Las alegres divorciadas
Del flechazo al divorcio solo media una demanda. Cuestión de tiempo, química y Derecho Civil
Es sencillo mirar a alguien con los ojos embrujados, la pasión latiendo en el bolsillo, la euforia dirigiendo tus pasos. Lo difícil es mantener la mirada. En los últimos años, veo una epidemia de divorcios y separaciones a mi alrededor. Puede que sea la edad, estoy en torno a los 40. O igual son estos tiempos líquidos que erosionan hasta los amores más duros, como el río hace con las piedras. El caso es que veo renunciar a gente que se comprometió hasta las trancas, ante el cura y el prestamista.
A veces soy un testigo impotente, como quien ve un accidente a cámara lenta, sabiendo que ...
Es sencillo mirar a alguien con los ojos embrujados, la pasión latiendo en el bolsillo, la euforia dirigiendo tus pasos. Lo difícil es mantener la mirada. En los últimos años, veo una epidemia de divorcios y separaciones a mi alrededor. Puede que sea la edad, estoy en torno a los 40. O igual son estos tiempos líquidos que erosionan hasta los amores más duros, como el río hace con las piedras. El caso es que veo renunciar a gente que se comprometió hasta las trancas, ante el cura y el prestamista.
A veces soy un testigo impotente, como quien ve un accidente a cámara lenta, sabiendo que solo podrá recoger los destrozos. Pero hay otras en las que experimento algo más cercano al alivio. El amor puede ser también una cárcel, aunque con los años algunos dejan la celda preciosa y muy cómoda. Del flechazo al divorcio solo median varios años y una demanda. Cuestión de tiempo, química y Derecho Civil. Quizá el amor tiene fecha de caducidad, y desde el momento en que explota va avanzando hacia la difuminación. Quizá tenía razón Alvite y el amor eterno es aquel cuyo fracaso se recuerda toda la vida.
Los divorcios siempre empiezan de la misma manera: con una primera cita. Ponerte perfume, reírle las bromas, sentir el tirón del deseo mientras paseas camino a su casa. Brindis, sexo y risas. Llega una segunda, una decimocuarta, una quincuagésima cita... Y se disipa la burbuja del champán y el perfume ya no puede enmascarar el olor real de la otra persona, sus efluvios más íntimos. La cena ya no es en un restaurante de moda, sino la que cocinas y limpias tú cada día. Y de esta forma la repetición convierte lo extraordinario en rutina. Y una tarde te desplomas en el sofá junto a tu pareja y te das cuenta de que sois dos desconocidos, náufragos de un barco hundido en puerto. Hay quien se acontenta con esta monotonía gris, con esta felicidad mediocre. Pero algunas personas creen que puede haber algo más ahí afuera.
Es lo que me contaba hace poco una amiga con el divorcio recién estrenado. Lo lucía como quien lleva una chaqueta nueva, con cierta coquetería. Y me pareció intuir algo de esperanza en medio de sus palabras tristes. Siempre había asociado, aunque fuera de forma inconsciente, el divorcio al fracaso. No era una percepción personal, sino social. Pero la palabra divorciada ha sufrido una resignificación en los últimos años, se ha desempolvado la connotación moral y negativa. “Divorciada” no es tanto un estado civil, como un adjetivo que define a una mujer liberada.
Desvergonzada y disfrutona, es la primera en pedirse un gin tonic después de una comida con amigas, la que se ríe de forma estridente y baila en cuanto le tocan las palmas. Fue la creadora de contenido RayoMcqueer la primera en reivindicar esta nueva acepción, que mis amigas han abrazado con la fe del converso. Ahora son muchas las que se definen como “divorciadas” más allá de su estado civil.
Madrid es una ciudad propicia para el divorcio. Tiene una alegría jaranera, cierta tendencia al desparrame y un tamaño suficiente para que a nadie le importe demasiado tu vida. Mucha gente ya viene a Madrid buscando una segunda oportunidad, una nueva vida, que es un poco como venir divorciado de casa. Eso hace que haya más predisposición a la algazara, al amancebamiento y el festejo. Aquí a las divorciadas se las encuentra en los bares, en las clases de spinning y los conciertos de Manu Carrasco, disfrutando de una segunda y mejorada juventud. Porque cuando tienes 20 el mundo es nuevo y no se va a acabar jamás. Pero cuando pasas los 40 y ya se te ha acabado un mundo, sabes que estás aquí de paso, así que necesitas disfrutar con cierta urgencia.
Decía hace pocos días Leila Guerriero en estas páginas que “en el amor no se trata de dignidad, ni de elegancia, ni de estrategia, sino de sucumbir, de dejarse caer”. Y me parece una definición preciosa, pero también me interesa el envés de esta afirmación. Quizá el desamor sea aprender a levantarse, recuperar la dignidad y la elegancia y empezar a trazar una estrategia vital. Retomar el control. Porque un divorcio es el derrumbe de un mundo, pero puede ser el inicio o la reconstrucción de otro. Hay gente que se aferra al amor, como Tarzán a una liana, sabiendo que en el momento que la suelte caerá al vacío. Pero a veces lo importante no es mantenerse en las alturas, sino tejer una red de amigas que te salve cuando caigas.