“Ya hemos hablado de la cocaína, ahora vamos a hablar del Diazepam”: las creadoras de ‘Cardo’ huyen hacia adelante
La segunda temporada de una de las series revelación de 2021 llega este domingo y sus protagonistas y creadoras, Ana Rujas y Claudia Costafreda, repasan el camino que las ha traído hasta aquí
La primera temporada de Cardo, estrenada en otoño de 2021, arrancaba en un after. La noche se había convertido casi en mediodía y estaba a punto de mutar en tragedia. Cantidades industriales de droga, flequillos ochenteros, interacciones transgeneracionales y musicón. Y Ana Rujas. Muchos vieron otro intento ...
La primera temporada de Cardo, estrenada en otoño de 2021, arrancaba en un after. La noche se había convertido casi en mediodía y estaba a punto de mutar en tragedia. Cantidades industriales de droga, flequillos ochenteros, interacciones transgeneracionales y musicón. Y Ana Rujas. Muchos vieron otro intento de retrato generacional en aquella primera entrega, que acabó con varios premios Feroz y en la lista de las 13 series que debían verse aquel año por la revista Variety.
La segunda temporada de este producto, creado por la propia Ana Rujas (Madrid, 33 años) y Claudia Costafreda (Barcelona, 30 años) –tándem fabricado ad hoc para este proyecto– empieza en una cárcel. La protagonista, María, ha pasado allí tres años internada por aquella tragedia que abría la historia. Hay rezos a Santa Teresa, con lo que inmediatamente confirmamos que Javier Calvo y Javier Ambrossi aún hacen de productores ejecutivos de esto, y también que la protagonista sale del cautiverio camino a la redención.
Como, afortunadamente para España, aún somos un país con más gente que haya ido de after que entrado en la cárcel, lo de calificar de nuevo Cardo, que Atresplayer Premium estrena este domingo 12 de febrero, como retrato generacional se antoja algo más complicado. “No creo que fuera nada generacional”, zanja Costafreda, sentada en el madrileño Café Pavón. En un espacio adyacente, el Teatro Kamikaze, Rujas estrenó en 2019 la obra teatral La mujer más fea del mundo, en cierto modo un germen de lo que luego sería Cardo. “Es una serie que ha llegado a mucha gente y muchos no son de nuestra generación. De nuestro universo habrá cosas como la tecnología, los pisos o la forma de hablar que sí pueden asociarse a una franja de edad, pero lo que le pasa a María le ha pasado a gente mayor”. Rujas, a su lado, asiente: “Esto ya no va de treintañeras, es una cosa muy distinta”.
En la primera temporada, María salía de aquel after estrellando su moto y matando accidentalmente a alguien, y entraba en una tremenda ciclogénesis de consumo de estupefacientes y decisiones erróneas a medio camino entre la redención, la huida, la autoflagelación y el por qué no. “En esta temporada, ella es más fiel. Está intentando encajar. Ha salido de prisión con el estigma más gordo. Intenta que no vean que ha hecho el mal, disimula. Se agarra a Santa Teresa de Jesús, tiene fe”, comenta Rujas. Pero añade: “De querer integrarse tanto en el sistema, de no salir de las casillas porque si no la lía, termina siendo la que más fuera está de todo”.
La religión, que en la primera temporada podría estar integrada de una forma más estética, en esta pasa a ser uno de los ejes de la trama. La nueva fe y esa Santa Teresa de Jesús, tal vez la primera persona punk de la historia, presencia constante en un relato que afrontaba el reto de dejar ir de pedo y seguir siendo divertido. “Es curioso el peso de todo lo religioso en lo que tocan los Javis”, reflexiona Costafreda. “No sé, son como una especie de conferencia episcopal del arcoíris”. María suma aliados y a Santa Teresa se unen su madre y las drogas legales. “Cielo e infierno, el bien y el mal. Santa Teresa y los ansiolíticos, que son un problema muy grande. Ya hemos hablado de la cocaína, ahora vamos a hablar de Diazepam”, apunta Costafreda. “Conocimos lo que pasa en los centros penitenciarios cuando visitamos uno en Ávila. Con lo que más juegan es con la droga institucional, incluso el ibuprofeno machacado. No había un juicio a las drogas en la primera temporada y tampoco lo hay en la segunda. Son cosas con las que convivimos, como el alcohol. ¿Cuánta gente se toma un Orfidal para dormir? Eso es interesante de abordar”, añade Rujas.
