Alex García: “Uno sabe lo que puede hacer y lo que no. Y cuando uno está preparado para hacerlo, le llega”
El actor, que da vida al líder de Los Miami en la serie ‘El inmortal’, repasa una carrera de sacrificios y éxitos y cómo, a sus 40 años, ha aprendido a reformular su relación con la profesión
Alex García (Tenerife, 40 años) cree que todo ocurre por una razón. “El universo me parece que está escuchando todo el tiempo. En mi caso, me ha llegado todo lo que he querido. Yo creo que lo atraes. Si lo atraes bien, siempre llega”. A él el universo le ha tratado bien. Consiguió su primer trabajo en 1992, a los 13 años, como reportero en una televisión local canaria y no ha parado de trabajar desde entonces. “Ese niño buscaba que le ...
Alex García (Tenerife, 40 años) cree que todo ocurre por una razón. “El universo me parece que está escuchando todo el tiempo. En mi caso, me ha llegado todo lo que he querido. Yo creo que lo atraes. Si lo atraes bien, siempre llega”. A él el universo le ha tratado bien. Consiguió su primer trabajo en 1992, a los 13 años, como reportero en una televisión local canaria y no ha parado de trabajar desde entonces. “Ese niño buscaba que le hicieran caso”, recuerda hoy. “Llamar la atención. De una manera pura, pero buscaba casito. Un actor necesita un público. Hacen falta ganas de contar algo, claro, pero sin espectador no hay actor”.
Dejó atrás la adolescencia con una mudanza a Madrid a finales de los noventa. Allí, alternó trabajos temporales (camarero, animador de fiestas, culo de caballo en Pippi Calzaslargas) con cientos de audiciones a los que iba en patines y en los que le despachaban con frases como “tienes demasiado acento canario” o “no buscamos razas” (era muy moreno de piel). Logró colarse en la tele (Amar en tiempos revueltos, Tierra de lobos, Sin tetas no hay paraíso) y en teatro (con obras de Oscar Wilde, Edward Albee o Shakespeare). Intentó evitar los papeles de galán (“Todos queremos lo que no nos ofrecen”, señala) hasta que su físico le jugó a favor para conseguir el papel de Leonardo en La novia (2015), la adaptación cinematográfica de Bodas de sangre de Lorca, por la que estuvo nominado al Goya.
En los últimos años, ha lucido cierta vis cómica con gancho comercial (No culpes al karma de lo que te pasa por gilipollas, de 2016; Si yo fuera rico, de 2019, y Hasta que la boda nos separe, de 2020, dan fe de ello) y, más recientemente, sus papeles de policía en Antidisturbios y de violador en Jauría (ambas de 2020), le dieron por fin un prestigio dramático que ahora revalida con El inmortal, la nueva miniserie de Movistar+ Plus. En ella, interpreta al líder de Los Miami, una de las bandas de narcotráfico y extorsión más poderosas de España en los últimos 20 años, cuyos miembros están a la espera de juicio para el año que viene, cuando la Audiencia Nacional encuentre el espacio donde sentar a 90 acusados en el banquillo.
El personaje de García está basado en Juan Carlos Peña, quien en 2018 concedió una entrevista en El Mundo titulada “Yo, el Miami inmortal, confieso”. Ese reportaje inspira la miniserie escrita por Diego Sotelo y David Moreno (Fariña, En el corredor de la muerte). “Yo sabía las desventajas que tenía con este personaje”, confiesa. “Yo trato de ser mucho más simpático, he tenido en cuenta la opinión de los demás y dejado que tuviera mucha importancia en mi vida. Es algo que he aprendido de José Antonio: no estar tan pendiente de lo que dicen los demás. Él va a la suya y si tiene una idea va a por ello”. Para preparar el papel, García recurrió a los clásicos (Los Soprano, Gomorra, Un profeta), pero también a referentes menos conocidos como Romanzo Criminale (2005), Snabba Cash (2021) o El año más violento (2014). Y boxeó. Mucho. “No podía estar cansado en esta serie. José Antonio está siempre en lo siguiente. El boxeo me vino muy bien porque hay que tener una capacidad mental muy grande para resistir, para recibir hostias y llenar el pulmón. José Antonio era eso. Él no se acababa nunca, lo tienen que parar porque él no iba a parar”, explica.
García ha contado que en algunas épocas se ha querido tan poco que se obsesionaba con ser tomado en serio como actor. Si no le sacaban en la promoción de una película, se sentía el peor actor del mundo y, en ocasiones, admite, llevó demasiado lejos su preparación: para construir su personaje de terrorista en la película Kamikaze (2014) se presentó en un hotel de Madrid emulando un acento ruso y pidió que le cerrasen una planta entera para él y su harén. El recepcionista acabó llamando a la policía. Meses después del rodaje, su pareja, la actriz Verónica Echegui, le sentó en la habitación de un hotel del festival de Málaga y le convenció de que tenían que “matar” al personaje de una vez por todas. Todo empezó a cambiar durante el rodaje de Si yo fuera rico, cuando su compañero Franky Martín le dijo: “Qué manía tiene la gente en echar para atrás su superpoder”. Le aconsejó que se aprovechase de su talento y su físico. Dejó de esforzarse para que lo vieran como actor de verdad y, con Jauría y Antidisturbios, consiguió las mejores críticas de su carrera. “Uno sabe lo que puede hacer y lo que no. Y cuando uno está preparado para hacerlo, le llega”, afirma hoy.
