La pasarela de París baja al barro para reflexionar sobre el lujo
La colección para la próxima primavera de Demna para Balenciaga subvierte lo que significa el ‘streetwear’, lo nuevo, lo pulcro. Una propuesta que contrasta con las presentadas por Issey Miyake y Hermès en la semana de la moda de la capital francesa
La sensación de asfixia en el set era real: olor a humedad, barro mojado, una enorme grieta en la oscuridad y las modelos caminando sobre charcos que salpicaban a las primeras filas con sus celebrities y manchaban también los bajos del denim que siempre está presente en Balenciaga, los zuecos sobredimensionados y las colas de los vestidos de noche ceñidos ahora, en su ya clásico rosa, plata y negro.
La moda no necesita explicación, cada uno debe juzgar por sí mismo. Esto lo dice el hombre que más ...
La sensación de asfixia en el set era real: olor a humedad, barro mojado, una enorme grieta en la oscuridad y las modelos caminando sobre charcos que salpicaban a las primeras filas con sus celebrities y manchaban también los bajos del denim que siempre está presente en Balenciaga, los zuecos sobredimensionados y las colas de los vestidos de noche ceñidos ahora, en su ya clásico rosa, plata y negro.
La moda no necesita explicación, cada uno debe juzgar por sí mismo. Esto lo dice el hombre que más ha conceptualizado la moda en los últimos años. Demna, diseñador y resurrector de Balenciaga, ha presentado este domingo en París una colección para la próxima primavera en un barrizal, obra del español Santiago Sierra, para simular el proceso de excavación creativa en busca de ideas al que se somete el georgiano en cada temporada. “No quiero explicar la colección. Es una reflexión sobre mi trabajo como diseñador, pero también sobre el lujo: ¿Qué es el lujo? ¿Un jersey de cachemir? Rodear la colección de barro habla de esta reflexión, es casi una blasfemia, pero lo hace real”, aseguraba en el backstage tras el desfile. Subvertir lo que significa el lujo, el streetwear, lo nuevo, lo pulcro y lo sucio es la idea fuerza de esta colección que continúa con su trayectoria de pervertir el imaginario del lujo como ya hizo con la bolsa de Ikea o la bolsa de cuadros de bazar de todo a 100. “Odio las cajas y las etiquetas. Como sociedad etiquetamos, sobre todo desde internet”. Las cajas, los famosos sesgos cognitivos, sirven para sentirnos más seguros, pero eso no es lo que busca Demna.
“El show habla sobre el momento exacto en que vivimos. Todos vamos a algún sitio, no sabemos a dónde”, explicó el diseñador moviendo su discurso en lo abstracto, sin citar referencias explícitas ni explicaciones. Sin embargo, para que el espectador saque sus conclusiones, sí hace falta al menos un poco de contexto: el artista Santiago Sierra presentó en 2005 en la alemana Hannover su instalación Casa en barro, 120 kilos de barro para emular la construcción de un lago artificial durante el régimen nazi. Sierra pretendía con esa obra reflexionar sobre la explotación humana, el poder y la autoridad y ahora replica algo similar en el parque de exposiciones Nord Villepinte, en París.
Lo sobrecogedor del escenario, la invitación al desfile —que consistía en una cartera envejecida con documentación, recibos de compra, tarjeta sanitaria, de crédito e incluso algunas monedas—, y las Converse sucias que puso a la venta hace unos meses Balenciaga por casi 2.000 euros para rápida indignación de las redes sociales, remitían inmediatamente a dos ideas: ¿Por qué objetos es capaz de pagar la gente? ¿Cómo se genera el deseo? Y, al mismo tiempo, era imposible no pensar en otras preguntas: ¿Cómo quedan las ciudades después de ser arrasadas? ¿Qué llevarías contigo si tuvieras que huir de tu casa? ¿Cómo se ven tus pertenencias, tu cartera, tus All Star, después de andar un largo camino?
