Sicario, bobo y actor: ‘Barry’ es el diamante en bruto televisivo que pocos están viendo
El ex ‘Seinfeld’ Alec Berg y el actor y guionista Bill Hader asombran con una serie protagonizada por un sicario que se mete a actor y que, por el camino, desmonta el mundo de la interpretación y el concepto del hombre de acción
He aquí un tipo que lo único que quiere es saber en qué consiste ser un tipo normal. Su nombre es Barry Berkman y si no ha oído hablar de él es porque no está viendo la serie que debería estar viendo. Barry es el protagonista de Barry (HBO), nada ruidosa y pequeña obra maestra aún en marcha que firma el exguionista de Seinfeld, Alec Berg, junto a su propio protagonista, el ex Saturday Night Live Bill Hader, que aniquila demonios a la velocidad con la que su personaje a...
He aquí un tipo que lo único que quiere es saber en qué consiste ser un tipo normal. Su nombre es Barry Berkman y si no ha oído hablar de él es porque no está viendo la serie que debería estar viendo. Barry es el protagonista de Barry (HBO), nada ruidosa y pequeña obra maestra aún en marcha que firma el exguionista de Seinfeld, Alec Berg, junto a su propio protagonista, el ex Saturday Night Live Bill Hader, que aniquila demonios a la velocidad con la que su personaje aniquila a todo tipo de tipos (nada) duros. Una comedia negrísima, intelectual y bruta a la vez, metarreferencial, absurda, y pionera, a su macabra y desternillante manera, en la redefinición de un género, el de la comedia de acción, que reinventa el concepto de sus protagonistas, falibles aquí hasta el infinito.
Pero será mejor que empecemos por el principio. Porque evidentemente Barry no es Seinfeld, aunque tenga detrás al tipo que ha escrito para Larry David y el propio Jerry Seinfeld (el tipo que está detrás también de otras pequeñas joyas como Silicon Valley). Tampoco es Breaking Bad, aunque en el centro haya una relación entre mentor y aprendiz, en su caso, mutante, porque aunque el aprendiz es siempre el mismo, Barry, el mentor pasa del bruto cobarde que se aprovecha de que cuando apuntas y disparas siempre aciertas a un encantadoramente engreído profesor de interpretación (la acción se desencadena cuando ese asesino en serie se interesa por el arte dramático) que cree que es un buen actor y al que lo único que se le da bien en realidad es enseñar a los demás a actuar. Tampoco es Dexter, por más que Barry vista una camiseta idéntica al del asesino por compulsión.
Y sin embargo, algo de todas ellas tiene, pero desde los márgenes. Porque lo que pretende Barry y consigue, de forma brillante, es reconstruir un género, como hace Lawrence Block, y como hizo Ed McBain, una suerte de policial macabramente divertido que le permite elige el bando equivocado, el del asesino. Porque a eso se dedica Barry (Hader), a matar. Y se le da bien, pero está harto, aburrido, deprimido, ¿qué clase de vida es una vida que consiste en llevar a cuestas un fusil y esperar hasta que puedes acabar con quien sea que tienes que acabar y volver a casa sin que nadie se entere de lo que has hecho? ¿No es una vida frustrante? Tiene Barry, desde ese aparente descuido, el aspecto de una radiografía de este presente en el que nada es nunca suficiente.
Barry estuvo en Afganistán, luchando en la guerra. Hasta entonces no se había sentido gran cosa. Quién sabe cómo debió de ser su infancia. Tal vez fue la de un niño raro que nunca se sintió a gusto siendo un niño raro, o que no se sintió nada en absoluto. Una página en blanco. Lo único que Barry quiere es que esa página deje de estar en blanco. Que alguien le ayude a pintarla. Barry quiere pertenecer. Que le quieran, y le respeten. Que le valoren. Por eso cuando allí descubre que sus colegas, los soldados de su regimiento, le consideran alguien, y alguien importante porque se le da bien apuntar y disparar, decide que aquello es a lo que va a dedicarse. Es así cómo cae en brazos de Monroe Fuches, el contratasicarios con el que se topa a su vuelta, una suerte de padre manipulador.
Fuches (Stephen Root) dirige su vida con cada objetivo. Fuches es imprudente, torpe y vago hasta el extremo de dejarse contratar para acabar con una mafia entera (y tener que cumplir lo prometido). Fuches pierde dientes en escenas del crimen porque alguien hace que le salten. No controla lo que ocurre, pero finge hacerlo. Es la suya una de las masculinidades que redibuja la serie, que pisotea, y deforma, que muestra de una forma que, sátira mediante, tiene más en común con cualquier ser humano corriente que la que hasta ahora encarnaba en la ficción un personaje de su calado. Fuches, como el resto de hombres escandalosamente torpes de la serie, es, en todos los sentidos, falible. Y es en el error, en el absurdo continuado, en el que Barry se crece.
Gene Cosineau (un supremo Henry Winkler), su otro mentor, representa el mundo al que Barry aspira (sin que nada ni nadie le deje moverse apenas del lugar del que proviene, aquel en el que es una única cosa, y una que le hastía hasta decir basta: asesino) y en el que puede ser cualquier cosa que se imagine. Cosineau evoluciona de despiadado narcisista (atentos a la manera en que consista a la detective, Janice, probablemente entre lo mejor de cómo se ha conquistado a alguien jamás en televisión), a arrepentido y, por fin, justo hombre en el (modesto) poder.
Las mafias en Barry son también deliciosamente falibles. Están tan desarticuladas que cualquier cosa es posible. Por ejemplo, que las lidere un personaje como NoHo Hank (sublime Anthony Carrigan), desde el minuto uno, un clásico de la ficción absurda universal, y el principal motor de la serie. Un tipo tiernísimo en un lugar horrible (una mafia chechena), que tiende a enamorarse de casi cualquier hombre mínimamente poderoso con el que se cruza y que acaba protagonizando la gran historia de amor de la serie. Una historia entre hombres, claro, entre él y Cristóbal, el atractivo, resolutivo y amable líder de una mafia rival que acaba siendo amiga. A su alrededor, campa, como lo haría un villano al que debe ignorarse, una masculinidad impuesta que no reconocen.
Porque he aquí lo que Barry desarticula, o muestra, a la manera en que Tom Wolfe lo hacía en La hoguera de las vanidades: la idea de que un hombre es un montón de cosas autoimpuesta, pero no reales, cosas de las que puede desprenderse, cosas que puede volver a dibujar. De ahí que el tema de la actuación esté en el centro (por más que también sea una manera de destruir desde dentro el negocio, y en la última temporada, con las series que se cancelan en segundos después de su estreno, roza la paliza a carcajadas), porque al final se está hablando de papeles, papeles que se atribuyen y pueden y deben cambiar para que Barry y el resto salgan de su prisión mental.
¿Y qué hay de las mujeres? Ocurre en Barry que son las mujeres las que tienen poder en el mundo real, mientras ellos solo fingen tenerlo en las cloacas, y podría decirse que Sally Reed (Sarah Goldberg), la actriz violentamente insegura y soberbia que enamora a Barry en el taller de interpretación que desencadena la trama, ejemplifica de qué forma el poder no deja de ser un medio para intentar pertenecer, formar parte de algo, pero pudiendo decidir. Lo que, en un mundo tan inestable como el presente, no deja de ser un espejismo. Y hasta aquí podemos leer. Los 24 capítulos de las tres primeras temporadas le están esperando. Prepárese a reirse de agentes perezosos y sicarios malditos como nunca los ha visto antes: siendo ellos mismos
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