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El último eslabón del mercado de alquiler también está al alza: la habitación por horas

El incremento de los pisos compartidos, cuyos contratos impiden llevar gente, obliga a muchas parejas a buscar lugares discretos para sus relaciones íntimas

Ella señala el camino. Solo los que saben dónde está el lugar serán capaces de no llamar al portal equivocado. Por eso, antes de que te atrevas a pulsar cualquier telefonillo del número 30 de esta calle en el corazón de Carabanchel Bajo —donde se había concertado la cita—, la mujer —que en ningún momento ofrece datos sobre su identidad— aparece en la acera de enfrente asomando la cabeza bajo el cierre metálico de un local que parecería en desuso de no ser por su extraña presencia. “Chis, chis… por aquí”, indica. Para empezar este viaje a las profundidades de un garaje de 256 metros cuadrados que ha sido compartimentado en cuatro habitaciones que se alquilan por horas para aquellos que no tienen intimidad en sus pisos compartidos hay que saber que la discreción es la máxima más importante. La dirección, siguiendo esta premisa, siempre será falsa.

Hay páginas webs como Milanuncios o redes sociales tipo Facebook donde proliferan los anuncios que ofertan en Madrid habitaciones alquiladas por hora. El precio va desde los 12 hasta los 25 euros por cada una de ellas. Estos habitáculos, ubicados en viviendas convencionales subarrendadas o garajes como el que enseña la mujer un viernes por la noche, se han convertido en un fenómeno silencioso entre los que tienen prohibido cualquier tipo de compañía en sus habitaciones o directamente sus pisos están tan sobrepoblados de inquilinos que carecen de cualquier tipo de espacio privado con sus parejas. “Has tenido suerte, hoy tenía dos huecos. Mañana y pasado estamos completos”, advierte la mujer al abrir con diligencia una puerta contigua que da paso a un largo pasillo.

El pago, siempre, será en efectivo. La mujer, ataviada con una bata de franela y un manojo de llaves en la mano, avanza por el pasillo decorado con simbología budista hasta llegar a la segunda de las cuatro habitaciones construidas tras la reforma del garaje. “Está prohibido salir y moverse por aquí, salvo para ir al baño”, avisa. “Puedes cambiar el color de las luces si te apetece”, indica antes de marcharse a poner la lavadora, que no dejará nunca de funcionar. Las paredes de pladur recubiertas por plástico dejan entrever los ruidos de las habitaciones contiguas. El cuarto está perfumado con un fuerte aroma de incienso para contrarrestar el ambiente cargado por la falta de ventilación —no hay ventanas a excepción de un agujero tapiado en el techo— y el olor a tabaco. Dentro del garaje, la suite presidencial es la que tiene, además de una cama y una silla como el resto, una gran televisión. Allí, un hombre, aparentemente solo, ríe a carcajadas frente a una telenovela mientras entran y salen parejas de las demás habitaciones.

Luis Eduardo Ospina, de 59 años, es uno de los usuarios habituales de este tipo de habitaciones. “Hay algo dentro de mí que me anima a hablar de mi vida”, dice Ospina, que llegó a España en 2006 procedente de Pereira (Colombia). Sus “lugares de confianza” están en otro piso de Carabanchel Bajo y en la zona de Portazgo (Vallecas) gestionados por un mismo arrendador. Sin embargo, Ospina vive desde hace 19 años en Getafe. “No quiero correr el riesgo de que me reconozca nadie. Por eso voy hasta ahí”, afirma. Ospina no vive una doble vida sentimental en el interior de esas habitaciones por hora, sino que acude con las distintas parejas estables que ha tenido en Madrid. “Mi hermana, que trabaja como interna, las utiliza con su marido”, asegura.

