La tiranía de los niños con móvil: cómo lo infantil invadió la cultura de masas
Los niños cantan temas adultos de Shakira, son los espectadores favoritos de programas nocturnos y consiguen que sus colores y códigos invadan hasta el mundo del arte
Basta con pasar un rato (quien firma este reportaje lo hace cada mañana) junto a un grupo de niños alrededor de los 11 años para saber que prácticamente cualquier cosa puede servir para que se desconcentren y comiencen a alborotar. Millares de signos irrelevantes para un adulto (un gesto involuntario, una palabra desafortunada, el canto de un pájaro) son para ellos referencias que remiten al tema del momento. Y, en cuanto les llegan, se esfuerzan para demostrar que ellos también las han captado. Así que si en la pizarra un ángulo es “clara-mente agudo”, será inevitable que respondan a c...
Basta con pasar un rato (quien firma este reportaje lo hace cada mañana) junto a un grupo de niños alrededor de los 11 años para saber que prácticamente cualquier cosa puede servir para que se desconcentren y comiencen a alborotar. Millares de signos irrelevantes para un adulto (un gesto involuntario, una palabra desafortunada, el canto de un pájaro) son para ellos referencias que remiten al tema del momento. Y, en cuanto les llegan, se esfuerzan para demostrar que ellos también las han captado. Así que si en la pizarra un ángulo es “clara-mente agudo”, será inevitable que respondan a coro: “A ti te quedé grande y por eso estás / Con una igualita que tú-uh-uh-uh-uh”.
Muchos autores del campo de la neurociencia, como Francesc Xabier Altarriba, consideran que las primeras etapas de la adolescencia se caracterizan por cierto “exceso de mímesis”. Por otro lado, en su ensayo El hombre transparente (Akal, 2022), el matemático y escritor Javier Moreno explica el funcionamiento viral de internet a través de la Teoría Mimética de René Girard (los deseos se contagian entre individuos). La relación está clara: niños y adolescentes están naturalmente predispuestos para difundir y amplificar los fenómenos virales con los que se encuentran mientras recorren internet. Así que, igual que basta con que un solo alumno popular aparezca en clase con un yo-yo para que ese juguete se ponga de moda en todo el colegio durante algunas semanas, los niños de toda España hoy cantan a Shakira como mañana reproducirán los exabruptos de Tomás Roncero en El chiringuito de jugones, tras recibirlos recortados y editados en TikTok, o llevarán a cabo un reto perjudicial para su salud.
Esta enorme capacidad de los usuarios infantiles para hacer circular contenido por las redes sociales no ha pasado desapercibida para las marcas, para los productores ni para los artistas. El resultado es que, de manera deliberada o debido a las inercias que imponen las métricas, las preferencias de esos niños que comparten, propagan y dan visitas mucho más deprisa que cualquier otro grupo de edad, podrían estar influyendo en la forma de los productos culturales (programas de televisión, canciones y hasta arte contemporáneo) que consumimos, también, los adultos.
Ya lo cantaban Astrud en Lo popular: cuando se trata de la cultura y su industria siempre “hay un hilo secreto, e invisible de tan fino” que conecta “el Super Mario Galaxy con la teodicea medieval”. En este caso, el fenómeno tiene dos caras y consecuencias difíciles de medir: por un lado, los niños están expuestos al contenido para adultos y se familiarizan prematuramente con sus códigos; por otro, las obras comerciales presuntamente dirigidas a adultos se han llenado de guiños para complacer a los niños, algo que conduciría a esa “infantilización de la sociedad” de la que alertaba el filósofo Simon May en El poder de lo cuqui (Alpha Decay, 2020).
