Tragedias particulares

El relato de la pérdida en primera persona de Nick Cave nos recuerda que ni las fotos, ni los datos, ni la fascinante narrativa de las tormentas perfectas deberían alejarnos demasiado de la escala humana

La imagen de una catástrofe: 'Jpeg NY01' (2004), de Thomas Ruff.Thomas Ruff

Las cosas que le han pasado a Nick Cave, nuestro hombre de portada, serían dignas de un desenlace terrible. Pero el músico australiano, antaño famoso por ser un diablo carismático con historial pleno de excesos, ha transformado el duelo por sus dos hijos muertos, y la desaparición de amigos y familia, en un disco luminoso. “La sola idea de Nick Cave grabando un álbum alegre parece imposible, ¿no te parece?”, le dice a Iñigo López Palacios en una entrevista exhaustiva donde el crooner de 67 años disecciona su música, su fe, sus creencias, su historia y el camino que han recorrido él y su mujer para superar los infortunios hasta llegar al momento actual, por suerte, reconciliados con la existencia. Y juntos. “Hemos salido con un vínculo muy particular, construido sobre el amor y la catástrofe”, afirma.

"La idea de Nick Cave grabando un disco alegre es sorprendente, ¿no te parece?", dice el cantante de su nuevo álbum, 'Wild God'.Quentin de Briey

La sinceridad de Cave es valiosa porque son las historias de la gente, y especialmente aquellas contadas por sus protagonistas, las que humanizan los datos, las estadísticas y los tópicos (ya saben: la vida se abre paso). Escribo estas líneas cuando todavía colean los titulares de la tragedia de Mike Lynch, el magnate británico cuyo barco, Bayesian, naufragó por culpa de una potente tromba marina —un tornado— este agosto en la costa de Sicilia. De un pasaje de 22 personas murieron siete con nombres y apellidos, pero la épica de la historia ha superado, con mucho, la escala humana. Parece frívolo dedicar tanta atención a este suceso en un verano que comenzaba con una cifra escalofriante: según la ONU, solo este año, han muerto o desaparecido más de 800 migrantes en el Mediterráneo. Pero es verdad que lo del británico parece una gigantesca broma pesada.

Lynch, el primer billonario tecnológico de Inglaterra, se había hecho a la mar con su mujer, su hija, su abogado, dos directivos del banco Morgan Stanley y sus respectivas parejas para celebrar su absolución en el juicio donde se le acusaba de haber inflado la contabilidad de su empresa, Autonomy, para venderla por 11.000 millones de dólares a HP en 2011. El proceso duró años y el éxito fue inesperado: solo el 1% de ese tipo de casos culmina en absolución. Pero el naufragio fue aún más inaudito. Lo contó el periodista y piloto Jeff Wise en la revista New York: el naufragio del Bayesian fue una concatenación de extrañas, siniestras coincidencias, como que el mismo día que se hundió el barco falleciera atropellado Stephen Chamberlain, exempleado de Lynch, que también había sido acusado y absuelto; que el velero, adquirido por 40 millones, hubiera sido descrito por su propio armador como “imposible de hundir”; el hecho de que ningún buque hubiera naufragado por una tromba marina en siglos, y que ese tipo de tornados no sean comunes en el lugar donde el barco se hallaba atracado. Pero lo peor de todo, continúa Wise, es el nombre del velero: Bayesian, un homenaje a Thomas Bayes, el matemático que en el siglo XVIII acuñó la teoría de la probabilidad sobre la cual Lynch construyó su fortuna y que en este caso solo se cumple a la inversa. Por acumulación de anomalías.

Es obvio que no hay tragedia sin azar; nadie dejaría que pasara nada si pudiera preverlo. El artista Thomas Ruff se encontraba por casualidad en Nueva York aquella mañana de 2001 en la que dos aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas pero, también por casualidad, se borraron las fotos que tomó con su cámara compacta. En su lugar, Ruff buscó en Internet, y las fotos que se descargó y amplió para imprimir, toscas y pixeladas, terminaron formando parte de un proyecto pionero. Una obra conceptual que habla sobre el distanciamiento que las imágenes, la autoría y los canales de distribución imponen sobre los protagonistas, en este caso, las víctimas de una tragedia. Hablar de banalización suena viejo en plena era de los memes, pero la moraleja sigue siendo la misma: ni las fotos ni los datos ni la fascinante narrativa de las tormentas perfectas deberían alejarnos demasiado de la escala humana y las historias particulares.

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