Ospina es conserje de noche en una finca del norte de la ciudad. Gana 1.275 euros, unos 50 al día. Dice que desde su llegada a Madrid no ha conocido otra cosa que no sean pisos compartidos. Solo hubo una temporada en la que él mismo, reconoce, intentó “hacer negocio también” subarrendando un piso a un grupo de argentinos que terminaron “por hacerle la vida imposible”. Ahora mismo se hospeda en una vivienda del centro de Getafe, donde “oficialmente” son 6 personas, aunque algunas mañanas se despierte y vea muchas más: ha llegado a contar más de una docena. “A veces me encuentro gente durmiendo por los pasillos o el salón. Voy al baño y no puedo entrar, voy a la cocina y está ocupada. Por la noche intentan entrar a mi habitación desconocidos que se equivocan”, apunta. Un dormitorio por el que paga 300 euros. La casa, según él, puede estar dando una rentabilidad de unos 1.500 euros al mes.

Esos ratos de intimidad en las habitaciones por hora dejan en Ospina un poso de tristeza al salir. Por encima del qué, del cómo, del con quién, a Ospina le reconcome el dónde. “Yo me levanto de esas camas y digo: ¿Qué hago aquí?“, comenta. “La vida buena es costosa. La hay más barata, pero no es vida. Esa es la que estamos viviendo”, añade. En su piso, como en la mayoría, está prohibido subir compañía “salvo que pagues 150 euros más” y no le queda más remedio que utilizar este tipo de lugares clandestinos. “Yo me llevo siempre mis propias sábanas porque huele fatal. ”Para mí, en el fondo, es un infierno. Si estar en un piso compartido es estar de prestado, sin derechos, en este tipo de sitios es todavía peor. Abres la puerta al marcharte y hay otra pareja esperando para entrar. Les falta empujarte“, asegura.

En una de esas salidas de la habitación por horas, Ospina cuenta que se le ocurrió su idea “más rocambolesca”. Según él, tiene 6.000 euros ahorrados. “La última vez que vine pensé en ir a sacar todo mi dinero en efectivo y ponerme en medio de la calle al grito de ‘¿Quién me alquila un piso? Tengo el dinero para pagarlo’. Pero una cosa es decirlo y otra distinta hacerlo. No soy tan valiente", manifiesta.

“El colectivo migrante afronta siempre problemas más agudos”, señala Margarita Barañano, doctora en Sociología e investigadora de la Universidad Complutense de Madrid con estudios que abordan los arraigos en las grandes ciudades como soporte frente a la vulnerabilidad. “Este descubrimiento de las habitaciones alquiladas por hora en pisos es otro paso más en la profundización de la degradación y la precariedad que estamos viviendo. Desde las primeras olas de inmigración en los años 2000 hemos comprobado que una de las formas de supervivencia era el hacinamiento. Esto es una forma más de expulsión de la sociedad”, apunta. “La carencia de un espacio privado genera inseguridad. Es terrible. Convertir la ciudad en una suerte de queso gruyère donde los hogares ahora son en espacios con personas que ni se conocen ahonda en la desigualdad. La privacidad también es un derecho”, añade. “A las personas migrantes hay que darles un arraigo y un lugar para que se sientan en casa”, concluye.

David es encargado del Hostel 13.13, un espacio con licencia de hostal en el distrito de Tetuán. Allí también se ofertan habitaciones por hora, además de por noches y días. “Esto va para arriba desde hace tres años. Casi todos los usuarios son latinoamericanos. La demanda aumenta en los barrios pobres porque es donde se está reubicando a muchos de los inmigrantes. El aumento de inmigración en estas zonas es sinónimo de pisos compartidos donde no se puede estar”, cuenta. “A nosotros nos llegan personas de todas las edades. Ahora mismo se acaba de ir un matrimonio de 60 años. Llegan desde cualquier zona de Madrid, no solo Tetuán”, añade. “Esto de habitaciones por hora era originariamente un invento para gente de dinero en hoteles caros. Ahora se empieza a dar entre los más humildes por la necesidad que hay”, finaliza.

Mientras tanto, en el garaje de Carabanchel bajo no se concede ni un minuto. La mujer aguarda al otro lado de los muros, en el local semivacío, a la espera de que la reclamen para abrir la puerta. Cuando alguien se pasa de una hora, por poco que sea, ella se pone seria:

—Te has pasado 10 minutos. Eso son 20 euros más.

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