Es la vida que vives, no la ropa que llevas: Balenciaga ajusta cuentas con el lujo silencioso
Demna no puede replegarse en la sutileza porque, aunque parezca que tiene que perder mucho, se aproxima a su oficio como alguien que una vez ya lo perdió todo. Según lo visto en la pasarela parisina, el oficio, y no la espectacularidad del cargo, también guía a Nadège Vanhee-Cybulski en Hermès
“Utilice unas tijeras resistentes que puedan cortar un grosor significativo. El hierro. La plancha de sastre, también llamada teja, es una plancha sin vapor, pesada, incluso muy pesada. Utilizada con el percal húmedo, permite, gracias a su peso, prensar eficazmente el material...”. Isabelle Huppert, musa de Balenciaga, protagonista de una de las ...
“Utilice unas tijeras resistentes que puedan cortar un grosor significativo. El hierro. La plancha de sastre, también llamada teja, es una plancha sin vapor, pesada, incluso muy pesada. Utilizada con el percal húmedo, permite, gracias a su peso, prensar eficazmente el material...”. Isabelle Huppert, musa de Balenciaga, protagonista de una de las campañas que encendieron la polémica contra la marca el pasado otoño, recitaba en bucle extractos de La chaqueta de traje, guía de montaje tradicional, un manual de sastrería que también fue la invitación al desfile de este domingo en París, en un escenario de terciopelo rojo situado en las inmediaciones de la torre Eiffel. La temporada anterior, la primera tras la polémica, Demna no enviaba un manual, pero sí un patrón para confeccionarse una americana, la misma que apareció varias veces en la que muchos definieron como una colección silenciosa, que buscaba no hacer ruido tras varios meses en el punto de mira.
Esta colección no ha sido silenciosa, muy al contrario; casi un centenar de salidas han repasado todas las obsesiones de Demna, esas mismas obsesiones (el traje demasiado grande, la zapatilla feísta, la hombrera como punto de apoyo del vestido, la bolsa de la compra, la llave y el pasaporte de quien huye de su casa...) que lo han convertido en el diseñador más amado y odiado de su generación, pero que, sobre todo, demuestran una idea no tan obvia en estos últimos meses: no hace falta apelar a la discreción para hablar de artesanía y de lujo, tampoco de tradición o básicos para hacer sastrería. El taller, las manos, también pueden crear piezas con discurso, ideas rompedoras, ropa crítica.
Demna sigue el manual clásico de sastrería, ese mismo que dice: “No es la ropa que llevas lo que cuenta, sino la vida que vives mientras la llevas”, para hacer precisamente eso, hablar siempre de las personas ordinarias (del oficinista hastiado al joven fiestero) a través de sus diseños. “No me interesa que la moda hable de lujo o de riqueza o de poder, me interesa más cómo la ropa apoya tu identidad, la ropa que incluso te hace parecer un marginado a ojos del resto. Yo mismo he sentido eso este verano, en el sur de Francia, cuando un grupo de gente no se quería sentar a nuestro lado por cómo vestíamos”, comentaba posteriormente en backstage. Demna tuvo que huir de Georgia con su familia cuando era un adolescente, vivió en la calle casi un año, hasta que su madre, la mujer que abría el desfile esta mañana (“mi primera inspiración estética”, contaba en la nota de prensa) encontró un trabajo y pudo darles una vida digna a él y a su hermano Guram (que hoy es el único diseñador de Vetements, la marca que devolvió la emoción a esta industria hace una década).
Por eso, que varios modelos portaran albornoces, pantuflas o chándales grises y otros llevaran pasaportes colgados del cuello y llaveros del bolso no es una mera licencia estética. Hace dos días The Row, la marca de las hermanas Olsen, epítome de ese lujo silencioso y discreto para personas que pueden pagar cuatro cifras por un jersey, presentaba, entre suspiros del público, una colección con pantuflas de hotel como zapatos y toallas como bufanda; de materiales exquisitos y, probablemente, precios desorbitados. La idea de acercar lo doméstico a lo lujoso puede parecer la misma, pero no lo es. No solo por la diferencia en la biografía de ambos: el primero ha desacralizado Balenciaga, la enseña más venerada por cierto público purista, jugando a subir la calle a la pasarela, con todas las lecturas críticas que eso supone. Las segundas juegan a exclusivizar lo popular, en un contexto en el que apelan a una retórica de pequeños matices, detalles y materiales que, en teoría, solo sabe apreciar una élite.
