Todos los secretos de la corteza, la piel de los árboles
Este tejido endurecido es como la huella dactilar, capaz de dar la clave de una especie en concreto. También protege ante los peligros de cada día, como los herbívoros, los microorganismos como hongos y bacterias, la deshidratación o la insolación. Es ahora el momento propicio para aprender sobre ello
La piel aporta otro rasgo más que nos identifica, al igual que el color de los ojos, del pelo o la estatura. Todo suma para contribuir con otra característica que nos individualiza y que hace que todo ser humano sea un animal bello. A ojos nuestros, claro. En los árboles también se pueden encontrar un sinfín de atributos que facilitan su identificación: la forma de la copa, la altura, la peculiar ramificación de cada e...
La piel aporta otro rasgo más que nos identifica, al igual que el color de los ojos, del pelo o la estatura. Todo suma para contribuir con otra característica que nos individualiza y que hace que todo ser humano sea un animal bello. A ojos nuestros, claro. En los árboles también se pueden encontrar un sinfín de atributos que facilitan su identificación: la forma de la copa, la altura, la peculiar ramificación de cada especie, el tamaño y el tipo de hoja, así como su borde, los colores… Tanta información como se pueda imaginar, porque, aunque a simple vista muchos árboles parezcan la misma planta, en realidad son muy diferentes, si se manejan todos estos microdatos con rigor.
La corteza es una parte del árbol que es como la huella dactilar, capaz de dar la clave de una especie en concreto. Es cierto que, en ocasiones, es más complicado identificarla solo a través de esta, pero ahora que los árboles tienen hojas se puede hacer un pequeño curso intensivo en cualquier paseo por un parque o un jardín.
Se usan las características de las cortezas para determinar las especies caducas en el invierno, cuando una gran parte de los árboles no tienen hojas, pero es ahora el momento propicio para aprender del tejido endurecido que protege a estos amigos que nos dan tantos beneficios. Porque esa es una de las funciones de la corteza: actuar como una primera línea de defensa del árbol ante los peligros de cada día, como los herbívoros, los microorganismos como hongos y bacterias, la deshidratación o la insolación. O, incluso, del fuego, como hace la archiconocida corteza del alcornoque (Quercus suber), engrosada hasta tal punto que confiere a esta especie un aspecto inconfundible dentro de la flora ibérica. Ya los romanos designaban al alcornoque como suber, que significa corcho, apelando al principal producto que se obtiene de él. Este material, ligero e increíblemente aislante, protege al árbol de la desecación y de los incendios. Cuando sus ramas arden, el alcornoque rebrotará sin problema gracias a esta defensa prodigiosa, rehaciendo con sus yemas todo lo arrasado por el fuego. Por esta razón, el corcho se ha llegado a utilizar en la industria aeroespacial, como parte del equipamiento protector frente a las altísimas temperaturas que las naves han de soportar en la entrada a las atmósferas de nuestro planeta u otros del sistema solar.
Algo muy curioso es que no todas las cortezas van a servir para frenar el fuego, sino que en algunas especies van a propagar el incendio, comportándose como yesca. Es el caso de muchos eucaliptos (Eucalyptus spp.), cuya corteza externa se rompe continuamente en jirones, como si se vistiera con harapos. Tanto esa corteza como sus hojas están repletas de sustancias muy inflamables que potencian el fuego, renovando de esta forma los bosques que conforman. Aquellos trozos andrajosos de la corteza incluso vuelan en llamas, extendiendo rápidamente el fuego a lugares distantes. Los eucaliptos volverán a brotar después del aparente desastre, como hace el alcornoque, debido a que mantiene yemas latentes bajo su corteza. Además, las cenizas fruto del incendio servirán como abono para fomentar el nuevo crecimiento. Por lo que se ve, toda esta vegetación pirófila, amiga del fuego, necesita de este mecanismo para crecer sana.
Otras veces, las cortezas se recubren de una defensa destinada en exclusiva a los animales que pueden dañar al árbol, como en el caso de los terribles pinchos de la acacia de tres espinas (Gleditsia triacanthos). Este árbol norteamericano casi se encuentra en cualquier parque, donde también se junta con una variedad ornamental sin espinas, que facilita el mantenimiento a los jardineros y arboricultores. Por desgracia, la piel de los árboles no puede hacer nada por defenderse de otros animales que van a dos patas, y que rajan y graban en su corteza letras y corazones que lo desgarran. Sería mejor que esos enamorados tuvieran empatía y recurrieran a un tatuaje en su propia piel, si es que necesitan lacerar algo vivo.
La corteza también se convierte en un lugar de intercambio gaseoso entre la planta y la atmósfera, a través de las lenticelas, que son unas estructuras superficiales que, a simple vista, aparecen como marcas distintivas. A veces, pueden verse como puntitos o como líneas más o menos engrosadas, dando un toque peculiar a muchas cortezas, como en el caso de las lenticelas con forma romboidal de los álamos blancos (Populus alba). En otras ocasiones, las lenticelas se encuentran al fondo de las grietas de las cortezas, provocadas por la acumulación de células muertas de tejido. Esas acanaladuras también le sirven al árbol para encauzar y verter el agua de lluvia a su base, como si de muchos embudos se trataran.
De igual manera, en esas grietas van a hibernar y a ocultarse a lo largo de todo el año pequeños animalillos como insectos. Sirven así de despensa para los pájaros, por ejemplo, cuando especies como los agateadores, trepadores o los carboneros recorren los troncos en su búsqueda. Sin duda, el árbol es en sí un complejo ecosistema sustentador de muchos seres vivos.
Para terminar, no hay que olvidarse de la gama tan bella de colores de cada una de las especies. En un extremo tendríamos al eucalipto arcoíris (Eucalyptus deglupta), cuya corteza hace honor al nombre popular de la planta, aunque sea difícil de encontrarlo cultivado en España. Por el contrario, contamos con otra especie muy ubicua como el plátano de sombra (Platanus spp.), con una coloración muy característica y llamativa, especialmente cuando se moja, cuando parece un muestrario de tonos de camuflaje. Con relación a estos colores, podría sorprendernos encontrar una corteza completamente blanca, y no ser de un abedul (Betula spp.). Se trataría de una técnica de cultivo ancestral, el encalado, consistente en pintar con cal los troncos de los árboles frutales para evitar puestas de huevos e insectos en general, aunque parece ser poco efectiva. Mejor apreciar el color de la corteza al natural, para no mancharnos y poder dar un abrazo al árbol, para sentir su piel contra nuestra piel.