medida el glamour insurgente y canalla de sus inicios, pero seguía siendo el lugar en el que dejarse ver si aspirabas a hacerte un hueco en los papeles al día siguiente. Este año, la revista de moda ha asumido que no procede reunir durante horas a una auténtica multitud de gente rica y famosa. Así que, como premio de consolación, organizarán una gala virtual benéfica apadrinada por celebridades como Serena Williams, Amanda Seyfried o Michael B. Jordan. Las entradas se han vendido a entre 20 y 50 dólares por cabeza y toda la recaudación irá a parar a iniciativas relacionadas con la lucha contra el coronavirus.

Russell Crowe y Michael Douglas en la fiesta post-Oscar de Elton John.KMazur (Getty Images)

La misma suerte han corrido la larga lista de eventos satélite de los Oscars que se habían ido labrando una reputación en las últimas décadas. Adiós a ese encomiable esfuerzo de contraprogramación desde la modestia que era los Independent Spirit Awards, con su cada vez más cotizada barbacoa vegana en la playa de Santa Monica, en la que la actriz Aubrey Plaza ejercía de maestra de ceremonias. Este año conceden sus premios en ceremonia virtual sin fastos de ningún tipo. Lo mismo cabe decir de las cenas, visionados de películas candidatas y actos festivos diversos que organizaban durante el fin de semana marcas como Gucci o Tom Ford, estrellas filantrópicas como Byron Allen o personalidades como la fotógrafa Diane Von Fustenberg o la familia Grimaldi.

Steven Spielberg, Tom Hanks y Elton John en la fiesta post-Oscars de este último en 1993.KMazur (Getty Images)

Dicen adiós también el cóctel en la residencia del cónsul general de Canadá (los nominados del país de la hoja de arce no se lo perdían nunca, hubiese sido un ultraje al orgullo nacional), el encuentro de actrices afroamericanas del hotel Beverly Wilshire, los almuerzos organizados por el gremio de montadores, técnicos de sonido o directores artísticos, los pintorescos premios Oscar Wilde, la fiesta de Cadilac en el mítico Chateau Marmont, as fiestas de agencias de representación artística como UTA o WME, la Gold Party con la que Beyoncé y Jay Z han demostrado en los últimos años su firme voluntad de apuntarse a cualquier bombardeo que se produzca en su área de influencia o la casi recién estrenada y cada vez más influyente gala de Netflix.

Janet Jackson y Whitney Houston en la fiesta de Elton John en 1999.KMazur (Getty Images)

En 2021, no sobran los pretextos para ponerse de tiros largos. Hace décadas, en los años de mayor esplendor del Hollywood clásico, estrellas del calibre de Elizabeth Taylor, Grace Kelly o Marilyn Monroe se reunían tras la ceremonia para cenar juntas en el restaurante angelino del chef Michel Romanoff. Allí, con sus trajes de gala y las estatuillas sobre la mesa, posaron con aire falsamente distendido para fotografías en blanco y negro que hoy forman parte de la liturgia y la leyenda del cine estadounidense. Este fin de semana, la ceremonia número 93 de los premios de la Academia no dejará fotos así para el recuerdo.


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