Abrace el fracaso, huya de la popularidad
La columna de agosto del director de ICON, Daniel García, no podía versar sobre otra cosa que no sea relajarse y el placer de dejar algo sin terminar
Pensaba que los manifiestos eran cosa de las vanguardias artísticas del siglo XX, pero el otro día me llegó uno a casa. Es un librillo grapado en papel de fotocopia llamado The Debrist Manifesto –algo así como “el manifiesto ruinista”– y propone no acabar las cosas, rehuir el triunfo, evitar hacer algo que sea identificable, etiquetable y comercializable. O sea, un bofetón a estos tiempos de ...
Pensaba que los manifiestos eran cosa de las vanguardias artísticas del siglo XX, pero el otro día me llegó uno a casa. Es un librillo grapado en papel de fotocopia llamado The Debrist Manifesto –algo así como “el manifiesto ruinista”– y propone no acabar las cosas, rehuir el triunfo, evitar hacer algo que sea identificable, etiquetable y comercializable. O sea, un bofetón a estos tiempos de marca personal y ansiedad por rentabilizar cualquier rasgo de carácter. El primer mandamiento es claro: nunca acabe nada. Si lo acaba, repúdielo un año tras otro, indica el segundo mandamiento. Y si alguien le dice que aquello estaba genial, explore sus razones, piense detenidamente en sus argumentos y finalmente descarte su opinión. Ese es el tercer mandamiento, así hasta 15, punto en el que se insiste: NUNCA ACABE NADA.
Su autor, el británico Scott King, lo explicaba el mes pasado en la revista Interview: “Vivimos en un mundo en el que la popularidad lo es todo. Hemos llegado al punto de la tragedia identitaria: nos levantamos cada mañana y abrimos Instagram para comprobar si todavía existimos. Este manifiesto habla de abrazar el fracaso, la falta de popularidad, y buscar la diversión y el potencial que encierran, en vez de estar constantemente frustrado porque no tienes lo que crees que quieres”. Y advierte: “Hay elementos fantásticos, ridículos o cómicos [en el manifiesto], pero están apuntalados por la verdad”.
La idea de no hacer, o de no hacer porque sí, fue una de las muchas que surgieron durante la charla que ICON Design organizó en Madrid el mes pasado con otro inglés, el arquitecto David Chipperfield (el resumen está en la página 34, y puede ver la charla completa en nuestra web). En una de nuestras conversaciones previas, Chipperfield echaba pestes de la cultura de la autopromoción: “Se asume que, para tener éxito, tienes que tener una marca, y que tu imagen debe resaltar sobre la de los demás. Compra mi casa, compra mi coche, compra mi producto. Tienes que hacerte famoso para resultar competitivo. Todo eso va en contra de lo que la arquitectura realmente quiere conseguir, que es ser sensata y hacer lo correcto”.
El culto a la foto se ha convertido en un glorioso síntoma de estupidez. Hace un par de meses Edwin Heathcote, el crítico de arquitectura del Financial Times, describía un caso flagrante, “una tragedia a punto de ocurrir”: la piscina de cristal que, suspendida entre dos edificios de una promoción de lujo al sur de Londres, resumía ostentosamente la desigualdad de clases que la furia inmobiliaria había provocado en el barrio. Y citaba un puente panorámico en China que dejó colgando en el vacío a un turista cuando algunos de los paneles transparentes del suelo se empezaron a volar. El turista se salvó, pero está por ver si la cultura de hacer cosas para servir de fondo de un selfi recupera la consciencia.
Hacer una pausa para reflexionar es un inequívoco rasgo de civilización. ¿Posteo esta foto o no? ¿Construyo esta piscina de cristal a 50 metros sobre el suelo o no? Pero empezar algo solo para dejarlo inconcluso, como propone Scott King, es la última frontera. En un momento de su ruinismo, King propone incluso acabar con las ideas, no vayan a dar lugar a obras que lleven a la eficiencia y, ¡horror!, al éxito. “Nuestro objetivo es la búsqueda, no el producto final”, reitera el manifiesto de manera francamente subversiva. Y seductora: ya hay coartada para no acabar esos libros empezados que tiene sobre la mesilla, para abrir unos cuantos más o para pasar las páginas de la revista que tiene entre manos sin más pretensión. La revolución empieza en lo cotidiano. ¡Feliz verano!
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