Valores humanos para impulsar los beneficios empresariales
La sensibilidad, el altruismo y la consideración son claves para un equilibro entre el poder económico y el interés público
La concepción de la persona dentro de la empresa ha cambiado a lo largo de los siglos. En los gremios medievales, por ejemplo, el trabajo era vocacional: el artesano era un sujeto valorado por su habilidad. La Revolución Industrial, sin embargo, supuso una ruptura. El trabajador quedó reducido a una simple mano de obra o fuerza laboral, siempre reemplazable. Ya entrados en el siglo XX, surgieron términos como recursos humanos, pero no se dejó de ver al individuo como un elemento utilitario del sistema. Hoy, el lenguaje es más amable: se habla de talento o colaboradores. Pero la visión instrumental persiste y crece exponencialmente con la inteligencia artificial (IA), donde la búsqueda del rendimiento se persigue, en ocasiones, como fin único.
En este contexto, ¿las compañías deben preocuparse solo por maximizar el beneficio o por dotar de sentido a su propia existencia, y hacerse responsables de los impactos que generan en sus trabajadores, en su entorno y en la sociedad en su conjunto? La respuesta toca terreno en el campo del pensamiento. “A nosotros nos gusta reivindicar la filosofía en el mundo de la empresa”, indicó Federico Linares, presidente de EY España. “Creemos que muchos de los temas que nos suceden en las organizaciones ya fueron objeto de reflexión siglos antes, y que si los retomamos encontramos respuestas o, al menos, aprendemos a formular las preguntas correctas”.
Ello toca a los códigos éticos, que son meros manuales de conducta; a la falta de tiempo, que ya fue pensada por Séneca, o a la autenticidad en el liderazgo que, como decía María Zambrano, se conquista cada día, expuso el representante de la consultora. “Recuperar estas reflexiones es útil y necesario. Por eso dedicamos tiempo a rescatarlas, compartirlas y ponerlas en valor”, señaló Linares. Y en estos tiempos de deshumanización e hiperautomatización, el pensamiento racional, la centralidad de la dignidad humana —ese eje de la modernidad— cobra aún más sentido. “Una compañía debe ser competitiva, productiva y rentable. Sin eso, no hay nada más. Pero una vez garantizado lo básico, el valor estratégico real está en crear valor en las personas y en el valor social”, explicó Linares. “En EY aspiramos a ser humanistas en un sentido antropocéntrico: promover el bienestar de la persona como fin”, recalcó.
Dignidad ante todo
“Yo digo que el ser humano es insustituible y que la dignidad debe seguir siendo el eje de nuestra mirada”, abundó Eduardo Madina, socio y director de estrategia de Harmon. Madina, que durante años ejerció responsabilidades públicas, traslada ahora su pasión ética al mundo empresarial, guiada por los principios que defendió el filósofo alemán Immanuel Kant: tratar a las personas como fines en sí mismas, no como medios. “Viví un tiempo político en el que hubo quien pensó que la persona era un medio. Yo siempre pensé que era un fin, que la dignidad humana era una idea inmejorable”, resaltó. “Hoy compruebo que hay empresas que se están pensando cada vez más desde una dimensión humanista y me parecen grandes ejemplos”. Sobre todo se están haciendo preguntas sobre el uso de las tecnologías y el impacto que estas tienen en la experiencia humana en el trabajo. “La inteligencia artificial traerá mucho progreso social, estoy convencido, pero la pregunta que solemos hacernos mal es: ¿Qué puede hacer la IA? Cuando debería ser: ¿Qué debe hacer la IA?”.
“Podemos delegarlo casi todo, sí, pero ¿qué ocurre si empezamos a ceder también lo que da sentido a nuestra existencia?”, subrayó Linares. En un mundo en el que la política parece desorientada y las religiones han dejado de ofrecer un referente social sólido, la empresa, según este último experto, emerge como un actor que podría aspirar a ser un agente transformador en la sociedad civil, más allá de los valores financieros que tradicionalmente la han guiado. “La rentabilidad y la productividad resultan indispensables, pero no suficientes. El auténtico valor de una organización reside en su aporte al tejido social y en la dignidad de las personas que la conforman”, añadió.
No es casualidad que la filosofía emerja como un salvavidas ante una realidad que supera a cualquier distopía. El mundo busca respuestas. “En el estallido financiero de 2008 se puso de moda volver a leer a Marx. Ahora se ha vuelto a poner de moda Hannah Arendt. Creo que su relevancia actual se centra en tres obras fundamentales: La condición humana, Eichmann en Jerusalén y Los orígenes del totalitarismo. En ellas hay una anticipación de procesos, una descripción que nos ayuda a entender fenómenos complejos e imprevisibles, con tendencias claras hacia los extremismos que hoy observamos”, aseguró Madina. “Aunque el mundo haya cambiado y se haya vuelto más confuso, los valores siguen siendo útiles como guía para orientarnos”, defendió.
