Dos misiles contra la vanguardia

MATT MATERA

Los cocineros de vanguardia, de alta cocina o como demonios quiera usted llamarlos se enfrentan cada día a dos trabajos: el de guisar y el de explicar que lo suyo no es ninguna fruslería. El cliché popular los pinta como seres estrambóticos dedicados a hacer espumas, nidos, nubes y otras absurdeces sobre platos, cuya función última es, por un lado, satisfacer su ego, y por otro, encubrir que nos echan poca comida. Para colmo, su carísimo trabajo sólo lo disfruta una élite, lo que les gana con frecuencia el desprecio de la mayoría que no puede pagar sus exquisiteces.

En los últimos años, el boom de la gastronomía y la omnipresencia mediática de los estrellados ha templado un poco este clima de vanguarfobia. A pesar de la insufrible palabrería con la que algunos chefs envuelven su discurso, cierta España comienza a entender el valor cultural y económico de la innovación culinaria, y lo que es mejor aún, a distinguir a los verdaderos cracks de los cantamañanas que se apuntan al carro con tres trucos de quimicefa. Sin embargo, detecto en el horizonte dos amenazas para la imagen pública de la gastronomía fina, ambas compitiendo a la misma hora en la televisión: El chiringuito de Pepe y Top chef.

La primera, que como buena serie española exige al televidente una edad mental de siete años, tiene como personaje principal a Sergi Roca, un chef de vanguardia pintado con todos los lugares comunes imaginables de la profesión. Es exigente hasta la histeria, creativo hasta la extenuación y conceptual hasta el ridículo, y mientras lo ves en acción sólo deseas que los guionistas acaben con él de una santa vez esferificándole el cerebelo o gelificándole los testículos.

Top chef, por su parte, incluye como supervillano para su segunda temporada a un concursante también poseído por el demonio de la cocina tecnoemocional. El comportamiento en el show del chef valenciano Carlos Medina, cruce prodigioso entre César Pérez de Tudela y el profesor Bacterio, invita a pensar que la adicción al alginato, a los licuados y a las infusiones de tierra acaban convirtiéndote en un ser engreído, malencarado y un pelín lunático.

Ante Sergi y Carlos, tiendes a poner en valor la comida viejuna de sus respectivos opuestos, un grasiento propietario de chiringuito interpretado por Jesús Bonilla y un cocinero de hotel venido de la era Varón Dandy llamado Honorato. Y caes otra vez en el error de siempre: considerar la tradición como algo intrínsecamente bueno, y la innovación como algo insoportablemente pretencioso.

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