Sebastián Pons: “Intentar hacer moda a bajo precio es una mentira”
El diseñador mallorquín, que presenta este sábado la nueva colección de su firma sostenible, Muchache, rememora los locos veranos en Mallorca junto a su maestro, el fallecido diseñador británico Alexander McQueen.
El taller del diseñador Sebastián Pons, mano derecha de Alexander McQueen durante años, exuda Mallorca por todas partes. La casa familiar de S’Alqueria Blanca, una pedanía del sureste de la isla, se disfraza desde fuera como una vivienda más de la zona que mantiene las paredes originales en colores tierra, las tejas a la vista y la portassa —cochera, en castellano— de madera que da a una pequeña plaza. La vivienda alberga el espacio de creación del diseñador, que ha elegido precisamente este lugar para presentar ...
El taller del diseñador Sebastián Pons, mano derecha de Alexander McQueen durante años, exuda Mallorca por todas partes. La casa familiar de S’Alqueria Blanca, una pedanía del sureste de la isla, se disfraza desde fuera como una vivienda más de la zona que mantiene las paredes originales en colores tierra, las tejas a la vista y la portassa —cochera, en castellano— de madera que da a una pequeña plaza. La vivienda alberga el espacio de creación del diseñador, que ha elegido precisamente este lugar para presentar el sábado la nueva colección de su firma Muchache. La segunda parte de la muestra lanzada el año pasado bajo el título Aimar Quiscú, que significa querer a alguien, llega para dar longevidad a la tradicional camisa mallorquina, la galabea egipcia y los pantalones cortos inspirados en las sábanas, camisones y manteles que componían los tradicionales ajuares de boda en Mallorca. Guiños a la tradición, la herencia familiar, las técnicas de costura tradicionales y los materiales duraderos.
Locuaz y extrovertido, Pons rememora en su casa historias de su abuela, que le contaba que bordaba los ajuares que tardaban años en completarse por las noches, casi oscuras con una pequeña luz de aceite. Tesoros que las familias guardaban durante generaciones y que le han entregado para elaborar prendas de la nueva colección. “La inspiración llega natural. Apostamos por la sostenibilidad y dar una segunda vida a elementos que quedan denostados en el tiempo” explica. La prenda icónica de la colección es la camisa mallorquina “que casi ha desaparecido”, a pesar de ser una pieza versátil que sienta bien a todo tipo de tallas. Ese es precisamente uno de los signos de identidad de Muchache, que no distingue de medidas o de géneros a la hora de crear. “Fuera etiquetas, ya está bien. Antes un chico no se podía poner un polo rosa o una chica una camisa de fútbol y tonterías de estas, todo estaba encasillado. Las prendas son prendas, las de Muchache están diseñadas un 50%, la otra mitad la pone quien la lleva” subraya.
El taller de Pons es un espacio abierto que da a los sembrados de la zona. Los bocetos cuelgan por las paredes, hay maniquíes, telas, lápices y tijeras. Trabaja con la compañía de su perro Pinyol y de su socio Biel Modino, que se encarga del marketing. Junto a la ventana del taller, en un pequeño marco, hay una foto del diseñador Alexander McQueen abrazando a dos mujeres en un campo bajo una parra. Parece distendido, sonriente. “Echo de menos a la persona, a él como amigo. Te mondabas de la risa, era muy alegre, divertido, se preocupaba mucho cuando tenías algún problema, era una persona con un corazón de oro”, dice de quien fuera su mentor, a quien conoció a principios de los noventa en Central Saint Martins, la prestigiosa escuela de moda y diseño de Londres a la que el mallorquín llegó con 18 años y una beca.
El McQueen persona, sin embargo, era muy diferente del diseñador, que se convertía en alguien “bastante intenso” cuando trabajaba, con muchas cargas emocionales con “subidas y bajadas”, según rememora Pons. “Durante los años que trabajé con él crecí mucho como diseñador”, confiesa. Al McQueen amigo se lo trajo un verano a casa para pasar las vacaciones y se marchó de regreso a Londres enamorado de Mallorca. “Quería venir de vacaciones y traer a todo el equipo y a sus amigos de Inglaterra. Alquilaba una casa en la montaña cerca del castillo de Santueri, la arrendó varios veranos” cuenta su amigo, que hacía las veces de conductor porque el diseñador no tenía carné. Juntos recorrieron la isla, visitando playas y pueblos de norte a sur: Alcúdia, Calvià, Valldemossa o Deià, en el que le reconocieron algunas veces. Cada año celebraban una fiesta de disfraces. “Le encantaba, cada uno venía vestido de una manera. El resto del tiempo era ir a las calas, de playas, todo muy distendido”.
El diseñador inglés se acostumbró tanto a los veranos en la isla que terminó comprándose una casa en la zona de Santa Ponça. “Me llamó a las seis de la mañana y me dijo que estaba en el aeropuerto para venir a comprar una casa. Era el momento de la burbuja inmobiliaria y era todo carísimo. En el coche le dije que no dijera lo que podía gastar, porque se lo iban a sacar todo” cuenta Pons. McQueen terminó adquiriendo una vivienda de diseño “con mucho mármol y que era muy parecida a la de Londres”, a pesar de los intentos de Pons de que adquiriera una finca mallorquina con terreno para ponerla a su gusto. Las propuestas cayeron en saco roto porque lo único que McQueen no tenía “era tiempo”.
Ese tiempo recuperado es lo que aprecia el creador mallorquín, que no añora el frenesí que envuelve el mundo de la alta costura. “Para nada. No echo de menos la vorágine de la industria de la moda. He estado y lo he visto, si no lo hubiera experimentado anhelaría ir a París o Nueva York. Pero ya lo he vivido”. Estos últimos años en la isla, en su hogar, le han servido para valorar lo que tiene ahora y quedarse con lo que ha conseguido en su casa porque aprecia mucho “la calidad de vida y la libertad”, que no son posibles en la élite del diseño. “En ese ambiente no te sientes nada libre, es una industria esclava y rápida. Estaba encadenado a ese mundo”, dice.
Para el creador las reglas del juego han cambiado en la industria, sobre todo con la irrupción de las redes sociales y la pandemia de coronavirus, que lleva al cliente a ser “más consciente” del proceso de fabricación de las prendas y a buscar “la sostenibilidad” en el producto, algo que promueve Muchache porque el diseño, la producción y elaboración de las prendas se ejecuta con técnicas de residuo cero. Todo lo contrario de lo que Pons opina que se estila en España, para él la principal potencia de la llamada fast-fashion o moda rápida con prendas baratas de poca durabilidad. “Es un engañabobos, es intentar hacer moda a bajo precio. Y eso es una mentira”, dice contundente. En sus clases como profesor en la Escuela Superior de Diseño de Barcelona ha constatado que en el país hay cantera, pero pocas salidas profesionales: “O te quedas intentando trabajar en Zara o sales fuera. No hay otra”.