El amor al cine venció a la rabia: “Decidí vivir en un ‘travelling’ eterno”

Lo primero que pidió Gonzalo Suárez en el hospital tras un accidente de coche que lo dejó en silla de ruedas fue una cámara. Durante 14 años, grabó la adaptación a su nueva vida. El resultado es un documental multipremiado

El director de cine Gonzalo Suárez, en las salas Tamberlick de Vigo el pasado 2 de agosto.Sonia Daponte

Agosto de 1991. Manolo Suárez, ingeniero del puerto de Vigo, graba a su hijo montando en bicicleta. “Di algo”, le pide. El niño, que tiene 11 años, responde: “Amo las cámaras”. Poco antes le había llevado al rodaje de Sempre Xonxa, el primer largometraje rodado íntegramente en gallego, para ver si lo cogían de extra. Y lo seleccionaron. “Estuve tres días sin ir al colegio y me pagaron un pastón: 10.000 pesetas”, recuerda Gonzalo Suárez Garayo, que hoy tiene 44 años. “Mi padre fue el primero en ponerme una cámara en las manos. La había traído de un viaje a Japón y le encantaba hacernos v...

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Agosto de 1991. Manolo Suárez, ingeniero del puerto de Vigo, graba a su hijo montando en bicicleta. “Di algo”, le pide. El niño, que tiene 11 años, responde: “Amo las cámaras”. Poco antes le había llevado al rodaje de Sempre Xonxa, el primer largometraje rodado íntegramente en gallego, para ver si lo cogían de extra. Y lo seleccionaron. “Estuve tres días sin ir al colegio y me pagaron un pastón: 10.000 pesetas”, recuerda Gonzalo Suárez Garayo, que hoy tiene 44 años. “Mi padre fue el primero en ponerme una cámara en las manos. La había traído de un viaje a Japón y le encantaba hacernos vídeos familiares, por eso él salía tan poco en ellos. Y desde que tengo uso de razón quise hacer cine”. Manolo murió tres meses después de inmortalizar en una cinta aquella declaración de intenciones de un crío gallego que ya soñaba con dirigir. Gonzalo no volvió a tocar esa cámara hasta tres décadas después, cuando la utilizó para el último plano de su primera película, A cero.5, donde aparece grabando, desde una silla de ruedas, a su primer hijo.

12 de noviembre de 2006. Gonzalo salva la vida en un aparatoso accidente de tráfico, pero queda gravemente herido. “Veníamos un grupo de amigos de salir por la noche. Íbamos en dos coches por una carretera entre Zamora y Valladolid, paramos a desayunar y al terminar, alguien se subió en mi sitio, así que me metí en el otro coche, que fue el que se salió de la carretera y dio las vueltas de campana. Había muchísima niebla y el conductor iba demasiado rápido”, recuerda. “Oí un crac y supe que me había roto por dentro. No creo, pero recé. Recé dentro del coche, en el helicóptero, al llegar a urgencias…”. Cuando se despertó en el hospital no sentía las piernas. Y pidió una cámara.

A cero.5, que ha ganado cinco premios en diversos festivales (entre ellos mejor película y mejor director emergente), nace ahí: desde la cama de un hospital. Gonzalo dirige a su madre, Marta, a su hermano, Jorge… les pide que graben para él. “Hasta ese momento, yo siempre había querido hacer ficción, pero sentí que aquello era un momento excepcional, que podía registrarlo. Como yo no podía moverme, le pedía a los demás que me enseñaran lo que no podía ver, lo que se veía por la ventana de la habitación. Al principio, la cámara fue mis ojos. Y cuando algo iba a pasar por primera vez, lo grababa”. Por ejemplo, el mareo al abandonar a los tres meses la cama para sentarse en la silla de ruedas. O la discusión con su madre cuando le pide que vuelva a casa para vivir con ella y le recomienda que prepare una oposición. Todo indicaba que se había acabado el sueño de hacer películas, pero no fue así. Gonzalo grabó durante 14 años su adaptación a la nueva vida y el descubrimiento de “otros peces fuera del agua”, como los miembros del equipo de la Asociación de Minusválidos Físicos de Vigo, el AMFIV. La pasión por el cine, esa tozudez propia de las grandes vocaciones, fue el mejor aliciente y le ayudó, poco a poco, a desprenderse de la ira, de la rabia por lo que le había ocurrido. “Cuando un año después me quitaron los hierros de la columna, fantaseaba con fundirlos y hacer dos balas: una para el que conducía aquel día y otra para el que me había operado. Aunque me había salvado la vida, yo sentía mucho dolor y estaba muy frustrado. Pero el rencor es una emoción que requiere mucha energía y yo decidí poner la mía en otra cosa: la película”.