Mucho de lo que Arendt observó entonces podemos verlo hoy en procesos de polarización y de deriva hacia los extremos, agregó el ex político. Por ejemplo, su concepto de totalitarismo, entendido como la elevación de una ideología o misión particular a la categoría de absoluto con el fin de dominar la realidad por completo, resulta clave para analizar dinámicas de poder contemporáneas. Esta lógica se observa en Estados Unidos, donde actores como J. D. Vance han pasado de posturas marginales a posiciones de influencia, articulando la intención de “poner fin al experimento fallido de las democracias de los últimos 200 años”. Su objetivo, prolongó Madina, va más allá de la crítica política. Busca la instauración de una oligarquía tecnocrática que decide por jerarquía, tecnología y velocidad, en niveles de eficiencia mucho mayores que los de las democracias tradicionales.
“Si tuviéramos que elegir entre los jedis de Hannah Arendt y el ejército oscuro de Darth Vader o de ciertos tecnócratas, yo siempre elijo a Arendt: sus valores humanistas siguen siendo una brújula válida, aunque el mundo esté convulso”, dijo el representante de Harmon. “Creo que si hay una salida, si existe una zona de esperanza, se encuentra ahí: en la lentitud de los parlamentos nacionales, en nuestras imperfectas democracias, en la dignidad humana, en los ideales ilustrados y en un liberalismo político sólido, mucho más que en estos experimentos recientes de concentración tecnológica”, concluyó.
Carl Benedikt: “La prueba y error es lo que impulsa el progreso”
Si en 1900 alguien hubiese preguntado a un modelo de IA si los humanos podrían volar algún día, este habría consultado una larga lista de fracasos y habría concluido que algo del tamaño de una persona (sin equivalentes en la naturaleza) jamás podría elevarse. Con este ejemplo, Carl Benedikt Frey, profesor en Oxford y autor del ensayo The Technology Trap, explicó que la experimentación de nuestra especie, el aprendizaje por prueba y error, es algo único, y que no hay ningún sistema computarizado que pueda emularlo. “Es un modelo pregrabado”. La experimentación, así como la creatividad y las interacciones humanas, será lo que nos salve ante la vorágine de la automatización en el mundo laboral que se avecina.
La IA escribe tus correos electrónicos y los de tus compañeros, pero los redacta todos con el mismo estilo. “¿Cómo te distingues?”, pregunta el experto. Siendo único y original. Porque en el campo de las relaciones personales, como en la inventiva, no hay máquina que se nos parezca. “Si entrenas una IA con pintura impresionista, no obtendrás arte conceptual. Esos saltos quedan fuera de su alcance. Puede remezclar, ajustar, imitar, y es impresionante que escriba prosa al estilo de Shakespeare, pero solo puede hacerlo porque Shakespeare existió. No es especialmente creativo replicar un estilo”, ahondó.
Los sistemas automáticos tampoco funcionan bien en la frontera de la investigación, donde todo es nuevo y no hay precedentes, como elevarse por los aires. “Si haces lo mismo cada día, te volverás muy bueno en ello, pero dejarás de aprender”, dijo Benedikt Frey. Ese es el dilema diario de nuestras sociedades. “Si quiero ser eficiente como académico, puedo replicar un estudio sobre los efectos de la IA en el mercado laboral estadounidense y luego replicarlo en Alemania, Francia, España, Italia o Suecia. Pero cada artículo sería menos útil que el anterior: la misma idea repetida. Para hacer algo nuevo, debo tomar distancia, explorar y desarrollar ideas. Y eso la IA no lo hace”. El profesor de Oxford aseveró que la IA rinde bien en entornos estáticos, pero no en entornos cambiantes.
La tecnología no es la única fuerza que define el futuro laboral. Una muestra de ello es que actualmente hay más ajedrecistas profesionales que cuando Deep Blue venció a Kasparov, comentó Benedikt Frey. “En muchos ámbitos no nos importa que la IA sea superior: queremos competir igualmente”. Eso ocurre en los deportes y en el arte. También hay actividades que podríamos automatizar, pero no queremos hacerlo. “Podrías convertir un restaurante en una gran máquina expendedora, pero valoramos la interacción humana. Lo mismo con el yoga: podríamos practicar frente al ordenador, pero preferimos ir al estudio”. La esperanza perdura.