Cómo vestir de abuelo (sin parecerlo mucho)
Me preocupa la influencia que mi forma de vestir y mi obsesión por los disfraces puedan tener en mi nieto
Entonces alguien dijo, “ser abuelo es un destino y un estilo”, y yo reflexioné sobre la frase que me tocaba en lo más hondo. Estábamos en la Formatgeria del Montseny, Can Gorgs, la quesería instalada en una colina con vistas espectaculares de la montaña y a la que habíamos llegado por una ruta endiablada en mi viejo Suzuki Santana trepando al final por una carreterita empinada en la que tuve la fatal ocurrencia de evocar Sirat. Lo del destino de ser abuelo me parecía claro porque ya lo soy (he hecho mía la frase “un abuelo es alguien que sabe que en la vida lo peor siempre acaba sucediendo, y también lo mejor”), pero lo del estilo me dio en qué pensar. ¿Cambiamos de estilo al tener un nieto?, y en concreto, ¿hay que vestir distinto?
Este verano he pasado unos días en Formentera con mi nieto Mateo, de un año y tres meses, y he usado la misma ropa muy usada y desastrada que acostumbro. Es posible que al vernos juntos alguien haya pensado: “Qué mono ese bebé que tiene de canguro a un hippie”, o “¡a quién se le ocurre dejar a un niño con el capitán Sparrow!”. Por si acaso le he comprado un bañador muy pijo, de esos del caballito de mar, en la tienda Dossae de Sant Francesc, aunque Mateo presenta ya una predisposición muy mía a no usarlo…
Me preocupa la influencia que mi forma de vestir y mi obsesión por los disfraces puedan tener en él. Que nos caractericemos de sioux, de romanos o de húsares tiene un pase ahora pero ha de entender que no podrá ir siempre de esa manera si se hace médico o abogado, o hasta periodista de Economía. De ahí la responsabilidad que siento de que mi estilo pueda influirle (incluso antes de que vayamos juntos al Sónar). Y que sopese si debo cambiar de forma de vestir. Así como hay tiendas y líneas de ropa específicas para niños -mi hermana Graziella tenía una, Normandie, sin ir más lejos, y a mí me gustaba porque incluía una colección inspirada en el desaparecido escalador del Everest George Mallory-, no he encontrado que las haya para abuelos. Puede ser una veta de negocio. La moda de abuelo no debería incluir, imagino, pantalón corto (pese a la conocida frase de que un bebé hace del padre un hombre y del abuelo un niño), ni pantalones de peto, aunque uno de mis sueños es vivir un verano a lo Tom Sawyer mano a mano con Mateo, buscando ranas, estirándonos en la hierba a ver pasar las nubes y leyendo a Enid Blyton. No es de abuelo tampoco, probablemente, llevar gorra de béisbol, ni siquiera si te pareces al Harry Dean Stanton de París Texas.
A ver, no es que debas ponerte en cada ocasión sombrero y americana (siempre es bonito que cuando llevas a tu nieto al parque te diga aquella chica guapa con perrito lo mono que es tu sobrino). Pero quizá hay que elevar un poco el listón de la prestancia y el porte. A mí no me hubiera gustado que cuando mi abuelo materno me llevaba a Lezo a tomar batidos lo confundieran con Jack Sparrow, y mira que era aventurero mi abuelo, que había cazado caimanes y una vez durante una expedición en los Llanos de Apure le hizo un torniquete a un indio que se había amputado el pie con el machete tras morderle una serpiente. Mi abuelo no iba de cualquier manera ni a la selva, y a tomar batidos conmigo siempre con traje de tres piezas. Claro que mi abuelo era de otra pasta que yo, que que dudo que cace algún día cocodrilos y que con un indio amputado con un machete no sabría por dónde empezar. Pero espero que Mateo lo entienda y que cuando se extrañe de cómo voy vestido —momento que seguramente llegará— recuerde aquella preciosa frase de Ray Bradbury: “Un abuelo es alguien que te reconoce en Halloween” y sonría al pensar “qué tipo mi abuelo, y qué estilo”.