No es nada nuevo que Demna base muchas de sus ideas creativas en su propia experiencia como refugiado. Y parece que lo ha hecho otra vez. En el desfile había bolsos en forma de peluches infantiles viejos y sucios, hombres con sus bebés en mochilas y portando bolsas que dejaban entrever su contenido, que era lo básico. En contraposición a la siempre sobredimensionada silueta de Balenciaga aparecieron una serie de plumíferos pequeños, como si no pertenecieran a quienes los llevaban. El bolso bolsa de basura y el bolso bolsa de patatas también remitían a un viaje hostil. En el peinado de una modelo se entreveía una llave, el objeto donde los refugiados, todos, depositan su esperanza. “¿Eres optimista?”, le preguntaron. “Ahora mismo no soy optimista, pero sí tengo esperanza”, respondió. Porque todos vamos a algún sitio, sí, pero algunos viajes son más oscuros.
Es comprensible que a ciertas personas les resulte tedioso y repetitivo el argumento de la actualidad como perfilador de las colecciones de moda, pero es una misión creativa. Hay otras. Para los que consideran que la moda debe ser evasión, o un refugio para la belleza y la alegría, en el desfile del pasado viernes de Issey Miyake, el primero desde que el creador falleció el pasado agosto, se proyectó, entre aplausos, una frase del japonés: “Creo que hay esperanza en el diseño. El diseño evoca sorpresa y alegría en la gente”. La colección, realizada por Satoshi Kondo, resumía todos los grandes hitos de Miyake: derivaciones de sus pleats en distintas dimensiones y tejidos, negro riguroso, estampados geométricos y colores vivos. El final, con una danza y las modelos corriendo, dejando ver el movimiento libre y la fluidez por los que los diseños de Miyake son conocidos, traducía la esperanza de una forma opuesta a la de Balenciaga.
También Hermès mostró el sábado una propuesta alegre que jugaba con los colores del atardecer en una rave imaginaria en el desierto como supuesto remate a una excursión por las montañas. La colección mezclaba vestidos de seda en capas y otros troquelados de piel ligerísima con tejidos técnicos. Nadège Vanhée-Cybulski empleó de forma brillante cuerdas, elásticos y cierres de ropa deportiva o de escalada que integró por completo en su elegancia clásica. Algo así como el uso habitual de la quincaillerie, las piezas de ferretería, común en la casa francesa.
El camino sigue, la vida avanza, la tecnología se supera, pero, a veces, la mirada retrocede. En un alarde performático, el dúo Coperni, formado por Sébastien Meyer y Arnaud Vaillant y que toma su nombre de Nicolás Copérnico, creó un vestido sobre el cuerpo de Bella Hadid en directo. La modelo, desnuda, escuálida y prácticamente inerte, aguantó durante casi 10 minutos que dos hombres, trabajadores del taller de Coperni, la rociaran con espray ante la audiencia. Fue, sin duda, uno de los momentos virales de la semana. Generó sorpresa y emoción en parte del público e incomodidad y escepticismo en la otra. El tejido, creado por el español Manel Torres, se llama Fabrican y no es nuevo. La elección de una modelo delgadísima y en actitud pasiva hacía inevitable reflexionar sobre el papel de las mujeres en esta industria. Inevitable también pensar en las performances de Marina Abramovic, Ritmo 0, y de Yoko Ono, Cut Piece, donde las artistas ofrecían sus cuerpos para que el público hiciera con ellas lo que quisiera. Los resultados fueron sádicos: como explicó Abramovic, la interacción comenzó de forma amable y acabó en agresividad.
“Es nuestra celebración de las siluetas de las mujeres de siglos pasados”, dijo el dúo tras el desfile. Se referían a la ropa, porque las siluetas de las mujeres, salvo las dos excepciones habituales, fue igual que en el resto de desfiles (excepto el de Ester Manas): escuálida.