Joaquin Phoenix es vegano. Apoya el movimiento veganuary, que anima a dejar de comer alimentos de origen animal al menos durante enero como una manera de adentrarse en este tipo de dieta. Huevos y lácteos quedan excluidos. Y la miel. Medio millón de correligionarios se han inscrito en esta campaña desde que la organización sin ánimo de lucro Veganuary la lanzara en 2014 en Reino Unido. El 46% de los que se involucran lo hacen porque consideran el veganismo una dieta más saludable. El sufrimiento animal aporta argumentos al 34% de los participantes, según una encuesta de los promotores.
A lo mejor Joaquin Phoenix no tiene razón. “Me parece perfecto que haya personas que sean veganas. Entiendo la sensibilización con los animales. Pero hay mucha desinformación y una parte de moda”, responde Marta G. Rivera, una de los 107 científicos que ha participado en el informe sobre el uso de la tierra y el cambio climático del IPCC, el panel internacional que asesora a la ONU en la materia. "El veganismo no es la práctica más eficiente para luchar contra el cambio climático”, añade. Un 12% de los que han aceptado el reto de veganuary citan la crisis climática como motivación, según datos de la propia fundación. “La solución es ser flexitariano”, añade Rivera.
El flexitariano basa su alimentación en una dieta vegetariana pero consume de manera ocasional alimentos de origen animal. La mitad de los participantes del reto veganuary afirma que pasado enero regresan a la carne. "No creo que nos hagamos todos veganos. Pero tenemos que cambiar lo que comemos", afirma Rivera, nacida en Andalucía pero afincada en Cataluña. Existen alimentos de origen animal respetuosos con el medioambiente como los obtenidos de la ganadería extensiva, un sistema de producción que aprovecha con eficiencia los recursos del entorno con las especies o razas apropiadas. La investigadora enumera los beneficios de esta producción ganadera: reducción de incendios, captación de las emisiones de carbono, reciclado de nutrientes a través del consumo de la ingesta de las plantas y su conversión en estiércol...
Para que el consumidor conozca qué alimentos han sido producidos con prácticas sostenibles existen unos certificados de calidad emitidos por las Administraciones o entes privados. El más extendido es la Eurohoja, que otorga la Comisión Europea a los productores que cumplen con una amplía lista de requisitos de sostenibilidad. Pero no es el único. Hay una variedad de sellos reconocidos que abarcan tanto productos alimentarios como del hogar o cosméticos que no experimentan con animales.
Ilustración: Bel Martín
La Eurohoja, una hoja silueteada por las estrellas de la Unión Europea sobre fondo verde, se creó en 2010. Certifica que un producto es ecológico, orgánico o bio. Es lo mismo. “El concepto ecológico funciona más en España, el bio tiene más visibilidad en Italia, Francia o Alemania, el orgánico se impone en Reino Unido”, aclara José Luis García, director de expansión de la empresa privada que otorga certificados Sohiscert. La Eurohoja abarca productos del sector agropecuario. Tanto una paletilla de cordero como una lechuga o huevos. García cifra en 40.000 el número de ganaderos, agricultores y otros trabajadores del sector que producen género ecológico en España. Cuando se trata de dar un porcentaje sobre el total de los productos lo sitúa entre el 10% y el 15%.
Sellos públicos y privados
Los certificados los otorgan tanto organizaciones privadas como los Ministerios de Agricultura de los países de la Unión. O en el caso de España las consejerías de las distintas Comunidades Autónomas, que gozan de las competencias. "El sector ecológico es muy sensible. Son los primeros interesados en que no se produzca fraude. Están muy atentos”, afirma apunta Montse Escutia, secretaria general de la organización especializada en producción ecológica Vida Sana. Andalucía, Castilla-La Mancha y Castilla y León autoriza a la certificadora CAAE la capacidad de otorgar la Eurohoja.