La dedicatoria que aparece antes de los títulos de crédito dice: “A mi tía Pili, que me llevó al cine”. “Le encantaba y nos veíamos juntos la cartelera entera”, recuerda Gonzalo. “La primera vez tenía cuatro años y me quedé flipado con Indiana Jones. Lo recuerdo con mucha emoción. Sigo yendo siempre que puedo. El cine, para mí, es diversión, tranquilidad, un refugio y una escuela de vida. Muchas veces entiendes lo que te está pasando cuando lo ves en una película. Otras, empatizas con otros mundos, con realidades muy lejanas a la tuya. Y no hace falta que sea una peli concienzuda, de autor. Siempre funciona”.

Gonzalo Suárez, en los cines Tamberlick de Vigo. Sonia Daponte

El documental, que se puede ver en Filmin y en www.Agalega.gal, arranca con un travelling grabado por Gonzalo desde su silla de ruedas, capturando las miradas de la gente con la que se cruza. Una voz en off, la suya, dice entonces: “La vida es extraña. A todo el mundo le gusta pensar que tiene la suya bajo control. A veces, cuando paseo por la calle, para algunas personas, yo soy el recuerdo de que algo malo puede pasar. Pero eso no importa lo más mínimo. Lo que importa es que estoy vivo”. En el cine Tamberlick de Vigo, donde se ha hecho amigo del encargado, Iván, explica tres años después del estreno de A cero.5 en la Seminci de Valladolid: “Cuando te pasa algo así, parece que tu vida se detiene, que te quedas parado. Puedes escoger un plano fijo y no salir de tu habitación o puedes moverte; estar triste o aprender a ser feliz con lo que tienes. Godard decía que un travelling es una cuestión de moral. Yo decidí seguir moviéndome, vivir en un travelling eterno”.

Lo que había empezado como un documental sobre su propia experiencia se transformó en algo mucho más amplio cuando conoció a Pablo Beiro, fundador del equipo de baloncesto en silla de ruedas Amfiv. “Yo era una especie de protagonista involuntario porque lo que siempre había querido era dirigir, no estar. Y cuando descubrí al equipo me pareció que esa era la transición perfecta, la forma de cumplir mi sueño de dirigir era desvanecerme entre ellos. Eran, como yo, peces fuera del agua, pero se crecían de una manera increíble sobre la pista y tenían vidas muy diferentes a la mía. A Lorenzo Envo sus padres lo abandonaron en un orfanato porque tenía polio y terminó convirtiéndose en el mejor jugador de España en su posición. Shelley Cronau decía que el accidente que la colocó en una silla de ruedas le había salvado la vida porque era drogadicta y estaba convencida de que de no haber sido por aquello habría muerto de sobredosis”.

Gonzalo Suárez, durante el rodaje de su película.

A partir de ese momento, A cero.5 se convierte en una película de acción. Porque hay choques, caídas espectaculares, broncas, gritos… casi se huele el roce de la goma de las ruedas de las sillas sobre la pista. El equipo se clasificó para la final del equivalente a la Europa League en fútbol y perdió. Eso coincidió con una inundación en la que Gonzalo perdió mucho del material que había grabado. Y decidió parar. “Estaba quemado y me daba miedo ser injusto con ellos. Al final aquello era un equipo de élite, o eras el Messi del baloncesto en silla de ruedas o no entrenabas; o competías, o el equipo no recibía promoción y ayudas. Y pensé: ‘¿Qué clase de inclusión era esa?’. Retomé el proyecto y volví a grabar cuando crearon el equipo B después de que muriera Pablo”. Cuando después de perder varias finales el Amfiv ganó el título europeo, dedicó el trofeo a su fundador.

El montaje fue en pleno confinamiento por la pandemia. Arantxa Alonso, la mujer de Gonzalo, lo vivió muy de cerca. Se casaron en 2016. “Nos conocíamos desde pequeños”, relata ella, “pero, después del instituto, cada uno había hecho su camino. Gonzalo se fue a estudiar a Madrid y yo hice Magisterio e INEF y me marché a Estados Unidos. A la vuelta, un día de 2012 que estábamos de bares por Vigo, nos encontramos. Estamos juntos desde entonces. Me impresionó mucho ver la película porque yo no había vivido el proceso del accidente [se reencontraron seis años después del siniestro]. Me emocionó. El cine es todo para Gonzalo. Para mí es una distracción; para él, una pasión. Nuestros hijos tienen 5 y 3 años y ya les ha comprado unas cámaras de fotos para que empiecen a trastear”. Hay vocaciones que salvan y pasiones que se heredan. Gonzalo Suárez ya trabaja en dos guiones, ahora de ficción. Cuando sus hijos sean mayores, y quién sabe si grandes cineastas, también podrán decir que fue su padre el primero que les puso una cámara en las manos.


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