La pasarela de París o el precio del poder femenino
Los desfiles de Dior, Saint Laurent o The Row en las primeras jornadas de la semana de la moda en la capital francesa reflexionan sobre cómo la indumentaria comunica ideas sobre el estatus, la autoridad o la fuerza
La ropa es un instrumento de poder. Siempre lo ha sido. Una forma eficaz de remarcar la clase social, el estatus o la posición que se ocupa en el engranaje social. Estas primeras jornadas de la semana de la moda de París han recordado precisamente eso, el modo en el que las mujeres, históricamente alejadas del poder, han utilizado la indumentaria para dar a entender que lo han ido obteniendo.
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La ropa es un instrumento de poder. Siempre lo ha sido. Una forma eficaz de remarcar la clase social, el estatus o la posición que se ocupa en el engranaje social. Estas primeras jornadas de la semana de la moda de París han recordado precisamente eso, el modo en el que las mujeres, históricamente alejadas del poder, han utilizado la indumentaria para dar a entender que lo han ido obteniendo.
La diseñadora Maria Grazia Chiuri, abiertamente feminista, ha recurrido a la figura de Catalina de Médicis para firmar una de las mejores colecciones en estos seis años de trabajo al frente de Dior. Su inspiración: la poderosa noble italiana que acabó siendo reina consorte de Francia a mitad del siglo XVI e introdujo en el país la moda del corsé, el miriñaque y el acuchillado (dejar entrever las enaguas blancas a través de cortes en las mangas). Chiuri, otra italiana en París, ha imaginado cómo vestiría Catalina ahora: con corsés que ya no aprietan, faldas voluminosas hasta las rodillas, vestidos floreados que se ciñen con cordones de chándal o abrigos fluidos hasta los pies estampados con el mapa de París en su ya icónico tejido toile de jouy. Como suele suceder en todas sus colecciones, Chiuri tiene el talento para incluir ropa para todos los gustos en un mismo desfile. En el del pasado martes, pantalones, faldas de tul, cazadoras, chaquetas sastre, tops, tacones y merceditas con la suela de botas militares contaban la misma historia de poder femenino y audacia estética.
En su desfile del martes, Saint Laurent construyó una plaza en Trocadero, coronada por una enorme fuente y pavimentada con baldosas de aspecto envejecido. Una muestra del poder de la firma —el escenario se reutilizará en otras ocasiones, según han confirmado— para enmarcar un desfile que también hablaba de poder, en este caso del power dressing, la estética masculinizada que siguieron algunas mujeres en los años ochenta del pasado siglo cuando alcanzaron puestos laborales relevantes. Anthony Vaccarello volvía a esa época para diseñar largos abrigos estructurados de hombros contundentes (las hombreras son, quizá, el símbolo más clásico del poder en la indumentaria) y vestidos tubulares que se ceñían al cuerpo inspirados en los que llevaba en escena la bailarina Martha Graham. Las modelos, subidas a altísimos tacones, lucían casi de forma unánime este uniforme, que solo variaba ligeramente para jugar con las transparencias en algunas prendas.
El poder hoy viste de The Row. Para muestra, el armario de Shiv Roy en la serie Succession. La marca de las hermanas Olsen, que acaba de cumplir 15 años, es algo así como la quintaesencia del básico exclusivo y de eso que llaman lujo discreto. De hecho, su nombre procede de Savile Row, la calle londinense donde se concentran los mejores sastres británicos. Tras un par de años fatales (tuvieron que despedir a buena parte de su equipo durante la pandemia), durante su segunda presentación, en unos imponentes salones cerca de la Place Vendôme, las gemelas Olsen han vuelto a redundar en los tejidos de altísima calidad, en los cortes perfectos, en su paleta de colores neutros y en su estética minimalista repleta de matices, de los vestidos tejidos en crochet a las americanas estructuradas.
Con esa misma prenda comenzaba este miércoles Dries van Noten su primer desfile físico desde el año 2020, con una voluminosa americana negra a la que siguieron una decena de salidas del mismo color. El diseñador belga, el rey del estampado, iniciaba su colección para la próxima primavera apostando por el negro y demostrando que, además de manejar el colorismo, sabe manejar magistralmente el patronaje. La ropa armada y sobria daba paso a prendas ligeras que jugaban al desteñido y, en la última parte, Van Noten volvía a su esencia con vestidos repletos de pequeños volantes y decorados con flores pintadas a mano. “Protección y vulnerabilidad”, definía el creador su colección, una especie de metáfora sobre el florecimiento en tiempos oscuros, más pertinente que nunca.
Y el poder también se palpaba en la japonesa Undercover. Sobre todo porque ha presentado su propuesta en la catedral Americana de París, y pocos lugares reflejan esa idea mejor que una iglesia. Una colección tan solemne como el escenario: dejando de lado su habitual apuesta por lo urbano, el diseñador Jun Takahashi ha diseñado una increíble colección de básicos con patrón asimétrico y/o deconstruido, del blanco al beis y a los colores flúor, una idea, la del nuevo fondo de armario, que también ha sobrevolado en las recientes pasarelas de Milán, con Bottega Veneta a la cabeza, y que ahora parece haberse trasladado a la capital francesa. Si tras la pandemia las firmas apostaban por una moda fantasiosa y expresiva, ahora parecen haber regresado a la idea de uniforme, una de las más difíciles de ejecutar pero una de las más exitosas que se manejan en esta industria. Pocas cosas hablan más de poder (o de su falta) que un uniforme.