Esta ingeniera agrónoma considera muy serios los certificados que proceden de organizaciones privadas con mucho recorrido. “Muchas son entidades con tendencia ecologista”. Se refiere a Comercio Justo, que garantiza unas condiciones laborales adecuadas, y fundada en 1992. O Rainforest Alliance, que asegura un intercambio comercial responsable. Opera desde 1987. Escutia advierte: “El cacao que recubre un helado puede que tenga el sello de Rainforest Alliance. Ahora bien, las vacas de las que se obtiene la leche a lo mejor contaminan el río de al lado de tu casa”.
Rivera, directora de la cátedra de agroecología y sistemas alimentarios de la Universidad de Vic, secunda la opinión de Escutia: “Prefiero los sellos públicos. Pero los privados son fiables”. Rivera toca otro tema dentro del mundo de los certificados: la homogeneización de los productos. Un solo sello ecológico abarca todos los países de la Unión. “Se rigen por principios muy amplios y generales. No se puede tener en cuenta las especificaciones de los distintos territorios. No tiene nada que ver el campo de Suecia con el de Andalucía. A veces se descuida la biodiversidad y se desprecian ciertas variedades en favor de otras”.
La coautora del informe sobre cambio climático de la ONU los defiende en cualquier caso: “Garantizan una producción de acuerdo con unos criterios mínimos de sostenibilidad”. Y señala una solución puesta en marcha en Brasil: certificaciones participativas para evaluar si el producto tiene en cuenta las características culturales y sociales de las zonas. En el proceso intervienen grupos de consumidores que escrutan los procesos y no solo el producto. Escutia abunda en la materia: "Hay productos que incorporan otros sellos junto a la Eurohoja. Certifican una calidad superior a la que dicta el reglamento". Hay consumidores que valoran que el producto sea local o el embalaje sostenible o la empresa se involucre en temas sociales.
Comer bien sin gastar más
Comer bien no supone necesariamente gastar más. Por comer bien se entiende elegir productos saludables y respetuosos con el medioambiente. Se trata de comer una pieza de carne de animales pastoreados o en libertad a la semana y no tres raciones semanales de carne procedente de una granja de alta concentración. Poco y bien. "Tenemos que reducir la ingesta de carne y pescado. Sustituir proteína animal por vegetal", apunta Rivera. "Hay que consumir productos de ganadería extensiva, que resultan mejores para el medioambiente —preservan los ecosistemas, reducen los incendios, capturan dióxido de carbono— y la salud”, añade. Escutia resume cómo funciona la producción intensiva: “Miles de hectáreas en Brasil y Argentina dedicadas al cultivo de soja alimentan a cerdos en España que están contaminando”.
García, de la certificadora privada Sohiscert, apunta a un incremento de entre un 10 y un 15% en el precio de las verduras y frutas ecológicas con respecto a las convencionales. Rivera achaca parte del sobrecoste de los productos respetuosos con el medioambiente al coste de los certificados. "Los productores que hacen las cosas bien tienen que pagar para demostrar que las están haciendo bien y el que contamina no paga. Es absurdo. Tendría que ser al revés”. Esto por el lado de la producción. Por la del consumo, Rivera señala el porcentaje cada vez menor que se destina a la alimentación. “La gente prefiere ir de viaje o comprarse un móvil muy bueno”.
El acceso a productos sostenibles o ecológicos es cada vez mayor. “Antes era una yincana. Ibas de aquí para allá. El consumo ha aumentado un montón en los últimos dos años”, apunta Rivera. Y no solo en lo que se refiere a productos alimentarios. También en el sector de la moda, la decoración o los electrodomésticos.
De sobra es conocida la recomendación de consumir productos de temporada. Son más baratos y más sostenibles. “Insisto en la educación nutricional. Tenemos que saber más del medio rural, que nos sostiene”, explica la investigadora Rivera. “Hemos perdido la conexión con la naturaleza. No sabemos qué toca comer en cada momento”. En algunos supermercados se han empezado a señalar los productos de temporada para incentivar su consumo.