UN DÍA SIN MUJERES
La propuesta de huelga para celebrar el 8 de Marzo, nació con una intención: demostrar que sin ellas el mundo se para. Más allá del respaldo que coseche una iniciativa inédita en España esto es lo que podría pasar si algo más de la mitad de la población desapareciera. No están todas las que son pero son todas las que están. Así sería un día sin ellas: Por Pilar Álvarez
Sin farmacia de guardia en el barrio
No hay ninguna farmacia abierta en el barrio de Vallecas, en Madrid. La que regenta Elvira González (49 años) no puede abrir si no hay mujeres. “Somos cuatro personas trabajando, tres chicas y un chico”. Y lo mismo pasa en las otras tres que hay cien metros a la redonda. El 65,7% de quienes están al frente de las farmacias son mujeres. González adquirió su farmacia con 40 años, después de un largo recorrido por la empresa farmacéutica. “Conocía muy bien la industria tras pasar por siete empresas muy grande. Me había quedado estancada. Nunca había pasado de gerente. Hay un techo para la mujer por muy preparada que esté, por mucho máster que tenga”, confiesa.
Ausencias en el operativo policial
Falta un miembro en el grupo operativo de respuesta en una jefatura de distrito del sur de Madrid. El agente Sergio patrulla solo. Lucía (nombre ficticio) no está esta madrugada en la hora punta de actividad. Lleva cinco años en turno de noche, de 21.30 a 7.30. A las 3.00 toca una inspección en un local para controlar el tráfico de estupefacientes. “A las mujeres las cacheo yo. Si no hay una policía y una de ellas lleva droga, se va de rositas”, explica Lucía. También son clave en los casos de violencia de género –“por desgracia vemos alguno todas las noches, las agredidas se abren más si hay una mujer”. Ellas son minoría en los sectores de seguridad (12,5% en la Policía).
Nadie para darle la vuelta en la cama
Un enfermo crónico de Alzheimer gime en su cama. En la de al lado, su mujer no está y no se puede levantar para darle una vuelta y evitar las escaras, cambiar el pañal. No hay ninguna mujer cuidando esta noche a los dependientes a cargo de esposas, madres o hijas. Una ocupación en la sombra a la que la profesora de investigación emérita del CSIC, Ángeles Durán, ha dedicado gran parte de su trabajo. En su próximo libro, La riqueza invisible del cuidado, ahonda en un nuevo colectivo social “creciente pero todavía poco identificado”: el cuidatoriado. El término, acuñado en 2013, evidenció que “los cuidadores cumplían la importante función económica de atender a los expulsados del proceso productivo, trabajaban más y en peores condiciones que ningún otro tipo de trabajadores, pero sólo tenían obligaciones”, recoge la investigadora. Serían más de 28 millones de empleos equivalentes a tiempo completo, según su estimación a partir de la Encuesta de Empleo del Tiempo realizada por el INE en 2010 y un 55% del PIB. Es decir, habría 10 millones más de empleos de cuidado que de todo el resto.
Suenan todos los teléfonos Y las camas sin hacer
El director da vueltas en la recepción de un céntrico hotel de Madrid dando explicaciones a los clientes que llegan y a los que se quieren marchar. Nadie hace hoy las habitaciones. No están las camareras de hotel ni las gobernantas, las conocidas popularmente como Kellys. “Representamos el 30% de la plantilla pero nos han externalizado”, explica Ángela Muñoz, subgobernanta de hotel y representante en Madrid de estas mujeres, de 55 años. El precio que reciben por cada habitación oscila entre 2,30 y 3 euros, estima, para un empleo que a la larga deja agarrotadas las manos y produce problemas de espalda. Es un sector profundamente feminizado. El 87,9% de quienes trabajan limpiando son mujeres. “Los poquitos hombres que hay están porque no encuentran trabajo. Uno me dijo: ‘No he nacido para limpiar’. Toma ya, ni yo tampoco”, recuerda Muñoz. “Yo he nacido para ganarme la vida dignamente”.
¿Quién recibe a los niños en la clase?
Los alumnos de Infantil de cuatro años de un colegio público de Bétera (Valencia) miran a un lado y al otro a la entrada del aula. Su seño, Amparo del Valle, hoy no está. No pueden sacar sus botellas de agua ni sus libretas para empezar la asamblea. En este colegio, como en la gran mayoría, todas las maestras de Infantil son mujeres (96,7%). “Si desapareciéramos, no habría maestros de repuesto”, explica Del Valle, con 36 años y 13 en el aula. En su clase están revisando grandes figuras femeninas. Sus alumnas descubrieron un día, revisando la vida de Clara Campoamor, que hubo un tiempo en el que las mujeres no podían votar: “Pusieron una cara enorme de asombro, no les pareció nada bien”.
Sin guía en el Palacio Real
Un grupo de franceses está plantado frente a la fachada gris del Palacio Real, en el Madrid de los Austrias. Helena Rueda, guía turística de 52 años, no ha aparecido a la hora fijada. Como ella, el 68,9% de quienes explican España a la mayoría de los 80 millones de turistas que visitan el país cada año son mujeres. “Hay que darles un servicio de calidad”, explica ella. Empezó como guía acompañante –de los que viajan en el autobús por Europa- pero ahora hace sobre todo visitas en Madrid y en Toledo. “Tengo una hija de 18 años y el tema de los viajes es muy complicado. Lo que más te gusta de jovencita es viajar y cuando vas creciendo te asientas como guía local”.