Un mundo de niños que se comportan como adultos
Según la Organización Mundial de la Salud, la “adolescencia temprana” es la etapa de la vida comprendida entre los 10 y los 13 años. En España, es una edad que suele coincidir con el quinto y el sexto curso de la Educación Primaria. Así que nuestros “adolescentes tempranos” todavía no han dado ese salto del colegio al instituto, que es el rito de paso más comúnmente aceptado como marca del final de la infancia. Para muchos, incluidos sus padres y sus maestros, son todavía niños. Niños que llevan años teniendo su propio teléfono móvil, tal y como explica Magdalena Munuera, docente en un colegio público de San Javier (Murcia): “Es habitual que el móvil sea el regalo estrella en la primera comunión, que muchos celebran con nueve años. Eso es una bomba de relojería, porque no saben gestionarlo. Los niños no lo usan para llamar o enviar mensajes, sino que lo primero que hacen es descargarse aplicaciones como TikTok e Instagram”.
Aunque desde Instagram y, especialmente, desde TikTok (donde es habitual el bloqueo de cuentas) se insiste en la eficacia de los mecanismos de verificación que impiden el registro o que limitan las funciones a los menores de 13 años, muchos niños logran esquivarlos y otras redes como Snapchat ni siquiera ofrecen esos obstáculos. “Hacen uso de ellas alegremente —explica Munuera—. Nosotros, los maestros, lo sabemos porque ellos mismos nos lo cuentan: hablan con desconocidos, escuchan canciones para adultos, ven realities… Todo eso nos hace pensar que la mayoría usa el móvil sin ningún control por parte de sus padres”.
Beatriz Giménez de Ory es profesora de secundaria y Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, y también está preocupada: “Tanto niños como adolescentes son extraordinariamente vulnerables a esos fenómenos virales que exaltan lo banal y propagan interesadamente actitudes sexistas, consumistas o de radicalización política”. La autora de Un hilo me liga a vos sostiene que el propósito de la literatura nunca debería ser “adoctrinar, educar o satisfacer las demandas políticamente correctas de editoriales y escuelas”. Pero a la vez conoce el papel que ciertas lecturas juegan en la vida de muchos niños y adolescentes. “Algunos utilizan la ficción para integrarse en un colectivo y construir una identidad social, mientras que otros se encuentran a sí mismos en los libros, a través de afinidades con los personajes o modelos de conducta imitables”. Así que la escritora, consciente de la especial intimidad que se establece entre este tipo de lector y las obras, considera que el principal rasgo de la literatura juvenil es que “la identidad del autor o de la autora se diluye. No se trataría tanto de hablar de una misma (como en la lírica “de adultos” o en la novela autorreferencial, tan de moda ahora) cuanto de dar prioridad al receptor”.
Blanco y para toda la familia
Hace décadas que existen fenómenos que fascinan por igual a niños y a adultos: de Michael Jackson a Los Simpson, pasando por Hora de Aventuras o un docurreality a priori pensado para adultos como Alaska y Mario, la industria del entretenimiento ha producido estrellas y narraciones equilibradas y con ángulos atractivos para espectadores de todas las edades. Pero nunca antes las producciones para adultos habían desplazado o sustituido al contenido específico para determinadas edades. “Algunos están tan enganchados al móvil —comenta Munuera— que ya no les queda tiempo para leer, jugar con sus amigos o ver programas infantiles”. De acuerdo con el Barómetro de Hábitos de Lectura que elabora el Ministerio de Cultura cada año, niños y adolescentes todavía son el grupo de población que más lee, pero muchos ya estarían perdiéndose “el humor o la libertad que proporciona la poesía para adaptada a su edad” o “esas historias que conmueven y que, en una etapa de sacrificios para encajar en el grupo, son como una mirilla que aborda temas esenciales”, en palabras de Giménez de Ory.
En 2019 Martin Scorsese dijo que “las películas de Marvel no son cine”, enfadando a buena parte del público de la franquicia. Al director de Taxi Driver las películas de superhéroes le parecen “parques de atracciones” en los que no encuentra nada interesante. Buena parte de los programas de televisión de nuestra parrilla le producirían una impresión similar. Diana Aller, guionista y crítica, da las razones: “Se compite por no perder televidentes, que se están yendo masivamente al consumo de plataformas. Hay una especie de estandarización a la baja donde se privilegia la cantidad frente a la calidad, lo que provoca productos muy homogéneos y vulgares. Hay miedo a innovar y, cuando se hace, son torpes movimientos imitando a internet y buscando la transversalidad online”.