Una de las grandes ventajas con las que juega Cardo en esta temporada es la existencia de Autodefensa. A la serie que Filmin estrenó el diciembre pasado le ha tocado cargar con lo del retrato generacional, la glorificación de las drogas ilegales o los límites de la autoficción, con unos análisis que ríase usted del humor: vivimos en una sociedad capaz de meter a Deleuze y Shakira en un tuit. “Se sobreanaliza mucho todo”, sopesa Costafreda. “Cuando se crea hay una intuición y esa intuición tiene una profundidad. Nosotras nos hemos encontrado análisis de Cardo muy profundos… con elementos que desconocíamos de nuestra propia serie. Nos han hecho preguntas muy rebuscadas y ya no sabes qué decir: ‘Oye... que es más sencillo’. Hablamos mucho de la religión y todo lo que está pensado en este mundo que parece que mañana puede explotar. No quiero sonar conspiranoica, pero creo que nos esconden que esto se va al carajo en breve… En fin, que aplicamos mucha reflexión, vale, pero también muchas risas. Yo no hiperanalizo nada. O me mola o no. Soy más visceral. Además, hay muchas cosas que no pillo y realmente ya no me torturo”.
Series de mujeres, hechas por mujeres que retratan a mujeres jóvenes con problemas de adicciones. Podría ser casi un género en boga si no fuera porque la facilidad con la que se los agrupa tiene su trampa: “Que los tíos hagan algo emocional también y entonces, mira, nos pondremos nosotras a hacer un thriller”, propone Rujas. Costafreda añade: “El otro día estaba con [la cineasta] Clara Roquet y me decía que estaba algo harta de que se hablara todo el rato de ficción femenina cuando en este país las mujeres aún solo hacemos el 18% de estos productos”.
El barrio es un elemento también trascendental en Cardo. El barrio, ese líquido concepto al que pueden asirse a la vez personajes tan dispares como Loquillo y Quique Peinado. Esa cosa de ser de barrio. Sobre todo, para poder contar que saliste del barrio, o que has vuelto. Ana Rujas es de barrio. Y sabía que su Carabanchel debía estar retratado en esta serie. “Para mí era importante ser fiel al barrio. Hacer un retrato normal de una zona normal. El entorno te marca quién eres”. Al otro lado de la mesa, Costafreda observa silenciosa…. “A mí no me mires. Soy de Sant Cugat, no quieres que te escriba sobre mis orígenes porque son aburridísimos”, interviene. “Al final, hacer ficción es buscar elementos interesantes con los que contar algo. Para Ana era importante hacer un retrato del barrio sin exagerar nada”, remata la catalana sobre un elemento clave para no entender todo esto como un mero ejercicio en el que Ana Rujas, actriz y exmodelo, a veces demasiado guapa, exorciza su pasado (o parte de él) y halla finalmente la forma de comunicarse. “Es muy fuerte eso de que por fin he encontrado mi lugar”, ríe Rujas. “Claro que hay elementos de mí en este relato, pero tampoco es una autobiografía… y sigo sin saber cuál es mi lugar”.
Cardo se ha acabado. Por segunda vez, pero en esta ocasión parece que de verdad. Cada una de sus creadoras va a seguir con sus proyectos. Claudia, por ejemplo, está trabajando en la secuela de Veneno (2020), Vestidas de azul, ahora mismo en rodaje. Han aprendido mucho, han arriesgado (formalmente, las dos temporadas de Cardo son saltos sin red), han triunfado… pero no parece que vayan a volver a colaborar. En la puerta del bar, se despiden. Cada una parte hacia su casa, dejando atrás una serie muy de nuestro tiempo, un producto que, como las letras de Shakira o los tuits de Rosalía, ha sido hiperanalizado hasta el paroxismo, tal vez solo porque es exactamente muy de nuestro tiempo y no entendemos casi nada de nuestro tiempo. “Se acabó”, se despide Rujas. “Como en Cardo… unas lentejas y a casa…”.
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