¿Simplificar lo difícil o complicar lo sencillo? La clave de la pasarela parisina en una temporada en la que todos juegan a la discreción
Los detalles totémicos de la colección de Loewe, “la elegancia instintiva” de Matthew Williams en Givenchy, las formas complejas de entender lo cotidiano de Schiaparelli y Rick Owens. La avalancha de lujo silencioso amenaza con asolar la próxima primavera, aunque hay excepciones en la semana de la moda de París
Un abrigo de cuero con uno de los laterales levantados, unos pantalones rectos con la cintura por debajo del pecho, una capa de punto larga con botones joya diseñados por Lynda Benglis, la artista norteamericana que también ha realizado las esculturas de bronce de la pasarela... un error en la estructura habitual, una expresión nueva en un lenguaje común. “Son pequeños detalles y formas que acaban teniendo un poder casi totémico”, comentaba ...
Un abrigo de cuero con uno de los laterales levantados, unos pantalones rectos con la cintura por debajo del pecho, una capa de punto larga con botones joya diseñados por Lynda Benglis, la artista norteamericana que también ha realizado las esculturas de bronce de la pasarela... un error en la estructura habitual, una expresión nueva en un lenguaje común. “Son pequeños detalles y formas que acaban teniendo un poder casi totémico”, comentaba Jonathan Anderson tras el desfile de Loewe, celebrado este viernes por la mañana en el imponente Chateau de Vincennes. La idea ancestral del tótem tiene fácil traslación a la moda como receptáculo de emociones clásicas; “el deseo, el poder, el afecto”, asegura el diseñador irlandés sobre sus pequeños objetos (botones, alfileres, pulseras) que añaden carga simbólica a prendas tradicionalmente básicas. Vestidos de punto que parecen deshacerse, mujeres que subvierten con su forma de llevarlo el significado del tradicional traje sastre masculino (y, con ello, el estereotipo de la mujer seductora vestida de hombre), bermudas fruncidas hasta parecer sacos...
Después de varias temporadas apelando al surrealismo y dinamitando la frontera entre el vestido y el objeto (prendas que son coches, esferas o flores, zapatos que reproducen el ready-made de Duchamp), Anderson ha tomado una senda mucho más comercial pero igualmente deseable. Toda su colección para la próxima primavera/verano es funcional, incluso versátil, pero cada pieza tiene un pequeño detalle que la convierte casi en un tótem, en un objeto de culto. No es nada fácil, al contrario: se trata, a fin de cuentas, de complicar lo simple sin que deje de ser simple. Por algo Loewe es, según la agencia de datos Lyst, la marca de lujo más buscada de la actualidad: tiene la dosis justa de viralidad, de discurso intelectual y de practicidad diaria.
¿Qué tiene más valor, diseñar ropa sencilla o prendas visualmente complejas? Sin entrar en temas como la confección o el material (esto son pasarelas), la pregunta no tiene fácil respuesta, más en una temporada en la que todos juegan a la discreción y el realismo para aumentar, más si cabe, sus ventas. Se podría decir que el debut de Sabato de Sarno en Gucci la semana pasada en Milán responde a la idea de apelar a la nostalgia y no correr riesgos para mantener las ventas altas. Pero no está claro si esta idea de subir a la pasarela prendas que uno podría ver en la calle (en una calle con habitantes de rentas altas) es realmente una apuesta segura.
La colección de Matthew Williams en Givenchy es buen ejemplo de ello. La identidad creativa del diseñador, entre el gótico y la moda urbana, se diluía en una colección que, según explicaban en las notas posteriores al desfile, apelaba a “la elegancia instintiva” y que se materializaba en vestidos de gasa con flores sacadas del archivo de la casa, chaquetas armadas en colores tierra o blusas semitransparentes con faldas rectas a media pierna. Es decir, se materializaba en estereotipos relacionados con la elegancia que poco tienen que ver con las colecciones anteriores de Williams y mucho con el espíritu actual que persiguen la mayoría de las grandes enseñas de lujo. ¿Quiere la clientela actual de Givenchy piezas sutiles y tradicionalmente elegantes? Lo sabremos cuando lleguen a las tiendas en seis meses, pero no es difícil adivinar que si esos básicos no marcan algún tipo de diferencia, no tienen un error en la estructura (y estos no parecen tenerlo) pueden perderse entre la avalancha de lujo silencioso que amenaza con asolar la próxima primavera.
No es fácil saber hacer ropa sencilla, pero tampoco lo es en algunos casos hacer ropa compleja. Julien Dossena lleva una década en Rabanne trabajando con uno de los archivos más difíciles de actualizar, pero haciéndolo de forma interesante. La idea de la nostalgia de futuro era el punto de partida de una colección en la que la malla metálica de la casa se drapeaba en chaquetas y pantalones bombacho o se coronaba con plumas de pavo real, haciendo coincidir el retrofuturismo de la ciencia ficción con el imaginario del antiguo Egipto. Lo arcaico con lo tecnológico se fusionaban en prendas visualmente apabullantes pero paradójicamente sencillas en su puesta en escena. Las mujeres poderosas de Dossena, ajenas a la mirada masculina, herederas de faraonas y heroínas galácticas, simplifican magistralmente lo complejo sin necesidad de recurrir a lugares (y prendas) comunes.
Olivier Rousteing ha encontrado su sitio en la nostalgia abriendo un nuevo capítulo para Balmain, que se iniciaba la pasada temporada con una colección que revistaba el archivo de la casa de costura. Esta temporada vuelve a hacerlo, pero de forma menos literal y aburrida, con una colección hecha a contrarreloj (le robaron la mayoría de las prendas hace dos semanas). Está protagonizada por las flores en todas sus formas y materiales y con una silueta cercana a la de Balenciaga pero exagerada al nivel irónico de Moschino, muy alejada de las líneas explosivas propias de Balmain.
Pero si hay dos formas complejas de entender lo cotidiano son las de Schiaparelli y Rick Owens. Daniel Roseberry, director creativo de la primera, habla explícitamente de lo mundano, un “simple” jersey de lana de una amiga de Elsa Schiaparelli que la diseñadora pidió replicar a las costureras armenias que lo habían confeccionado pero con la impronta estética “del dibujo primitivo de un niño en la prehistoria”. Esa pieza de 1927 fue el primer éxito de la casa del surrealismo y es el cimiento sobre el que, casi un año después, el diseñador tejano ha construido una colección donde lo onírico (del trampantojo a las aplicaciones de ojos, dos clásicos de la enseña) no resulta complicado, sino casi orgánico.
Es curioso ver temporada tras temporada cómo Rick Owens es el único diseñador que congrega a seguidores de su ropa, no a las celebridades invitadas a los desfiles. Una cohorte de fanáticos con plataformas imposibles y hombreras puntiagudas ven desde la acera del Palais de Tokyo un desfile en el que siempre hay humo como único decorado, siempre hay una canción en bucle (esta vez, de Diana Ross) y siempre hay un silencio casi ritual. Pero resulta casi más curioso ver cómo Owens explica sus sacerdotisas galácticas, sus siniestras nómadas postapocalipticas de Dune, como un canto al optimismo: “Fui a un concierto de Björk y me di cuenta de mi absurda resignación frente a su espíritu infantil y feliz”, cuenta el diseñador, “siempre me resigno ante el entorno y, en realidad, la verdadera revolución es apostar por la alegría”. Algo tan sencillo puede ser tan difícil de lograr, y algo tan complejo como el mundo interior de Owens puede resumirse en algo tan sencillo.