Aller asegura que el consumo televisivo es cada vez más rápido y epiléptico, como el de las stories de Instagram. “Es algo tan desquiciado, estamos tan acostumbrados al jaleo y al esperpento de colores que el efecto contrario también funciona: cuando alguien llora en Sálvame, automáticamente se apagan las discusiones y suena una música de violines para dejar reposar los sentimientos”.
Entonces, frente a estrategias más propias de los años noventa, como la inclusión de personajes de diferentes generaciones, ¿se está infantilizando al conjunto de la audiencia? Aller cree que sí, y El Hormiguero sería uno de los ejemplos más perversos: “El Hormiguero muestra un mundo sesgado, simpático y falsamente inocente. Entretiene sin dar espacio a la conjetura en un lugar sin ventilar. Se normaliza la fama y se obvian las desigualdades sociales. Rara vez aparece alguien racializado o que no sea normopeso. Es un mundo de alegría sin escapatoria”.
Junto a la televisión, que funcionó como escaparate de todas las tendencias, el llamado arte contemporáneo fue, durante todo el siglo XX, la expresión más actualizada y ágil del “espíritu de los tiempos”. De modo que, ante tiempos infantilizados, es obligado preguntarse si también se está produciendo arte infantil. “El éxito del toy art, esa especie de bibelots que se están extendiendo de una manera asombrosa y parecen arte, pero a la vez se pueden poner encima del aparador demuestra que sí”, opina Javier Castro, comisario y galerista. “Pero la cuestión no tiene tanto que ver con el tamaño de los objetos como con la representación de la infancia. Desde los años veinte, artistas como Hans Bellmer con sus muñecas, o Duchamp con sus maniquíes habían explorado su parte más siniestra y profunda. Es una tradición que continúan los hermanos Chapman o Paul McCarthy. Pero los trabajos de los artistas más recientes, que suelen dirigirse al mercado asiático, son radicalmente diferentes y remiten al estilo japonés kawaii, que sería lo cuqui amable, frente a al fondo insondable de la infancia. Ofrecen una imagen plana de una etapa que es la cuna de todos los miedos, una selva salvaje que todos hemos conocido en los colegios, donde lo peor era posible cada día”.
Es posible encontrar simplificaciones y planteamientos como las que menciona Castro en artistas de éxito como Yoshitomo Nara, Takashi Murakami o el famosísimo Jeff Koons. En España, el pintor Okuda San Miguel sería el más conocido de esta generación de artistas que trabaja calculando el efecto que causarán sus obras en Instagram. En cualquier caso, el comisario y pensador no les quita todo mérito y concluye: “Lo siento como una paradoja porque es un arte ligero y amable que me horripila, pero también me parece que refleja muy bien la nadería en que nos movemos”.
Peter Pan se pone serio
La infancia tal y como la conocemos es una elaboración de la Inglaterra victoriana. Allí se establecieron los primeros límites al trabajo infantil, surgieron las fábricas de juguetes y decenas de escritores (Lewis Carroll, J.M. Barrie, Charles Kingsley, Edward Lear…) orientaron parte de sus esfuerzos hacia la publicación de pequeños libros que los padres podían leer en voz alta a sus hijos. La infancia era entonces un dique que evitaba que las obligaciones y miserias del mundo adulto alcanzaran a los niños demasiado pronto.
Actualmente, la viralidad es el valor más cotizado y, a través de ella, el mundo de los niños está alcanzando y hasta suplantando al de los adultos. Peter Pan se marchó de casa de sus padres cuando los escuchó hacer planes para su futuro. Su negativa a crecer y su extravagancia eran una protesta contra la rigidez de la sociedad en la que nació. 120 años más tarde, las cosas no habrían sido tan fáciles para él. Hoy, Peter Pan tendría que buscar una estrategia distinta para rebelarse contra el dominio de las grandes compañías tecnológicas, y se iba a perder un montón de bailes divertidísimos en TikTok.
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