La madre de Demna abría el desfile y el novio del diseñador, el músico Bfrnd, lo cerraba por primera vez con un vestido de novia hecho de siete vestidos antiguos diferentes. Entre medias, supermodelos como Julia Nobis, Malgosia Bela o María Carla Boscono, y una primera parte protagonizada por esos rostros anónimos para muchos, pero necesarios para los que se aproximan a la moda como un oficio. En tiempos en que las celebridades y los influencers que aparecen en el desfile son más importantes que el propio desfile, incluso para algunos medios de comunicación respetables, Demna ha elegido, entre otros, a Linda Loppa (hoy en Polimoda y antes directora del departamento de moda de la mítica escuela de arte de Amberes, donde él estudió), Diane Pernet (histórica editora que ha apoyado desde hace 30 años a los autores más contestatarios del sector), Miren Arzalluz (directora del Museo Galliera en París y la mayor experta en Balenciaga del mundo) o Cathy Horyn, la famosa crítica implacable que siempre ha defendido la influyente labor del diseñador en la última década. Son, en definitiva, las personas que lo han apoyado cuando aquella campaña con niños lo convirtió en el blanco de las críticas. Son rostros tan necesarios como desconocidos en una época en la que la moda juega a ser espectáculo pero necesita más que nunca escuelas, museos y periódicos para seguir existiendo. “Esta es mi idea personal de la moda, contraria a lo que casi todo el mundo piensa que es hoy la moda”, contaba tras un desfile en el que, claramente, el georgiano abandonaba el perfil bajo de su anterior colección, el mismo que han seguido distintos directores creativos estos días. ¿Son las ventas directamente proporcionales a la falta de riesgo? No para él. Balenciaga es una silueta propia, una serie de objetos banales elevados en una pasarela, un discurso y, sobre todo, una forma de entender la ropa que se lleva y se vive que nunca podrá replegarse a los dictámenes del mercado, al margen de que el mercado le dé la razón y luego deje de dársela. Demna no puede replegarse en la sutileza porque aunque parezca que tiene que perder mucho (es decir, su propio puesto) se aproxima a su oficio como alguien que no tiene nada que perder porque una vez ya lo perdió todo.
El oficio, y no la espectacularidad del cargo, también guía a Nadège Vanhee-Cybulski, directora creativa de Hermès, desde hace casi 10 años. El sábado, un escenario instagrameable replicaba un campo de gramíneas para una colección que no es discreta ni sutil (los adjetivos que suelen recorrer estos días las crónicas de las colecciones) porque Nadège siempre ha diseñado ropa lujosísima para ser llevada, no admirada. Es muy difícil trabajar en una casa como Hermès y no dejarse llevar por los objetos icónicos que la definen, pero Nadège lo consigue, jugándoselo todo a dos o tres colores (unos granates, marrones o grises tan exquisitos que no deben estar en una pantonera) y aproximándose al diseño desde la artesanía que no se ve, del punto elástico que en realidad es cuero a los pespuntes de la marroquinería que coronan bolsillos o solapas. Todo es real porque todo se aprecia cuando se toca, se lleva y se mira de cerca.
Como suele ocurrir en Rick Owens, o en el propio Balenciaga, los invitados al desfile debut de Stefano Gallici en la línea femenina de Ann Demeulemeester no eran celebridades, sino devotos de la enseña, pese a que la diseñadora que le da nombre se retirara hace ahora 10 años. Tras la abrupta salida de Ludovic de Saint Sernin, el italiano, que lleva tres años diseñando con solvencia la colección masculina, ha trasladado esos mismos códigos de la belga a la línea femenina, eso sí, de una forma esquemática, casi como un disfraz de nostalgia: había correas, satenes, girones desgastados de terciopelo, levitas... un código masticado para las nuevas generaciones (como lo fue el Helmut Lang de Peter Do en Nueva York) que, sin embargo, daba una continuidad real a una marca que no necesita embajadores famosos ni modelos conocidos, solo a clientes fieles, para seguir funcionando. Lo decía Demna en su nota/manual de prensa: no es la ropa que llevas la que cuenta, sino la vida que vives mientras la llevas.