Foto: Jaime Villanueva
Pequeños pacientes ante la consulta
En el área de pediatría del Hospital de la Paz (Madrid), hay 15 niños a los que no se les puede pasar consulta. No está Pepa Mellado (63), la jefa de servicio y quien los atiende. “Si las pediatras no aparecieran un día sería una catástrofe: somos siete de cada 10. Y no me hable ya del resto: enfermeras, auxiliares… el 95% de la plantilla es femenina”. Más de la mitad de los médicos (56,4%) son mujeres y cuatro de cada cinco en enfermería. Pese a todo, Mellado es la primera que ha llegado a presidenta de la Asociación Española de Pediatría. También entre su público hay más señoras: “cuando viene un padre, con frecuencia, no sabe lo que le pregunto. Se sabe el 25% o menos de la historia clínica del niño”.
No se puede constituir la sala en la Audiencia
Ni la magistrada Pilar Alhambra ni sus dos compañeras (de cinco miembros) están en la sección 30 de la Audiencia Provincial de Madrid. Tampoco se puede notificar ni citar a casi nadie. 12 de las funcionarias (auxiliares y agentes judiciales) son mujeres frente a un hombre. Alhambra tiene 55 años y lleva 31 en la carrera judicial. Lejos quedan los tiempos en los que empezó, destinada en un pueblo. “Cuando decía que era la jueza me preguntaban dónde estaba mi marido, el juez”, recuerda. Ahora la situación ya no se da, pero sí que echa de menos más mujeres en la cúpula judicial. Pese a que ocupa un puesto que requiere haber pasado unas duras oposiciones y un estudio continuo, asegura que se topa con hombres –“más en el ámbito social que entre mis compañeros”- que le miran de forma condescendiente si se le ocurre, pongamos por caso, comentar la obra del último Nobel. “Parece que te metes en un terreno que no es tuyo. Es como si te dijeran: Esta mujer es peligrosa porque piensa”.
La comida no está en la mesa
Es la hora del almuerzo, pero no hay plato caliente. La misma mujer que cuida a su marido con Alzheimer tampoco está para cocinar. No ha ido al mercado, no ha barrido la cocina como cada mañana, no ha planchado las sábanas, no ha regado las plantas. Tengan hijos o no, trabajen fuera de casa o no, el tiempo que dedican las mujeres a trabajos sin remuneración casi duplica al de los hombres: 26,5 horas a la semana, frente a las 14 horas de ellos, según el INE. Casi una jornada laboral para cuidados, tareas domésticas, cursos y colaboraciones sin sueldo en ONG, entre otras cuestiones.
Reacción en cadena
Hoy Araceli Sánchez (34) no cuida a los hijos de otros ni a la madre de nadie. La mujer de 34 años no está pendiente de nadie. Sentada en la mesa del comedor, celebra que acaba de recibir su primera nómina tras 10 años de trabajo “en negro” en Madrid. La pareja para la que trabaja la acaba de legalizar como cuidadora, un trabajo en el que el 94% son mujeres. Es mexicana y las inmigrantes, explica, tienen una “ventaja”. “No llegamos y pedimos un contrato. La mayoría decimos que no importa si no nos lo hacen. Y muchas veces nos llaman por eso”. Ha visto anuncios en los que se especificaba que la trabajadora debía ser inmigrante, preferentemente filipina. “Son mujeres que no suelen contestar, hacen todo lo que se les manda. Trabajan todo lo que se les pide. El fin de semana se quedan en casa. Y además, hablan inglés”.
El despacho vacío
Si Celia de Anca no estuviera trabajando, sus alumnos perderían la clase de las siete. Si hubiera faltado todo el día, los proyectos que impulsa se habrían resentido. Es profesora universitaria –una profesión con un 40% de mujeres- en el IE y ejecutiva (14,8). Habla cinco idiomas, estudió en Estados Unidos, donde tuvo un mentor. “Sin él no hubiera sacado adelante nada de lo que he hecho en la vida”, confiesa. Reivindica esa figura a la que las mujeres no suelen tener acceso: “Casi todas las mujeres que conozco que han llegado lejos en la vida han tenido un mentor”.
¡Taxi!
Si Azucena Cabezas (51) no saliera esta noche con su taxi, apenas se notaría. La suya es una de las profesiones en las que menos mujeres participan. Apenas un 7,9%, según los porcentajes analizadas a partir de microdatos del INE por el experto Enrique Negueruela, que acompañan este reportaje. Negueruela concluye, tras analizar la oferta y dónde se concentran los empleos, que “por cada dos salidas profesionales que tienen los hombre, las mujeres tienen una”. Azucena llegó al taxi casi sin querer, tras quedarse viuda en 2002. “Con dos niños pequeños había que llevar dinero a casa”. Asegura que, aunque son pocas, se sienten bien tratadas dentro y fuera del sector. “Antes había quien te bajaba la mano si veía que eras una mujer, ahora las abuelillas están encantadas cuando se suben a mi coche”.
Foto: Jaime Villanueva
Especial | Día de la Mujer
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