El regreso de la artesanía
Mi sueño es que los jóvenes diseñadores sean humanistas que piensen en el futuro, con las manos y sin perder nuestra esencia
Comencé mi carrera hace 33 años y siempre pensé que la mejor manera de responder a mi vocación era crear situaciones, diseños, espacios y objetos rabiosamente contemporáneos. He participado en concursos internacionales de arquitectura y diseño, siempre buscando obra pública y diseñar para la gran mayoría. Conseguí superar esos complicados concursos y ver realizados muchos de ellos. Grandes proyectos, viajes, equipos multidisciplinares, savia siempre joven, porque me apasiona la juventud por su libertad creativa, sin fisuras ni dobleces.
Hace diez años, después de tanto recorrido y de ex...
Comencé mi carrera hace 33 años y siempre pensé que la mejor manera de responder a mi vocación era crear situaciones, diseños, espacios y objetos rabiosamente contemporáneos. He participado en concursos internacionales de arquitectura y diseño, siempre buscando obra pública y diseñar para la gran mayoría. Conseguí superar esos complicados concursos y ver realizados muchos de ellos. Grandes proyectos, viajes, equipos multidisciplinares, savia siempre joven, porque me apasiona la juventud por su libertad creativa, sin fisuras ni dobleces.
Hace diez años, después de tanto recorrido y de experimentar la necesidad de buscar una marca singular en este mundo globalizado, decidí mirarme al ombligo y buscar poesía en las señas de identidad que nuestro país atesora. Tan ricas, tan diversas, tan apasionantes como maltratadas... ¡pobre identidad nuestra! ¿Qué nos queda de las tres culturas, de nuestro legado andalusí y sefardí, de nuestro vínculo con América Latina? ¿Quizá el sustrato de nuestra identidad?
Tuve la inmensa suerte de nacer en el seno de la excelencia artesana. Desde su maestría mi madre, Pepita Alía, recientemente nombrada tesoro viviente, se dedicó a proteger y promover esa isla estética que constituyen las labores de Lagartera y su estilo de vida. Ya a finales de los años cincuenta se subía a un avión y paseaba estas labores por las cortes europeas. Su máxima era, desde la sofisticación, elevar la excelencia artesana española como esencia de lo nuestro, de nuestra marca, de nuestra singularidad.
Nuestra casa era un espacio de agitación cultural donde ocurrían muchas cosas, donde se daban cita personajes apasionantes, artistas y amantes de lo puro. Mi madre era su mejor activista, repleta de belleza y de energía a partes iguales, siempre embajadora de lo que tanto amo.
Y así, con toda esta pedrada en mi cabeza, decidí mapear España y detectar en manos de quién estaba la maestría y, sobre todo, las señas de identidad plurales de nuestro país. La sensación inicial no fue fácil: muchas líneas rojas, muchos maestros a punto de desaparecer y la necesidad de recuperar y salvaguardar las identidades perdidas. A lo largo de este camino he visto la emoción en el rostro de muchos maestros ante la sensación de abandono. He tenido la inmensa suerte de abrazar a un tesoro viviente, un guardián de la cerámica de Fajalauza, antes de fallecer.
Para mí, fue un momento de reflexión. Tenía que levantar la voz. La solución, pensé, pasaba por elevar la artesanía a través del aprendizaje y conseguir que los guardianes depositaran su sabiduría en nuevos aprendices. Por eso, desde hace tiempo trabajo en crear la primera universidad de talento artesano vinculada al diseño, con el apoyo del Gobierno de Castilla-La Mancha y la Dirección General de Artesanía de Castilla-La Mancha.
De igual forma que hemos conseguido elevar la gastronomía, esta idea de “pensar con las manos” late en nosotros y es necesario conectar con el público joven a través del diseño, para crear lenguajes contemporáneos a partir de lo eterno.
Pero no es sencillo. Cuando veo el recorrido actual de la artesanía española, me provoca cierta pesadumbre y desconfianza que todo oscile entre la opinión de la progresía más recalcitrante o, por el contrario, de lo pijo más absurdo. La excelencia ni es mercadillo ni es servilleta de cóctel. La artesanía es algo más culto, más profundo y, sobre todo, más serio.
Tampoco la excelencia artesana está en manos de quienes se obsesionan con los procesos digitales y mecánicos para conectar con la vanguardia en un ejercicio de pensamiento. Señores, por mucho que se empeñen, eso es diseño industrial y no artesanía. Siempre me acuerdo de la tortilla de patata cuando pienso en el panorama actual artesano: estamos obsesionados con deconstruirla y se nos ha olvidado pelar la patata.
¿Dónde estamos? ¿En la artesanía que se usa y hace la vida estética y confortable? ¿O en el arte, que se admira, que provoca? Querido Fortuny: el hilo cada vez se tensa más. Por eso, mi sueño es que los jóvenes diseñadores sean artesanos y humanistas que piensen en el futuro sin perder nuestra esencia. Pensar con las manos es un ejercicio bello, lento y para siempre.
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