Pasarse un año recreando situaciones violentas para estas dos series le llevó a replantearse la intensidad con la que abordaba su profesión. “Fue el punto de inflexión para empezar a cuidarme. No es lo mismo que si trabajas en un parque infantil, o en una ONG o de cirujano. Tienes que hacer el ejercicio al final del día de liberarte de unas energías que no son tuyas”, señala. Sus compañeros en Antidisturbios le recordaban que solo estaban actuando y le insistían que no era bueno quedarse con ese mal cuerpo. “Aprendí de ellos”, asegura. “Me dije: ‘Ya, hasta aquí’. No puedo pasarlo tan mal por mi profesión. No me vale la pena sacrificar parte de mi salud para contar una historia”.
García vive en medio del campo. Le ayuda a salir de la burbuja de la farándula: admite que todos sus amigos son actores o artistas y sus últimas cuatro parejas han sido actrices. En el pueblo pasa tan desapercibido que sus vecinos se enteraron de que era actor el día que se le olvidó el esmoquin para los Goya en la tintorería y tuvo que buscar a la dependienta para que le abriese la tienda un sábado por la mañana. “Mi día a día es feliz. Me gusta hacer bastantes silencios, meditar, dar de comer a los animales, encontrarme la nueva aventura que te ofrece cada día la naturaleza: un animal muerto, otro cojo, otro feliz, otro que te acompaña a todos lados. Es precioso. La naturaleza siempre está ahí, nos iremos y seguirá ahí. No somos tan importantes. Cualquier respuesta que haya para esta entrevista ya está en la naturaleza”.
Antes de vivir en el campo, García pasó varios años en el centro de Madrid. Solía dejar la puerta abierta, porque se negaba a volverse desconfiado, hasta que sus compañeros de piso le pidieron que dejase de hacerlo. Esta inconsciencia encaja con la de sus comedias, en las que García nunca es el gracioso de la peli, sino el tipo normal y corriente que se encuentra con situaciones disparatadas sin pretenderlo. “Ese es el tipo de comedia que más me gusta”, aclara. “Una noche de juegos [2018] me parece de los mejores ejemplos de comedia bien hecha, con situaciones que vienen, no con tíos que se hacen los graciosos. A mí es que me gustan mucho las comedias sutiles, la comedia francesa, que te estás riendo, pero no te das cuenta de por qué te estás riendo. Hay mucho de eso en mi próxima película, Una vida no tan simple, de Félix Viscarret. Cuando ves algo como espectador que te gusta, creo que eso es lo que acabas atrayendo”.
No es el único actor que confía en las energías para moverse por el mundo: en su gremio se habla mucho de ellas y los hay que bordean la superstición. “Pues por algo será”, señala. “Siento que tiene que ver con la personalidad necesaria para dedicarse a la interpretación. Quieres vivir experiencias más allá de tu vida normal, te das cuenta de que el día a día no es tan importante como creemos y empiezas a darle valor a que cada uno se podría desmontar entero a sí mismo. Entonces cualquier creencia que nos han contado de la realidad cada día me la creo menos. Se te abren muchas más posibilidades en tu día a día”.
Esta inclinación a ponerse en manos del universo también está relacionada con la incertidumbre intrínseca al actor. En una profesión tan inestable, azarosa y sujeta a la opinión ajena, es necesario creer que existe cierto tipo de equilibrio. Los actores, a pesar de ser las caras más populares de su industria, tienen menos poder del que cabría imaginar. En Si yo fuera rico, el personaje de García contrataba los servicios de una trabajadora del sexo en una escena que la película trataba en clave de comedia. Un tono que probablemente chocase con los principios del actor. ¿Cuestiona estos choques? “Los cuestiono hasta donde me dejan. Doy mucho la lata. Cuando te contratan como actor no tienes tanta voz y voto como muchas veces nos creemos, al final tenemos que poner nuestro trabajo al servicio de la historia. Tú puedes valorar según tus principios morales lo que opinas de la historia, pero llega un punto en que te dicen ‘Mira, no, esto es así y si no te gusta no haber dicho que sí’. Por eso me gusta producir”. García tiene una pequeña productora a la que bautizó El Loco Produce porque hace años, durante una crisis personal, se echó las cartas del tarot a sí mismo y le salió la del loco.
Lo que sí puede controlar es lo que está dispuesto a hacer ante los medios. Y lo que no. “Muchas veces en la promoción te ponen ropa que no tiene que ver contigo, te hacen preguntas que no tienen que ver con el trabajo que estás presentando o te prestas a situaciones que no te apetecen. Durante mucho tiempo sentí que había que hacerlo y me he dado cuenta de que no. Entramos en esta turbina de la profesión hasta que un día te paras a mirar atrás y piensas: ‘¿Pero esto por qué lo he hecho?’. Pues porque no me estaba teniendo tan en cuenta a mí mismo como ahora. ¿Por qué hay que hacer performance? En televisión, de una manera contrafóbica, te pones a hacer el payaso, que es algo que yo he hecho muchas veces, y haces cosas que nadie te pide”.
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