El millón y medio que nos cuesta Nadal

MATT MATERA

Siempre que vuelvo de vacaciones me asaltan los mismos pensamientos. ¿Por qué no he nacido rico heredero de alguna casa noble? ¿Cuándo se aliaron los más oscuros poderes para negarme mi derecho a vivir en la abundancia sin trabajar? Tan ensordecedor es el silencio divino ante mis preguntas como cruel el regreso a la realidad posvacacional, que esta Semana Santa ha sido aún más difícil por culpa de Rafa Nadal.

La noticia de que el tenista cobrará 1,4 millones de eurazos por aparecer en unos anuncios de promoción de productos españoles en el extranjero me ha disparado los índices de envidia a niveles de azúcar en sangre de Belén Esteban pre chute de insulina en Gran Hermano VIP. Dígolo alto y claro: ojalá me soltaran a mí semejante pastón por ceder mi bello rostro a una campaña, sin mayores esfuerzos ni fatigas. Y reconozca que usted piensa lo mismo.

La tragedia es que ni mi careto ni el suyo valen un higo, y el de Rafa, por el contrario, está tasado en unos 10.000 euros la espinilla. Más tragedia todavía: el préstamo de esos poros faciales, abiertos o cerrados, lo vamos a pagar entre todos, porque la campaña la promueve el Ministerio de Agricultura. Si pensamos que en España somos unos 20 millones de contribuyentes, nos sale a precio de chicle: siete centimillos de nada por cabeza. Aun así, las masas se han puesto hechas una hidra en internet, donde han llovido las críticas a tan generosa donación. No comparto la ira, pero sí comprendo el estado de ánimo del que surge: hablamos de un señor que no es precisamente un indigente recibiendo un dineral de un Estado que lleva cuatro años triturando sus prestaciones sociales.

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Para mí, lo peor del caso no es tanto que Nadal se lo lleve crudo por apoyar el jamón ibérico o el aceite de oliva patrios: si se hicieran anuncios atractivos, puede que el rédito fuera mayor que lo gastado. Sin embargo, lo visto hasta ahora de la campaña huele a caspa ministerial: un rancio cartel en el que no sabemos si un Rafa photoshopeado o directamente su figura del Museo de Cera posa en un viñedo como si acabara de salir de la ortopedia, más el clásico vídeo que de institucional no puede ser más aburrido, con paisajes hispanos y chorretones de vino en copas mezclados sin ton ni son con imágenes de Nadal jugando. Ahí está nuestro deportista más universal, pero parece que nos lo hemos gastado todo en él y nada en la creatividad y la imaginación que deberían acompañarle en la heroica gesta de vender nuestras aceitunas a los chinos.

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